En cuanto salió del ascensor, Sarah vio el enorme salón de la planta club. Había pastelitos, sándwiches y fruta, botellas de vino y un pequeño bar. Había cómodos sillones, mesas, teléfonos, un gran surtido de periódicos, una pantalla de televisión gigante y dos azafatas sentadas a una mesa para ayudar a los huéspedes en todo lo que necesitaran, desde facilitarles reservas para la cena, responder a preguntas sobre la ciudad, darles indicaciones, conseguirles manicuras, masajes y cualquier cosa que se les antojara. Sarah les preguntó cómo llegar a la habitación de Melanie y luego siguió avanzando por el pasillo. Para evitar problemas de seguridad y líos con las fans, Melanie estaba registrada como Hastings, el nombre de soltera de su madre. Lo hacían en todos los hoteles, igual que otras estrellas que raramente daban su nombre real.
Sarah llamó suavemente a la puerta de la suite, cuyo número le había dado la azafata del salón. Podía oír música en el interior; al cabo de un momento le abrió la puerta una mujer baja y corpulenta vestida con un top sin espalda y vaqueros. Llevaba un cuaderno amarillo en la mano, un bolígrafo metido entre el pelo y sostenía un traje de noche.
– ¿Pam? -preguntó Sarah, y la mujer sonrió y asintió-. Soy Sarah Sloane. Solo venía a saludaros.
– Entra -dijo Pam alegremente.
Sarah la siguió hasta el pequeño salón de la suite y se encontró en medio del caos. En el suelo había media docena de maletas abiertas y su contenido se desbordaba por todas partes. Una de ellas estaba llena de vestidos ceñidos. De las otras salían botas, vaqueros, bolsos, tops, blusas, una manta de cachemira y un osito de peluche. Parecía como si un conjunto de coristas hubiera tirado sus pertenencias de cualquier forma. Sentada en el suelo, junto a las maletas, estaba una joven rubia con aspecto de elfo. Levantó la cara, miró a Sarah y luego continuó revolviendo en una de las maletas, claramente en busca de algo en concreto. No parecía tarca fácil encontrar nada entre aquellos montones de ropa.
Sarah miró alrededor, sintiéndose fuera de su elemento, y entonces la vio: Melanie Free estaba tumbada en el sofá con ropa de gimnasia y la cabeza apoyada en el hombro de su pareja. Él estaba muy ocupado con el mando a distancia en una mano y una copa de champán en la otra. Era guapo; Sarah sabía que era actor y que hacía poco que había dejado un programa de televisión de éxito debido a un problema con las drogas. Recordaba vagamente que acababa de salir de rehabilitación; parecía sobrio cuando le sonrió a Sarah, pese a la botella de champán que había en el suelo, junto a él. Se llamaba Jake. Melanie se levantó para saludar a Sarah. Sin maquillaje parecía todavía más joven de lo que era. Aparentaba tener dieciséis años, con su pelo rubio dorado, largo y liso. Su novio lo tenía negro como el azabache y peinado de punta. Antes de que Sarah pudiera decir una palabra apareció de la nada la madre de Melanie y le estrechó la mano hasta casi hacerle daño.
– Hola, soy Janet. La madre de Melanie. Nos encanta estar aquí. Gracias por conseguirnos todo lo de la lista. A mi niña le encanta encontrar todo lo que le gusta, ya sabes lo que pasa -dijo con una sonrisa amplia y cordial. Se conservaba bien a pesar de que tenía entre cuarenta y cincuenta años; seguramente había sido guapa en otros tiempos, aunque debía de haber tenido días mejores. Pese a su agraciada cara, se le habían ensanchado las caderas. Su «niña» todavía no había dicho palabra. No había tenido ninguna oportunidad en medio de la cháchara de su madre. Janet Hastings llevaba el pelo teñido de un rojo vivo. El color era agresivo, sobre todo al lado del rubio pálido de Melanie y de su aspecto casi infantil.
– Hola -saludó Melanie en voz baja. No parecía una estrella, solo una tierna adolescente.
Sarah estrechó la mano a las dos mientras la madre de Melanie seguía hablando; dos mujeres cruzaron la estancia, y Jake se levantó y anunció que se iba al gimnasio.
– No quiero molestar. Dejaré que os instaléis -dijo Sarah a Melanie y a su madre, y luego miró directamente a Melanie-: ¿Sigue en pie el ensayo de las dos?
