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– Voy a necesitarte durante el proceso -dijo sinceramente-, y todavía más después. Podría no estar aquí durante mucho tiempo.

Las lágrimas afloraron a los ojos de Sarah al oír aquellas palabras; se levantó para dejar los platos de los niños en el fregadero. No quería que sus hijos la vieran llorar, ni él tampoco. Pero Seth la siguió hasta donde estaba.

– No me dejes ahora, Sarrie. Te quiero. Eres mi esposa. No puedes dejarme tirado -suplicó.

– ¿Por qué no lo pensaste antes? -preguntó ella en un susurro mientras las lágrimas le caían por las mejillas en aquella preciosa cocina, en aquella casa que adoraba. El problema con su actual situación era que no se trataba de salvar la casa ni su estilo de vida, sino de que estaba casada con un hombre tan corrupto y deshonesto que había destrozado su vida y su futuro y que, ahora, decía que la necesitaba. ¿Y lo que ella necesitaba de él? ¿Y sus hijos? ¿Y si iba treinta años a prisión? ¿Qué pasaría con todos ellos? ¿Qué vida tendrían ella y los niños?

– Estaba construyendo algo para nosotros -explicó Seth con voz apagada, cerca de ella, junto al fregadero-. Lo hacía por ti, Sarah, por ellos. -Con un gesto señaló hacia el piso de arriba-. Supongo que quise hacerlo demasiado rápido, y me estalló en la cara. -Dejó caer la cabeza con aire avergonzado. Pero Sarah veía que la estaba manipulando, del mismo modo que estaba dispuesto a traicionar a su amigo; era más de lo mismo. Todo giraba en torno a él. Los demás podían irse al infierno.

– Intentaste hacerlo de manera deshonesta. Es diferente -le recordó Sarah-. No tiene nada que ver con construir algo para nosotros. Tiene que ver contigo, con llegar a ser un pez gordo y un ganador, sin importar lo que costara, a expensas de todos, incluso de los niños. Si vas treinta años a la cárcel, ni siquiera te conocerán. Te verán de vez en cuando en las visitas. Por todos los santos, igual podrías estar muerto -dijo furiosa. Ya no se sentía solo destrozada y asustada.

– Muchísimas gracias -dijo Seth, con un brillo alarmante en los ojos-. No cuentes con ello. Me gastaré hasta el último centavo para pagar a los mejores abogados que pueda conseguir y apelar una y otra vez, si tengo que hacerlo. -Pero ambos sabían que antes o después tendría que pagar por sus delitos. Esta última vez, él y Sully pagarían por todas las ocasiones en las que habían hecho lo mismo. Se hundirían, juntos, muy hondo, y Sarah no quería que la arrastrara con él, por mucho que le costara-. ¿Qué ha pasado con «para lo bueno y para lo malo»?

– No creo que eso incluya un fraude de valores y treinta años de cárcel -dijo Sarah con voz temblorosa.

– Incluye permanecer al lado de tu marido cuando está hasta el cuello de mierda. Intenté construir una vida para nosotros, Sarah. Una buena vida. Una gran vida. No oí que te quejaras de lo «bueno» cuando compré esta casa y te dejé que la llenaras de arte y antigüedades, cuando te compré montones de joyas, ropa cara, una casa en Tahoe y un avión. No oí que me dijeras que era demasiado.

Sarah no daba crédito a lo que oía. Solo escucharlo le provocaba más náuseas.

– Te dije que era demasiado caro y que estaba preocupada -le recordó-. Lo hacías todo muy deprisa.

Pero ahora, ambos ya sabían cómo. Lo había hecho con ganancias adquiridas fraudulentamente, engañando a los inversores, haciéndoles creer que tenía más de lo que tenía, para que le dieran más dinero para sus arriesgadas inversiones. Por loque ella sabía, probablemente se había quedado con una parte. Al pensarlo ahora, comprendió que era muy posible. No se había detenido ante nada para llegar a la cima, y ahora iba a tener una caída vertiginosa hasta el suelo. Puede que incluso fuera fatal para ella, después de destruir la vida de todos ellos.

– No vi que devolvieras nada ni que intentaras detenerme -le reprochó él.

Sarah lo miró a los ojos.

