Melanie estaba teniendo problemas para transportar una caja enorme, cuando un joven, con vaqueros rotos y un suéter hecho jirones, acudió justo antes de que ella la dejara caer. Llevaba un letrero de frágil, así que Melanie agradeció la ayuda. Él le cogió la caja con una sonrisa, y ella le dio las gracias, aliviada de que la hubiera ayudado a evitar el desastre. Dentro había viales de insulina y jeringas para los diabéticos del campamento, que al parecer eran muchos. Todos se habían registrado en el hospital al llegar. Un hospital del estado de Washington les enviaba todo lo que necesitaban.
– Gracias -dijo Melanie, sin aliento. La caja era enorme-. Por poco se me cae.
– Es más grande que tú. -Su benefactor sonrió-. Te he visto por el campamento -continuó con voz agradable mientras se dirigía hacia el hospital con ella, cargado con la caja-. Tu cara me suena. ¿Nos conocemos? Estoy en el último curso, en Berkeley, en ingeniería, especialidad en países sub-desarrollados. ¿Estudias en Berkeley? -Sabía que la había visto antes.
Melanie sonrió.
– No, soy de Los Ángeles -dijo vagamente mientras se acercaban al hospital de campaña. El joven era alto, con ojos azules, y tan rubio como ella. Parecía sano, joven y saludable-. Solo estaba aquí por una noche -explicó.
Él le sonreía, pasmado por lo guapa que era, incluso despeinada, sin maquillaje ni ropa limpia. Todos tenían aspecto de haber naufragado. Él llevaba unas zapatillas que no eran suyas; estaba pasando la noche en la ciudad, en casa de un amigo, cuando tuvo que salir corriendo en calzoncillos y descalzo justo antes de que el edificio se derrumbara. Por suerte, todos los que vivían allí habían sobrevivido.
– Soy de Pasadena -dijo él-. Antes estudiaba en UCL A, pero me cambié aquí el año pasado. Me gusta. Al menos, me gustaba -añadió, sonriendo-. Aunque también tenemos terremotos en Los Ángeles.
La ayudó a llevar la caja dentro y la hermana Maggie le dijo dónde colocarla. Él deseaba quedarse hablando con Melanie. La joven no le había contado nada de ella misma y él no dejaba de preguntarse a qué universidad iba.
– Me llamo Tom. Tom Jenkins -se presentó.
– Yo soy Melanie -dijo, bajito, sin añadir el apellido.
Maggie sonrió mientras se alejaba. Era evidente que Tom no tenía ni idea de quién era Melanie, y pensó que debía de ser agradable para ella. Por una vez, alguien hablaba con ella como con cualquier ser humano y no porque fuera una estrella.
– Estoy trabajando en el comedor -añadió Tom-. Parece que aquí estáis muy ocupadas.
– Sí que lo estamos -dijo Melanie alegremente mientras él la ayudaba a abrir la caja.
– Supongo que estarás aquí un tiempo. Igual que todos. Me han dicho que la torre del aeropuerto se desmoronó como un castillo de naipes.
– Sí. No creo que podamos marcharnos pronto.
– Solo nos quedaban dos semanas de clase. Supongo que ya no volveremos. Tampoco creo que celebremos la ceremonia de graduación. Tendrán que enviarnos los diplomas por correo. Yo iba a pasar el verano aquí. Tengo un trabajo en la ciudad, pero supongo que también eso se habrá ido a paseo; aunque, quién sabe, porque van a necesitar ingenieros. Pero volveré a Los Ángeles cuando pueda.
– Yo también -dijo Melanie, mientras vaciaban la caja.
El no parecía tener ninguna prisa en marcharse y volver al comedor. Estaba pasándolo bien charlando con ella. Parecía dulce y tímida, una chica realmente agradable.
– ¿Tienes formación médica? -preguntó, interesado.
– No, hasta ahora. La estoy consiguiendo aquí, de primera mano.
– Es una excelente ayudante de enfermera -dijo Maggie, respondiendo por ella cuando volvió para comprobar el contenido de la caja. Todo lo que les habían prometido estaba allí y se sintió muy aliviada. Habían recibido una provisión inicial de insulina de los hospitales de la ciudad y del ejército, pero la habían agotado rápidamente-. Sería una enfermera fabulosa -añadió con una sonrisa, y luego se llevó el contenido de la caja al lugar donde almacenaban los suministros.
