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Se moría de ganas de ver las fotos cuando volviera a Los Ángeles. Además, estaba seguro de que en la revista estarían entusiasmados con las instantáneas que había sacado después del seísmo. Y lo que no usaran, podría venderlo en algún otro sitio. Puede que incluso ganara otro premio. Instintivamente, sabía que el material que había conseguido era muy bueno. Las fotos que había tomado le parecían históricamente relevantes. Era una situación única, no se había producido otra igual desde hacía cien años, y quizá no volvería a producirse hasta dentro de otros cien. Aunque esperaba que no se repitiera. Sin embargo, la ciudad había aguantado sorprendentemente bien aquel enorme temblor, igual que la gente.

– ¿Qué vais a hacer ahora? -preguntó-. ¿Volvéis al trabajo o vais a tomaros un descanso?

Cuando lo vieron, solo hacía media hora que habían parado, pero ya estaban a punto de regresar.

– Volvemos al trabajo -respondió Maggie por las dos-. ¿Y tú?

– Iba a apuntarme para una cama. Tal vez luego venga a veros. A lo mejor consigo buenas fotos de vosotras trabajando, si vuestros pacientes no se oponen.

– Tendrás que preguntárselo a ellos -dijo Maggie, modestamente, siempre respetuosa con sus pacientes, sin importar quiénes fueran.

De repente, Melanie se acordó de la chaqueta.

– Lo siento mucho. Estaba hecha un desastre y no creí que volviera a verte. La he tirado.

Everett soltó una carcajada al ver la cara de disculpa de la joven.

– No te preocupes. Era alquilada. Les diré que me la arrancaron durante el terremoto. Tendrían que dármela sin cargo alguno. No creo que la hubieran querido, si se la hubiera devuelto. Sinceramente, Melanie, no ha sido ninguna pérdida. No te preocupes.

Entonces, ella se acordó de la moneda; metió la mano en el bolsillo del pantalón, la sacó y se la dio. Era su insignia por un año de sobriedad y pareció muy feliz de recuperarla.

– Esto sí que lo quiero. ¡Es mi moneda de la suerte! -Le pasó los dedos por encima, como si fuera mágico, y para él lo era. No había asistido a las reuniones de los dos últimos días, y volver a tener la insignia le parecía un vínculo con lo que lo había salvado más de un año atrás. La besó y se la guardó en el bolsillo de los pantalones, que era lo único que quedaba del traje alquilado. Estaban demasiado maltrechos para devolverlos. Los tiraría en cuanto llegara a casa-. Gracias por cuidar de la insignia por mí. -Echaba de menos sus reuniones de AA, que le ayudarían a soportar la tensión, pero no necesitaba beber. Estaba agotado. Habían sido dos días muy largos y duros, e incluso trágicos para algunos.

Maggie y Melanie volvieron al hospital y Everett fue a apuntarse para que le asignaran una cama para la noche. Había tantos edificios en Presidio preparados para albergar a la gente que no había peligro de que se quedaran sin sitio. Se trataba de una vieja base militar que llevaba cerrada varios años, pero todas las estructuras seguían intactas. George Lucas había instalado su legendario estudio en el viejo hospital, en los terrenos de Presidio.

– Vendré a veros más tarde -prometió Everett-. Volveré dentro de un rato.

