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– Pues claro -respondió ella-. Espero que me llames. -Le anotó el número de su móvil.

Los móviles todavía no funcionaban en la zona de San Francisco y aún tardarían bastante en hacerlo. Los servicios de teléfono y de los ordenadores tampoco se habían restablecido. Se hablaba de que tardarían otra semana en estar en funcionamiento.

Volvieron paseando al hospital y él bromeó, diciendo:

– Supongo que no te matricularás en la escuela de enfermería por el momento, ya que te vas de gira.

– En efecto. Al menos, no en esta vida.

Había presentado a Tom a su madre el día anterior, pero Janet no se había mostrado impresionada. En lo que a ella respectaba, era solo un muchacho y su título de ingeniero no significaba nada. Quería que Melanie saliera con productores, directores, cantantes famosos, actores conocidos, cualquiera que atrajera la mirada de la prensa o que, de alguna manera, pudiera ayudarla en su carrera. Dejando de lado sus fallos, Jake cumplía ese papeclass="underline" era un señuelo para la prensa. Tom nunca lo sería. Y su aburrida, sana y bien educada familia de Pasadena no tenía ningún interés para Janet. Pero no se sentía inquieta; suponía que Melanie lo olvidaría en cuanto se marcharan de San Francisco, y que no volvería a verlo nunca más. No tenía ni idea de sus planes para volver a encontrarse en Los Ángeles.

Melanie trabajó con Maggie todo el día y hasta bien entrada la noche. Tom les llevó una pizza del comedor y cenaron juntos. La comida seguía siendo sorprendentemente buena, gracias al continuado suministro de carne, fruta y verduras frescas, transportadas en helicóptero, y a la creatividad de los cocineros. Everett se unió a ellas después de su última reunión de AA y les dijo que le había pasado el relevo a una nueva secretaria, una mujer cuya casa en la Marina había quedado destruida y que pensaba quedarse en el refugio de Presidio varios meses. El número de asistentes había aumentado extraordinariamente en los últimos días y había sido una enorme fuente de apoyo para él. Dio las gracias a Maggie, una vez más, por animarlo a iniciar las reuniones. Ella le aseguró, amablemente, que él lo habría hecho de todos modos. Luego continuaron sentados, charlando, después de que los dos jóvenes se marcharan a dar un paseo en su última noche juntos. Eran unos momentos que todos recordarían durante mucho tiempo, algunos con dolor.

– Detesto volver a Los Ángeles mañana -confesó Everett, después de que Tom y Melanie se marcharan. Le habían prometido volver para despedirse. El grupo procedente de Los Ángeles se marcharía a la mañana siguiente, temprano, así que Melanie no volvería a trabajar en el hospital-. ¿Estarás bien aquí? -Parecía preocupado por ella. Estaba llena de fuego y desbordaba energía, pero también había algo vulnerable en ella, algo que había acabado apreciando mucho.

– Por supuesto que sí. No seas tonto. He estado en sitios mucho peores que este. Mi barrio, por ejemplo -respondió, echándose a reír.

El también sonrió.

– Y yo. Pero ha sido muy agradable estar aquí contigo, Maggie.

– Hermana Maggie para ti -le recordó, y luego soltó una risita. Había algo entre ellos y eso, a veces, le preocupaba. El había empezado a tratarla como una mujer, no como una monja. Se mostraba protector, así que ella le recordó que las monjas no eran mujeres corrientes; estaban bajo la protección de Dios-. Mi Hacedor es mi esposo -dijo, citando la Biblia -. El cuida de mí. Estaré bien aquí. Tú asegúrate de que estás bien en Los Ángeles. -Seguía alimentando la esperanza de que pronto fuera a Montana a buscar a su hijo, aunque sabía que todavía no estaba preparado para hacerlo. Pero habían hablado de ello varias veces, así que ella de nuevo lo animó a considerarlo.

– Estaré muy ocupado revelando todas las fotos que he tomado. Mi editor se volverá loco. -Sonrió, impaciente por ver las fotos que había tomado de ella la noche del terremoto y después-. Te enviaré copias de las que te he hecho a ti.