– Mi hermano estudia medicina. En Syracuse -explicó Tom.
El chico estaba intentando alargar la conversación, y Melanie lo miró con una larga y lenta sonrisa.
– Me encantaría estudiar enfermería -reconoció-. Mi madre me mataría si lo hiciera. Tiene otros planes.
– ¿Como cuáles? -preguntó, interesado. Le seguía intrigando que su cara le resultara tan conocida. En cierto sentido, parecía la típica chica de la casa de al lado, solo que mejor. Además, nunca había tenido una vecina que se pareciera a ella.
– Es complicado. Tiene muchos sueños que se supone que tengo que vivir por ella. Es la estúpida historia de madre e hija. Soy hija única, así que toda su lista de deseos recae en mí. -Era agradable quejarse ante él, aunque no lo conocía. Era comprensivo y la escuchaba de verdad. Por primera vez parecía que a alguien le importaba lo que ella pensara.
– Mi padre estaba desesperado porque yo fuera abogado. Me presionó mucho para lograrlo. Opina que ser ingeniero es aburrido, y no deja de repetir que trabajando en países subdesarrollados no ganaré dinero. En parte tiene razón, pero, con un título de ingeniería, siempre puedo cambiar de especialidad más adelante. Habría detestado estudiar leyes. Él quería tener un médico y un abogado en la familia. Mi hermana tiene un doctorado en física; da clases en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Mis padres están locos por la educación. Pero los títulos no te convierten en un ser humano decente. Yo quiero ser algo más que un hombre con educación. Quiero cambiar cosas en el mundo. Mi familia está más interesada en tener educación para ganar dinero.
Era evidente que procedía de una familia con un nivel de educación alto y Melanie sabía que no podía explicarle que lo único que su madre quería era que ella fuera una estrella. Melanie seguía soñando con ir algún día a la universidad, pero con su agenda de grabaciones y giras de conciertos nunca tenía tiempo y, de seguir a este ritmo, nunca lo tendría. Leía mucho para compensar y, por lo menos, estaba enterada de lo que pasaba en el mundo. El negocio del espectáculo nunca le había parecido suficiente.
– Será mejor que vuelva al comedor -dijo él, finalmente-. Se supone que tengo que ayudar a hacer sopa de zanahoria. Soy un cocinero desastroso, pero hasta ahora nadie se ha dado cuenta. -Se echó a reír con naturalidad y dijo que esperaba volver a verla por el campamento.
Ella le dijo que volviera si se hacía daño, aunque esperaba que no se lo hiciera. Tom le dijo adiós con la mano y se marchó. La hermana Maggie llegó y comentó su encuentro con una sonrisa.
– Es guapo -dijo con ojos chispeantes.
Melanie soltó una risita, propia de la adolescente que era, no de una estrella de fama mundial.
– Sí que lo es. Y agradable. Está a punto de graduarse en Berkeley en ingeniería. Es de Pasadena.
Era totalmente opuesto a Jake, con su aire escurridizo, su carrera de actor y sus frecuentes estancias en rehabilitación; aunque lo había querido durante un tiempo. Sin embargo, recientemente se había quejado a Ashley de que era muy egocéntrico. Ni siquiera estaba segura de que le fuera fiel. Tom parecía un tipo decente, sano y agradable. De hecho, como le habría dicho a Ashley, era realmente muy guapo. Macizo. Un tío bueno. Con cerebro. Y una sonrisa encantadora.
– Quizá lo veas alguna vez en Los Ángeles -dijo Maggie, esperanzada.
Le encantaba que los jóvenes se enamoraran. No le había impresionado demasiado el actual novio de Melanie. Solo se había dejado caer por el hospital una vez; había dicho que apestaba y había vuelto al hangar a no hacer nada. No se había ofrecido voluntario para ninguno de los servicios que otros le proporcionaban a él, y creía que era absurdo que alguien de la talla de Melanie jugara a ser enfermera. Opinaba como su madre, a quien le irritaba lo que hacía Melanie y se quejaba de ello cada noche, cuando la joven volvía y se dejaba caer en el catre.