En ese momento llegó otra oleada de pacientes, con problemas menores, y Melanie y Maggie tuvieron que volver al trabajo. Everett acordó reunirse con ellas en el comedor, por la noche, si podían escaparse. Ninguna de las dos había cenado la noche anterior. Tal como fueron las cosas, también tuvieron que saltarse la cena esa noche. Entró una urgencia y Maggie necesitó la ayuda de Melanie para coser a la mujer. Melanie aprendía mucho de ella; seguía pensando en ello cuando, más tarde, volvió al edificio donde estaba el resto de su grupo. Permanecían allí, sentados y muertos de aburrimiento, sin nada que hacer. Melanie había propuesto varias veces a Jake y a Ashley que se presentaran voluntarios, para hacer algo, ya que quizá tuvieran que quedarse allí otra semana, según habían dicho los boletines de la mañana. La torre del aeropuerto se había desmoronado, así que era imposible que pudieran marcharse. El aeropuerto estaba cerrado, igual que las carreteras.
– ¿Por qué pasas tanto tiempo en el hospital? -preguntó Janet, quejosa-. Acabarán contagiándote algo.
Melanie negó con la cabeza y miró a su madre a los ojos.
– Mamá, me parece que quiero ser enfermera. -Sonrió al decirlo, medio en broma, medio queriendo irritar a su madre. Pero era feliz en el hospital. Le encantaba trabajar con Maggie, y estaba aprendiendo muchas cosas nuevas.
– ¿Estás loca? -preguntó su madre con una cara y una voz indignadas-. ¿Enfermera? ¡Con todo lo que he hecho por tu carrera! ¿Cómo te atreves a decirme algo así? ¿Crees que me he dejado el culo para convertirte en lo que eres y que ahora lo tires todo por la borda para dedicarte a vaciar orinales?
La madre parecía presa del pánico, además de dolida, ante la sola idea de que Melanie pudiera elegir otro camino profesional, cuando era una estrella y tenía el mundo a sus pies.
– Todavía no he vaciado ningún orinal -replicó Melanie, con firmeza.
– Créeme, lo harías. No vuelvas a decirme algo así, nunca.
Melanie no respondió nada. Charló con el resto del grupo, intercambió bromas con Ashley y Jake y, luego, todavía con la camiseta y los pantalones de camuflaje, se echó en el catre y se durmió. Estaba absolutamente agotada. Mientras entraba en un sueño profundo, soñó que huía y se incorporaba al ejército. Pero, en cuanto lo hacía, descubría que el sargento instructor que la tenía tomada con ella, día y noche, era su madre. Por la mañana, recordando el sueño, Melanie se preguntó si había sido una pesadilla o si era su vida real.
Capítulo 6
El domingo por la mañana, por los altavoces de Presidio se informó de que en la ciudad habían sido rescatadas muchas personas, liberadas de donde estaban atrapadas: de los ascensores del centro, de debajo de edificios desplomados o inmovilizadas bajo estructuras caídas. Desde el terremoto de 1989, las normas de construcción eran más estrictas, así que los daños eran menores de lo esperado, pero el alcance de este temblor había sido tal que, de todos modos, se había producido una enorme destrucción y el número de víctimas mortales conocido se elevaba a cuatro mil. Y todavía se estaban explorando algunas zonas. Los operarios del Servicio de Emergencias seguían buscando supervivientes entre los escombros y bajo los pasos elevados de acceso a la autopista, que se habían desplomado. Solo habían pasado sesenta horas desde que se había producido el terremoto, el jueves por la noche, así que seguía habiendo esperanzas de rescatar a muchas personas que permanecían atrapadas.
Las noticias eran aterradoras y alentadoras al mismo tiempo; por todo ello, todos tenían un aspecto sombrío mientras se alejaban de la zona de hierba donde cada día se emitían los comunicados. La mayoría se dirigió al comedor a desayunar. También les habían dicho que probablemente pasarían varias semanas antes de que pudieran volver a sus casas. Los puentes, autovías, aeropuertos y muchas zonas de la ciudad continuaban cerradas. Tampoco había manera de saber cuándo volvería la electricidad y menos aún cuándo la vida regresaría a la normalidad.