Melanie asintió y luego miró a su secretaria; en ese momento, su mánager habló desde la puerta:
– Los músicos dicen que estarán preparados para montarlo todo a las dos y cuarto. Melanie puede ir a las tres. Solo necesitamos una hora, para que pruebe el sonido de la sala.
– Perfecto -las tranquilizó Sarah mientras una doncella del hotel entraba a recoger el vestido de Melanie para plancharlo. Era casi todo de lentejuelas y red-. Estaré en el salón de baile, para asegurarme de que dispones de todo lo que necesitas. -Tenía hora en el peluquero a las cuatro, para que le arreglaran el pelo y le hicieran la manicura, y estar de vuelta en el hotel a las seis, para vestirse y acudir al salón de baile a las siete y poder asegurarse de que todo el mundo estaba preparado y recibir a los invitados-. El piano llegó anoche y esta mañana lo han afinado.
Melanie sonrió y asintió de nuevo; luego se dejó caer en una butaca mientras su mejor amiga, todavía en el suelo, entre las maletas, soltaba un grito de victoria. Sarah había oído que alguien la llamaba Ashley; tenía el mismo aspecto infantil que Melanie.
– ¡Lo encontré! ¿Me lo puedo poner esta noche? -Lo que sostenía en alto para que Melanie lo viera era un vestido muy ceñido con un estampado de leopardo. Melanie asintió y Ashley soltó otra risita cuando encontró los zapatos de plataforma a juego, con unos tacones de veinte centímetros de alto. Se marchó a toda prisa para probarse el conjunto y Melanie le sonrió de nuevo, tímidamente, a Sarah.
– Ashley y yo fuimos juntas a la escuela desde los cinco años -explicó Melanie-. Es mi mejor amiga. Va conmigo a todas partes. -Era evidente que se había convertido en parte del séquito, y Sarah no pudo evitar pensar que era una extraña manera de vivir. Su vida daba la sensación de ser como un circo, en habitaciones de hotel y entre bastidores. En cuestión de minutos, le habían dado a la elegante suite del Ritz el aspecto de una residencia universitaria. Además, una vez que Jake se había ido al gimnasio, solo había mujeres en la estancia. La peluquera preparaba una melena que encajara con el pelo rubio de Melanie. Era la perfección misma.
– Gracias por hacer esto -dijo Sarah sonriendo y mirando a Melanie a los ojos-. Te vi en la entrega de los Grammy y estuviste genial. ¿Cantarás «Don't Leave Me» esta noche?
– Sí -respondió su madre por ella tendiéndole a su hija una botella del agua Calistoga que habían pedido, mientras permanecía entre Melanie y Sarah hablando por su hija como si la superestrella no existiera.
Sin decir nada, Melanie se sentó en el sofá, cogió el mando a distancia, bebió un largo trago de agua y sintonizó la MTV.
– Nos encanta esa canción -dijo Janet con una sonrisa.
– A mí también -respondió Sarah, un poco desconcertada por la contundencia de Janet. Por lo que se veía, dirigía la vida de su hija y parecía pensar que era una parte tan importante del estrellato como la propia Melanie. La joven no parecía poner objeciones; era evidente que estaba acostumbrada. Unos minutos después, su amiga volvió a entrar, tambaleándose sobre los altos tacones y vestida con el traje de leopardo prestado. Le iba un poco grande. Enseguida se sentó en el sofá, al lado de su amiga de la infancia, para ver la tele juntas.
Era imposible saber quién era Melanie. Parecía que no tuviera personalidad ni voz, salvo para cantar.
– Fui corista en Las Vegas, ¿sabes? -informó Janet a Sarah, que se esforzó por parecer interesada. Era fácil de creer; daba el tipo pese a los vaqueros, que llenaba generosamente, y a los enormes pechos, que Sarah sospechaba, acertadamente, que no eran de verdad. Los de Melanie también eran impresionantes, pero era lo bastante joven como para que, con su cuerpo esbelto, sexy y bien tonificado, no resultara chocante. Janet parecía un poco en el ocaso. Era una mujer de aspecto robusto, con una voz chillona y una personalidad en consonancia. Sarah se sentía abrumada, intentando encontrar alguna excusa para marcharse, mientras Melanie y su compañera de la escuela seguían mirando la tele hipnotizadas.