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– Esta es mi vida. Me gusta. No importa si vivo en Presidio, en Tenderloin o con las prostitutas o los drogadictos. Estoy aquí para ayudarlos, al servicio de Dios. Es parecido al ejército que sirve a su patria. Me limito a obedecer órdenes. No tengo que hacer las normas.

Everett siempre había tenido problemas con las normas y la autoridad, lo cual, en determinado momento de su vida, fue la razón de que bebiera. Era su manera de no jugar según las reglas y escapar de la aplastante presión que sentía cuando otros le decían lo que debía hacer. Maggie tenía mejor carácter que él, incluso ahora que ya no bebía. A veces, la autoridad seguía irritándolo, aunque la toleraba mejor. Era más viejo, más flexible y haber hecho rehabilitación había ayudado.

– Haces que parezca tan sencillo… -dijo Everett con un suspiro.

Terminó el agua y la miró atentamente. Era guapa; sin embargo, se mostraba retraída, intentaba no relacionarse con nadie de una manera personal, femenina. Tenía un aspecto encantador, pero siempre había un muro invisible entre ellos y ella no permitía que desapareciera. Era más poderoso que el hábito que no vestía. No importaba que los demás lo vieran o no; ella siempre era absolutamente consciente de que era monja, y así quería que fuera.

– Es sencillo, Everett -dijo con dulzura-. Recibo mis instrucciones del Padre y hago lo que me dicen, lo que parece estar bien en cada momento. Estoy aquí para servir, no para dirigir las cosas ni para decirle a nadie cómo tiene que vivir. Ese no es mi trabajo.

– Tampoco el mío -respondió él, lentamente-, pero tengo mis opiniones sobre la mayoría de las cosas. ¿No te gustaría tener tu propia casa, una familia, un marido, hijos?

Ella negó con la cabeza.

– En realidad, nunca he pensado en ello. Nunca he creído que eso fuera para mí. Si estuviera casada y tuviera hijos, solo me ocuparía de ellos. De esta manera, puedo cuidar de muchos más. -Parecía totalmente satisfecha.

– ¿Y qué hay de ti? ¿No quieres nada? ¿Para ti misma?

– No -sonrió francamente-. No. Mi vida es perfecta tal como es y me gusta así. A esto se refieren cuando hablan de vocación. Estaba llamada a hacer esto y estaba hecha para ello, lis como ser elegida para un propósito especial. Es un honor. Ya sé que tú no lo ves de esta manera, pero para mí no es un sacrificio. No renuncié a nada. Recibo mucho más de lo que nunca habría soñado o deseado. No se puede pedir más.

– Eres afortunada -dijo él, con tristeza, al cabo de un momento. Era evidente que ella no quería nada para sí misma, no tenía necesidades en las que se permitiera pensar, ningún deseo de ascender ni de adquirir nada. Era totalmente feliz y se sentía realizada entregando su vida a Dios-. Yo siempre quiero cosas que nunca he tenido; me pregunto cómo sería compartir mi vida con alguien, tener una familia y unos hijos a los que ver crecer, en lugar del que no he llegado a conocer. Simplemente, tener a alguien con quien disfrutar de la vida. Pasada cierta edad, no es divertido hacerlo todo solo. Parece egoísta y vacío. Si no lo compartes todo con alguien que quieres, ¿qué sentido tiene? Y luego, ¿qué? ¿Mueres solo? Por alguna razón, nunca he tenido tiempo de hacer nada de eso. Estaba demasiado ocupado cubriendo zonas de guerra. También es posible que me asustara demasiado ese tipo de compromiso, después de que me atraparan en el matrimonio cuando no era más que un muchacho. Que te dispararan resultaba menos aterrador que seguir casado. -Parecía deprimido, y ella le tocó el brazo con dulzura.

– Deberías tratar de encontrar a tu hijo -dijo con voz queda-. Es posible que él te necesite, Everett. Podrías ser un gran regalo para él. Y él podría llenar un vacío en ti. -Veía que se sentía solo y creía que, antes que mirar hacia delante, a ese futuro vacío que veía ante él, debía volver sobre sus pasos, por lo menos durante un tiempo, y buscar a su hijo.

– Tal vez tengas razón -respondió él, reflexionando.

