Los agentes especiales del FBI pasaron dos horas con Seth, interrogándolo sobre Sully, de Nueva York. Seth se negó a contestar cualquier pregunta sobre él mismo, sin que estuviera presente su abogado, y contó lo menos posible de Sully. Lo amenazaron con arrestarlo allí mismo, por obstrucción a la justicia, si se negaba a contestar a las preguntas sobre su amigo. Cuando se fueron, Seth tenía el rostro desencajado. Pero, por lo menos, no lo habían arrestado. Estaba seguro de que no tardarían en hacerlo.
– ¿Qué te han dicho? -preguntó Sarah, nerviosa, después de que se marcharan.
– Querían información sobre Sully. No les he contado mucho, tan poco como he podido.
– ¿Qué han dicho de ti? -volvió a preguntar Sarah, ansiosa.
– Les he dicho que no hablaría si no estaba presente mi abogado y han contestado que volverían. Puedes estar segura de que lo harán.
– Y ahora, ¿qué hacemos?
Seth se sintió aliviado al oír que hablaba en plural. No estaba seguro de si era solo por costumbre o si revelaba su estado de ánimo. No se atrevió a preguntar. En toda la semana no había hablado con él, y no quería volver a esa situación.
– Henry Jacobs vendrá esta tarde.
Por fin, funcionaban de nuevo los teléfonos. Habían tardado dos semanas. Pero le aterrorizaba hablar con cualquiera. Había sostenido una críptica conversación telefónica con Sully; eso era todo. Si el FBI lo estaba investigando, sabía que quizá hubieran intervenido su teléfono y no quería empeorar las cosas más de lo que ya lo estaban.
Cuando llegó, el abogado se encerró con Seth en el despacho; estuvieron casi cuatro horas. Examinaron exhaustivamente todos los detalles del caso. Seth se lo contó todo; cuando acabó, el abogado no se mostró optimista. Dijo que, en cuanto tuvieran los documentos del banco, probablemente lo llevarían ante el gran jurado y lo acusarían. Y después no tardarían en arrestarlo. Estaba casi seguro de que lo procesarían. Luego, no sabía qué pasaría, pero la visita de los agentes del FBI no auguraba nada bueno.
Fue un fin de semana de pesadilla para Sarah y Seth. El Distrito Financiero estaba cerrado, sin electricidad ni agua, así que Seth seguía sin poder ir al centro. Se quedó en casa, esperando que sucediera lo inevitable. Y sucedió el lunes por la mañana. El director de la oficina local del FBI llamó a Seth por la BlackBerry. Dijo que las oficinas principales estaban cerradas, así que pidió a Seth y a su abogado que se reunieran con él en casa de Seth al día siguiente por la tarde. Le recordó que no saliera de la ciudad y le informó que estaba sometido a una investigación y que el FBI había sido informado por la SEC. También le contó que Sully iba a comparecer ante el gran jurado, en Nueva York, aquella semana, algo que Seth ya sabía.
Encontró a Sarah en la cocina, dando de comer a Ollie. El pequeño tenía compota de manzana por toda la cara; Sarah estaba hablando con él y con Molly, con Barrio Sésamo de fondo. Habían restablecido la electricidad durante el fin de semana, aunque gran parte de la ciudad todavía no tenía. Ellos estaban entre los escasos afortunados, seguramente debido al barrio en el que residían. El alcalde vivía a pocas calles de distancia, algo que nunca perjudica. Estaban restableciendo la electricidad por sectores. Ellos estaban en el primer sector, lo cual era una suerte. También habían abierto algunos establecimientos, sobre todo supermercados, cadenas de alimentación y bancos.
Sarah parecía aterrada cuando Seth le habló de la reunión con el FBI programada para el día siguiente. La única buena noticia para ella era que, como esposa, podía negarse a testificar contra él. De todos modos, no sabía nada. Seth nunca le había hablado de sus transacciones ilegales en los fondos de alto riesgo. Enterarse había sido un duro golpe para ella.
– ¿Qué vas a hacer? -preguntó con voz ahogada.