– Me gustaría. -Sonrió. Aquellos días habían sido extraordinarios para todos ellos; para algunos tal vez trágicos, pero positivos para otros. Se lo había dicho a Melanie aquella misma tarde. Esperaba que, en algún momento, Melanie se comprometiera en algún trabajo voluntario. Era muy buena en ese tipo de tareas y había reconfortado a mucha gente con gran dulzura y gentileza-. Melanie sería una gran monja -comentó a Everett.

El soltó una carcajada.

– Deja de intentar reclutar. Esa chica nunca lo hará; su madre la mataría. -Everett había visto a Janet una vez, con Melanie, y la detestó nada más verla. Pensó que era vulgar, dominante, mandona, pretenciosa y grosera. Trataba a Melanie como si tuviera cinco años, mientras explotaba su éxito al máximo.

– Le aconsejé que buscara alguna misión católica en Los Ángeles. Podría hacer un trabajo maravilloso con los sin hogar. Me confesó que, algún día, le gustaría dejar lo que está haciendo y marcharse durante seis meses, para trabajar con los pobres en otro país. Cosas más raras han pasado. Podría ser muy bueno para ella. El mundo en el que trabaja es demencial. Tal vez necesite un descanso, algún día.

– Podría ser, pero no creo que vaya a suceder, con una madre como la suya. No mientras gane discos de platino y Grammys. Supongo que pasará bastante tiempo antes de que pueda hacer algo así. Si es que alguna vez lo hace.

– Nunca se sabe -dijo Maggie. Le había dado a Melanie el nombre de un sacerdote de Los Ángeles que hacía un trabajo maravilloso con la gente de la calle y que iba a México varios meses al año, para ayudar allí.

– ¿Y qué hay de ti? -preguntó Everett-. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Volverás a Tenderloin en cuanto puedas? -Detestaba aquel barrio. Era muy peligroso, tanto si ella lo reconocía como si no.

– Me parece que me quedaré aquí un tiempo. Las otras monjas también se quedan, y algunos sacerdotes. Muchas de las personas que ahora viven aquí no tienen otro sitio a donde ir. Mantendrán abiertos los refugios de Presidio durante por lo menos seis meses. Trabajaré en el hospital de campaña, pero iré a casa de vez en cuando, para ver cómo va todo. Probablemente, hay más cosas que hacer aquí. Puedo usar mis conocimientos de enfermería. -Los había usado bien hasta entonces.

– ¿Cuándo volveré a verte, Maggie? -Parecía preocupado. Le había gustado mucho verla cada día, pero ya empezaba a notar cómo ella iba saliendo de su vida, posiblemente para siempre.

– No lo sé -reconoció ella, también con aire triste; luego sonrió al recordar algo que llevaba días queriendo contarle-. ¿Sabes, Everett?, me recuerdas una película que vi cuando era niña. Ya entonces era antigua, con Robert Mitchum y Deborah Kerr. Una monja y un marine naufragan y llegan a una isla desierta. Casi se enamoran pero, por lo menos, son lo bastante sensatos para no permitir que suceda, y se convierten en amigos. Al principio, él se comporta muy mal y ella se escandaliza. Bebe mucho; creo que incluso esconde el alcohol. Ella lo reforma, de algún modo; se cuidan mutuamente. Mientras están en la isla, tienen que ocultarse de los japoneses. La película transcurre durante la Segunda Guerra Mundial. Al final, los rescatan. El vuelve a los marines y ella al convento. Se llamaba Solo Dios lo sabe. Era una película conmovedora. Me gustó mucho. Deborah Kerr era una monja estupenda.

– Tú también -afirmó él con tristeza-. Voy a echarte de menos, Maggie. Ha sido maravilloso hablar contigo cada día.

– Puedes llamarme cuando vuelvan a funcionar los móviles, aunque me parece que tardarán un poco. Rezaré por ti, Everett -dijo, mirándolo a los ojos.

– A lo mejor yo también rezo por ti -replicó él-. ¿Qué hay de la película, la parte en la que casi se enamoran pero acaban siendo amigos? ¿Nos ha pasado lo mismo a nosotros?

Ella se quedó callada unos momentos, pensando en ello, antes de responder.