Sin embargo, había algo en la idea de buscar a su hijo que lo asustaba. Era demasiado difícil. Todo había pasado hacía mucho tiempo y, probablemente, Chad lo odiaba por abandonarlo y perder el contacto. En aquel entonces, Everett solo tenía veintiún años y aquella responsabilidad había pesado mucho sobre él. Así que huyó y se dio a la bebida los siguientes veintiséis años. Envió dinero para mantener a su hijo hasta que este cumplió dieciocho años, pero eso había ocurrido una docena de años atrás.

– Echo de menos mis reuniones -dijo cambiando de conversación-. Siempre me siento como una mierda cuando no voy a AA. Procuro ir dos veces al día. A veces, incluso más. -Y ahora hacía tres días que no iba. No había reuniones en la destrozada ciudad y él no había hecho nada para organizar un grupo de AA en el campamento.

– Creo que tendrías que organizar uno aquí -lo animó ella-. Quizá tengamos que quedarnos otra semana, o más. Es mucho tiempo para que no asistas a ninguna asamblea y lo mismo debe de pasarles a todos los demás que echan en falta sus reuniones. Con tanta gente, apuesto a que tendrás una respuesta asombrosa.

– Tal vez sí -respondió con una sonrisa. Siempre lograba que se sintiera mejor. Era una persona extraordinaria en todos los sentidos-. Me parece que te quiero, Maggie, en el buen sentido -afirmó plácidamente-. Nunca había conocido a nadie como tú. Eres como la hermana que nunca tuve y que desearía haber tenido.

– Gracias -dijo ella dulcemente. Sonrió y luego se puso en pie-. Sigues recordándome un poco a uno de mis hermanos. El que era sacerdote. Creo sinceramente que deberías hacerte sacerdote -continuó, tomándole el pelo-. Tendrías mucho que compartir. ¡Y piensa en las morbosas confesiones que escucharías!

– ¡Ni siquiera por eso! -dijo Everett poniendo los ojos en blanco.

La dejó en el hospital y fue a ver a uno de los voluntarios de la Cruz Roja que se encargaba de la administración del campamento. Luego regresó a su sala para hacer un letrero: Amigos de Bill W. Los miembros de A A sabrían qué quería decir. La contraseña era para informar de una reunión utilizando el nombre de su fundador. Con aquel tiempo cálido, incluso podían celebrar la reunión al aire libre, en algún lugar un poco apartado. Había un bosquecillo tranquilo que había descubierto paseando por el campamento. Era el sitio perfecto. El administrador le había prometido que anunciaría la reunión por el sistema de altavoces a la mañana siguiente. El terremoto los había reunido a todos allí, a miles de ellos, cada uno con su propia vida y sus problemas personales. Se estaban convirtiendo en una ciudad dentro de la ciudad, en la ciudad de todos ellos. Una vez más, Maggie tenía razón. Después de decidir organizar una reunión de AA en el campamento, ya se sentía mejor. Pensó de nuevo en Maggie y en la influencia positiva que ejercía sobre él. A sus ojos, no era únicamente una mujer o una monja; era mágica.

Capítulo 7

Al día siguiente, Tom volvió al hospital con aire compungido para ver a Melanie. La encontró cuando se dirigía a un cobertizo donde usaban lavadoras que funcionaban con butano para hacer la colada. Iba muy cargada de ropa y, al verlo, estuvo a punto de tropezar. El la ayudó a cargar las máquinas mientras se disculpaba por su estupidez cuando se conocieron.

– Lo siento, Melanie. No suelo ser tan tonto. No establecí la relación. Supongo que no esperaba encontrarte aquí.

Ella le sonrió; no parecía molesta porque no la hubiera reconocido. De hecho, lo prefería.

– Canté en una gala benéfica, aquí, el jueves por la noche.

– Me encanta tu música y tu voz. Sabía que me resultabas familiar -dijo riendo, relajándose por fin-. Pero creí que debía de conocerte de Berkeley.

– Ya me gustaría -respondió ella sonriendo, mientras volvían al exterior-. Me gustó que no supieras quién era. A veces es muy pesado que todos me conozcan y me hagan la pelota -dijo sin rodeos.

– Sí, apuesto a que sí.