Un poco más avanzada la tarde, en un breve período de calma, apareció Sarah Sloane, con sus dos hijos y su niñera nepalí. El pequeño tenía fiebre, tosía y se llevaba la mano a la oreja. También llevaba a la niña con ella, porque, según dijo, no quería dejarla en casa. Después de la traumática experiencia del jueves por la noche, no quería apartarse de ellos ni un minuto. Si había otro terremoto, como todos temían, quería estar con ellos. Había dejado a Seth solo en casa, en el mismo estado de angustiada desesperación en el que estaba desde el jueves por la noche. Iba de mal en peor; sabía que no había ninguna esperanza de que los bancos abrieran ni de que él pudiera comunicarse con el exterior por el momento, para encubrir lo que había hecho. Su carrera, y quizá su vida tal como había sido durante los últimos años, había terminado. Y también la de Sarah. Entretanto, ella estaba preocupada por su pequeño. No era el mejor momento para que se pusiera enfermo. Fue al servicio de urgencias del hospital que estaba más cerca de su casa, pero solo admitían personas gravemente heridas. La enviaron al hospital de campaña de Presidio, así que allí había ido, en el coche de Parmani. Melanie la vio en el mostrador de entrada y le dijo a Maggie quién era. Se acercaron juntas a Sarah. En apenas un minuto, Maggie había conseguido que el niño gorjeara y riera, aunque todavía se tocaba la oreja. Sarah le contó lo que le pasaba. Además, el niño parecía un poco acalorado.

– Voy a buscar a un médico -prometió Maggie y desapareció.

Unos minutos después llamó a Sarah, que estaba hablando con Melanie de la gala, de lo fabulosa que había sido su actuación y de lo terrible que fue cuando se produjo el terremoto.

Melanie, Sarah, la niña y la niñera siguieron a Maggie has-la donde las esperaba el médico. Tal como Sarah temía, era una infección de oído. La fiebre había bajado un poco al salir al templado aire de mayo, pero el doctor dijo que tenía un principio de amigdalitis. Le dio un antibiótico, que Sarah dijo que Oliver ya había tomado antes, y a Molly le regaló una piruleta y le alborotó el pelo. El médico fue muy amable con los niños, aunque llevaba trabajando, casi sin dormir, desde que se produjo el terremoto, el jueves por la noche. Todos habían trabajado un número increíble de horas, en particular Maggie, aunque Melanie la seguía de cerca.

Estaban saliendo del cubículo donde los había visitado el médico, cuando Sarah vio llegar a Everett. Parecía que estaba buscando a alguien, y Melanie y Maggie le hicieron gestos con el brazo. Se acercó con sus habituales botas vaqueras de lagarto negro, que eran su posesión más preciada. Habían sobrevivido al terremoto sin daños.

– Pero ¿qué es esto? ¿Una reunión de la gala? -preguntó, burlón, a Sarah-. ¡Menuda fiesta organizó! Un poco peligrosa al final de la noche, pero creo que, hasta entonces, hizo un trabajo fabuloso. -Le sonrió y ella le dio las gracias.

Maggie la observó, con el pequeño en brazos, y vio que parecía alterada. Se había dado cuenta desde el principio, pero pensó que solo estaba preocupada por la fiebre y el dolor de oídos de Oliver; sin embargo, el médico la había tranquilizado, así que Maggie supuso que había algo más. Su poder de observación era acertado y agudo.

Maggie le propuso a Sarah que la niñera sostuviera al pequeño, y Molly se quedara junto a ella, para que ellas dos pudieran charlar un rato. Dejaron a Melanie y a Everett hablando animadamente, mientras Parmani vigilaba a los niños. Se llevó a Sarah lo bastante lejos como para que los demás no oyeran lo que decían.

– ¿Estás bien? -le preguntó-. Pareces disgustada. ¿Puedo hacer algo para ayudarte? -Vio que los ojos de Sarah se anegaban en lágrimas y se alegró de haber preguntado.

– No… yo… la verdad… estoy bien… bueno… en realidad… tengo un problema, pero no hay nada que puedas hacer. -Empezó a sincerarse con Maggie, pero luego se dio cuenta de que no podía hacerlo, sería demasiado peligroso para Seth. Seguía rezando, aunque sabía que no era razonable, para que nadie averiguara lo que su marido había hecho. Con sesenta millones de dólares desviados y en sus manos, ilegalmente, era imposible que su delito pasara inadvertido y quedara impune-. Es mi marido… no puedo hablar de ello ahora. -Se secó los ojos y miró agradecida a la monja-. Gracias por preguntar.