– ¿Podría haberlo hecho? Lo dudo, Seth. Creo que lo que te impulsó fue la codicia y la ambición, sin importar lo que costara. Cruzaste todos los límites, y ahora todos nosotros tendremos que pagar por ello.

– Seré yo quien irá a la cárcel, no tú, Sarah.

– ¿Y qué esperabas actuando así? No eres un héroe, Seth; eres un estafador. Eso es lo que eres. -Estaba llorando de nuevo.

Seth salió de la habitación, dando un portazo. No quería oírle decir aquello. Quería que le dijera que permanecería a su lado, sin importar lo que pasara. Era mucho pedir, pero creía que lo merecía.

Fue una noche larga y angustiosa para los dos. El se quedó encerrado en su despacho hasta las cuatro, y ella no salió de la habitación de invitados. Finalmente, a las cinco de la mañana, él se echó en la cama y durmió hasta mediodía. Se levantó a tiempo para vestirse para la reunión con su abogado y el FBI. Sarah se había llevado a los niños al parque. Seguía sin coche, después de perder en el terremoto los dos que tenían, pero Parmani tenía su viejo Honda, que utilizaban para hacer recados. Sarah estaba demasiado disgustada hasta para alquilar un coche, y Seth no iba a ir a ningún sitio, así que tampoco había alquilado uno. Estaba encerrado en su casa, demasiado aterrado por su futuro para moverse o salir.

Estaban volviendo del parque cuando Sarah tuvo una idea y le preguntó a Parmani si podía prestarle el coche para hacer un recado. Le pidió que se llevara los niños a casa, para que hicieran la siesta. La dulce nepalesa le dijo que lo cogiera si quería. Sabía que algo iba mal entre ellos, pero no tenía ni idea de qué era y no se le ocurriría preguntarlo. Pensaba que quizá Seth tenía una aventura o que tenían algún problema en su matrimonio. Le habría resultado inconcebible que Seth estuviera a punto de ser procesado y quizá enviado a prisión o que incluso pudieran perder la casa. Por lo que ella sabía, eran jóvenes, ricos y responsables, tal como pensaba exactamente Sarah dos semanas y media atrás. Pero ahora sabía que eran cualquier cosa menos eso. Jóvenes quizá, pero lo de ricos y responsables había salido volando por la ventana, a causa de su terremoto particular. Ahora comprendía que lo habrían pillado antes o después. No se podía hacer lo que él había hecho sin que saliera a la superficie en algún momento. Era inevitable; solo que ella no lo sabía.

Cuando Parmani le dejó el coche, Sarah fue directamente colina abajo hasta Divisadero. Giró a la izquierda en Marina Boulevard y siguió hasta Presidio, más allá de Crissy Field. Había intentado llamar a Maggie al móvil, pero lo tenía desconectado. Ni siquiera sabía si seguiría en el hospital de campaña, pero necesitaba hablar con alguien y no se le ocurría nadie más. No podía, de ninguna manera, contarles a sus padres el desastre que Seth había causado. Su madre se pondría histérica y su padre se enfurecería con Seth. Además, si las cosas se ponían tan mal como temía, sus padres no tardarían en enterarse por la prensa. Sabía que tendría que decírselo antes de que saliera en las noticias, pero todavía no. En aquel momento, lo que necesitaba era una persona sensata y sensible con la que hablar, con quien desahogarse y compartir sus tribulaciones. Sabía, instintivamente, que la hermana Maggie era esa persona.

Sarah se bajó del maltrecho Honda frente al hospital y entró. Estaba a punto de preguntar si la hermana Mary Magdalen seguía trabajando allí cuando la vio dirigiéndose a toda prisa hacia el fondo de la sala, cargada con un montón casi más alto que ella de batas y toallas para cirugía. Sarah se dirigió hacia ella. En cuanto la vio, Maggie la miró sorprendida.

– Cuánto me alegro de verte, Sarah. ¿Qué te trae por aquí? ¿Estás enferma?

Las salas de urgencias de todos los hospitales de la ciudad estaban ya plenamente operativas, aunque el hospital de campaña de Presidio seguía en marcha. Pero no tenían tanto trabajo como unos días atrás.

– No… estoy bien… yo… lo siento… ¿tienes tiempo para hablar?

Maggie vio la expresión de sus ojos y, al instante, dejó la ropa encima de una cama vacía.