– Mañana me reuniré con ellos, acompañado de Henry. No tengo otra opción. Si me niego podría ser peor; además, pueden conseguir una orden judicial para obligarme. Henry vendrá esta tarde, para prepararme. -Había llamado a su abogado inmediatamente después de hablar con el FBI, y había insistido en que se vieran.
Henry Jacobs llegó por la tarde, con aire sombrío y oficial. Sarah abrió la puerta y lo acompañó arriba, al estudio donde lo esperaba Seth, garabateando nerviosamente, sentado a la mesa y mirando con aire deprimido por la ventana. Había estado abstraído todo el día y, después de su breve conversación con Sarah, había cerrado la puerta. Sarah llamó suavemente y abrió para que entrara Henry.
Seth se levantó para recibirlo, le indicó una butaca y suspiró al sentarse.
– Gracias por venir, Henry. Espero que tengas una varita mágica en la cartera. Voy a necesitar un mago para que me saque de esta. -Se pasó la mano por el pelo mientras el abogado, con aspecto sombrío, se sentaba delante de él.
– Es posible -dijo Henry, sin comprometerse.
Henry era un cincuentón que ya había llevado casos parecidos. Seth lo había consultado varias veces, en realidad en sentido inverso: buscando información detallada sobre cómo cubrir turbias operaciones antes de que se produjeran. Al abogado nunca se le había ocurrido que eso era lo que tenía en mente. Las preguntas le habían parecido muy teóricas y había supuesto que iban encaminadas a asegurarse de no hacer nada malo. Lo había admirado por ser tan diligente y cauto; solo ahora comprendía lo que estaba pasando. No lo juzgaba, pero no había ninguna duda de que Seth se había metido en un grave aprieto, que podía tener unas consecuencias catastróficas.
– Deduzco que ya has hecho esto antes -comentó Henry mientras lo repasaban todo una vez más. Las operaciones de Seth parecían demasiado diestras, demasiado concienzudas y detalladas para que esta fuera la primera vez. Seth asintió. Henry era astuto y muy bueno en lo que hacía-. ¿Cuántas veces?
– Cuatro.
– ¿Alguien más ha estado comprometido?
– No. Solo el mismo amigo de Nueva York. Somos compañeros desde el instituto. Confío totalmente en él, aunque supongo que ahora no se trata de eso. -Seth sonrió forzadamente y tiró un lápiz sobre la mesa-. Si no hubiera habido ese terremoto de los cojones, tampoco habríamos tenido problemas esta vez. ¿Quién podía imaginarlo? íbamos un poco justos de tiempo, pero fue solo una maldita mala suerte que los auditores de sus inversores se presentaran tan pronto después de los míos. Habría funcionado, si el terremoto no lo hubiera paralizado todo.
El dinero había quedado congelado en los bancos, lo cual había permitido que su confabulación se descubriera.
Durante dos semanas, Seth había tenido las manos atadas, con el dinero de los inversores de Sully en sus cuentas. Pero pasaba algo por alto; no se trataba de que el terremoto les hubiera impedido tapar su delito, sino de que no habían transferido los fondos. No debía de haber nada más ilegal que eso, aparte de vaciar las cuentas y huir con el dinero. Habían mentido a dos grupos de inversores, creando el espejismo de que poseían unos fondos enormes en sus cuentas, y los habían descubierto. Henry no estaba escandalizado -defender a gente como Seth era su trabajo-pero tampoco simpatizaba con la situación que había destapado el terremoto. Seth lo vio en sus ojos.
– ¿Qué podemos esperar? -preguntó sin ambages. El terror se reflejaba en su rostro y se le escapaba por los ojos, como si fuera una rata enjaulada.
Sabía que no le gustaría lo que iba a oír, pero quería saberlo. El gran jurado se reuniría en Nueva York aquella misma semana, para acusar a Sully, a petición del fiscal federal. Seth sabía que su turno no tardaría en llegar, dado lo que le había comunicado el FBI.
– Seamos realistas, las pruebas contra ti son muy sólidas, Seth -dijo Henry en voz baja. No había ninguna manera de disfrazarlo-. Tienen pruebas claras contra ti, en tus cuentas del banco.