Everett estaba charlando tranquilamente con la hermana Maggie, cuando llegó Melanie, después de haber desayunado con su madre, su secretaria, Ashley, Jake y varios miembros de la orquesta. Todos se estaban poniendo nerviosos e impacientes por volver a Los Ángeles, lo cual, evidentemente, no era ni remotamente posible por el momento. No tenían más remedio que esperar y ver qué pasaba. Para entonces, por el campamento había corrido la voz de que Melanie Free estaba allí. La habían visto en el comedor con sus amigos, y su madre había alardeado tontamente de ella. Sin embargo, hasta entonces, en el hospital nadie le había prestado mucha atención. Incluso cuando la reconocían, sonreían y seguían su camino. Era evidente que estaba trabajando duro como voluntaria. Pam se había apuntado para ayudar en el mostrador de ingreso al campamento, ya que continuaba llegando gente. La comida se estaba agotando en la ciudad y todos acudían a Presidio en busca de refugio.
– Hola, pequeña -la saludó Everett sin ceremonias, y ella sonrió.
La joven se había hecho con una nueva camiseta en las mesas de donaciones y un enorme suéter de hombre, lleno de agujeros, que le daba aspecto de huérfana. Todavía llevaba los pantalones de camuflaje y chanclas. También la hermana Maggie se había cambiado de ropa. Cuando había acudido a presentarse voluntaria llevaba consigo una bolsa con algunas cosas. En la camiseta que se había puesto ese día decía: «Jesús es mi colega». Everett soltó una fuerte carcajada al verla y bromeó:
– Supongo que esta es la versión moderna del hábito.
Llevaba botas deportivas de color rojo y seguía pareciendo una monitora de un campamento de verano. Su menudez contribuía a dar la impresión de que era bastante más joven de lo que en realidad era. Podría haber pasado, fácilmente, por treintañera. Tenía una docena más; solo era seis años más joven que Everett, aunque él parecía mucho más viejo, lo bastante como para ser su padre. Sin embargo, cuando alguien hablaba con Maggie se daba cuenta de la relatividad de la edad y de los beneficios de la sabiduría.
Everett se marchó a tomar fotos alrededor de Presidio. Les dijo que iría hasta la zona de la Marina y a Pacific Heights, para ver qué estaba pasando por allí. Insistían en que la gente no fuera al barrio financiero ni al centro, porque los edificios eran más altos, más peligrosos y los daños mucho mayores. La policía seguía preocupada por el riesgo de que objetos pesados o cascotes se desprendieran de los edificios. Era más fácil moverse por los barrios residenciales, aunque también muchos de ellos estaban bloqueados por la policía y los Servicios de Emergencia. Los helicópteros continuaban patrullando por toda la ciudad; por lo general volaban muy bajo, de forma que incluso se podía ver la cara de los pilotos. De vez en cuando aterrizaban en Crissy Field, en Presidio, y los pilotos charlaban con los que se acercaban para pedir más noticias de lo que estaba ocurriendo en la ciudad o en los alrededores. Muchas de las personas que estaban en los refugios de Presidio vivían en el este de la bahía, en la Península, y en Marín, y con los puentes y las autovías cerradas, no tenían ningún medio de volver a casa por el momento. Las noticias Hables eran escasas; en cambio, los rumores de muerte, destrucción y mortandad, corrían desenfrenadamente por la ciudad. Siempre era reconfortante enterarse por los que de verdad sabían, y los pilotos de helicóptero eran la fuente más fiable de todas.
Melanie pasó el día ayudando a Maggie, como había hecho los dos días anteriores. Seguían llegando heridos, y los hospitales de los alrededores de la ciudad seguían enviándoles personas con problemas. Por la tarde llegó un gran avión que les llevó más medicamentos y comida. Las comidas que se servían eran abundantes; parecía que no escaseaban los cocineros sorprendentemente hábiles y creativos. El propietario y chef de uno de los mejores restaurantes de la ciudad estaba en uno de los hangares con su familia, y se había hecho cargo del comedor principal, con gran alegría de todo el mundo. Las comidas eran realmente muy buenas, aunque ni Melanie y ni Maggie solían tener tiempo de comer. En lugar de parar para almorzar, ambas fueron con la mayoría de los médicos del campamento a recibir los suministros que llegaban en el avión y llevarlos al interior.