– Vamos. ¿Por qué no vamos a sentarnos a la playa un rato? Nos irá bien a las dos. Llevo aquí desde las seis de la mañana.
– Gracias -dijo Sarah en voz baja y la siguió al exterior.
Bajaron por el sendero que llevaba a la playa, charlando de cosas irrelevantes. Maggie le preguntó cómo estaban los oídos de Ollie y Sarah le dijo que bien. Finalmente, llegaron a la playa y se sentaron en la arena. Las dos llevaban vaqueros y el agua de la bahía estaba tranquila y brillante. Hacía un día maravilloso. Era el mes de mayo más bonito que Sarah recordaba, aunque ahora para ella el mundo tenía un aspecto muy negro. En particular el mundo de Seth y suyo.
– ¿Qué te pasa? -preguntó Maggie, amablemente, mirando la cara de la mujer más joven.
Parecía profundamente atribulada y percibía una angustia insondable en sus ojos. Maggie sospechó un problema en su matrimonio. Sarah había insinuado algo cuando le llevó al pequeño con dolor de oído. Pero, aunque no sabía qué era, Maggie veía que había empeorado muchísimo. Sarah parecía destrozada.
– Ni siquiera sé por dónde empezar.
Maggie esperó, mientras Sarah trataba de encontrar las palabras. Antes de conseguirlo, se le llenaron los ojos de lágrimas, que empezaron a caer por sus mejillas. No hizo nada para secarlas, mientras la discreta monja permanecía sentada junto a ella y rezaba en silencio. Rezaba para que se aliviara la carga que Sarah llevaba en el corazón.
– Es Seth… -empezó finalmente, y Maggie no se sorprendió-. Ha pasado algo terrible… no… Ha hecho algo terrible… algo que está muy mal… y lo han pillado.
Maggie no podía imaginar ni de lejos de qué se trataba; se preguntó si Seth habría tenido una aventura de la que Sarah acababa de enterarse, o que quizá ya sospechara antes.
– ¿Te lo ha dicho él mismo? -preguntó Maggie, con dulzura.
– Sí. La noche del terremoto, cuando llegamos a casa, y al día siguiente. -La miró, escrutando sus ojos, antes de contarle toda la historia; sabía que podía confiar en ella. Maggie guardaba los secretos de todo el mundo; solo los compartía con Dios, cuando rezaba-. Ha hecho algo ilegal… transfirió a sus fondos de alto riesgo unas cantidades que no debería haber transferido. Iba a trasladarlas de nuevo pero, con el terremoto, todos los bancos estaban cerrados, así que el dinero se quedó allí. Sabía que lo descubrirían antes de que los bancos volvieran a abrir.
Maggie no dijo nada, pero estaba aturdida. Estaba claro que era un problema mucho mayor de lo que había pensado.
– ¿Y lo han descubierto?
– Sí -asintió Sarah, abatida-. Lo han hecho. En Nueva York. El lunes, después del terremoto. Informaron a la SEC, y ellos contactaron con el FBI, aquí. Se ha abierto una investigación y probablemente habrá una acusación ante el gran jurado y un proceso. -Fue directa al grano-. Si lo declaran culpable, podrían condenarlo a treinta años de prisión en el peor de los casos, o tal vez menos. Está pensando en vender al amigo que lo ayudó a hacerlo y al que también están investigando en Nueva York. -Entonces, rompió a llorar con más fuerza y alargó la mano para coger la de la monja-.Maggie… ni siquiera sé quién es. No es el hombre que creía que era. Es un estafador y un farsante. ¿Cómo ha podido hacernos esto?
– ¿Sospechabas algo? -Maggie parecía preocupada por ella. Era una historia realmente terrible.
– Nada. Nunca. Pensaba que era honrado; creía que era increíblemente inteligente y que tenía mucho éxito. Pensaba que gastábamos demasiado, pero él decía que el dinero era para gastarlo. Ya ni siquiera sé si era nuestro dinero o no. Solo Dios sabe qué más hizo. O qué sucederá ahora. Seguramente perderemos nuestra casa… pero lo peor es que lo he perdido a él. Ya es un hombre condenado. Nunca conseguirá salir de esta. Pero quiere que lo apoye y que me quede con él. Dice que a eso me comprometí: «para lo bueno y para lo malo». ¿Qué nos pasará a mí y a los niños si él va a prisión?
Maggie pensó que Sarah era joven y que, en cualquier caso, podría empezar su vida de nuevo. Pero no cabía duda de que era horrible que las cosas acabaran así con Seth, si es que acababan. Le parecía aterrador incluso a ella, pese a lo poco que sabía.
– ¿Quieres apoyarlo, Sarah?
– No lo sé. No sé qué quiero ni qué pienso. Lo quiero, pero ya no estoy segura de a quién quiero, ni de con quién he estado casada cuatro años, ni a quién estuve conociendo durante dos años, antes de eso. Es un farsante. ¿Y si no puedo perdonarlo por lo que ha hecho?
– Esa es otra cuestión -dijo Maggie, sensatamente-. Puedes perdonarlo, pero decidir no quedarte con él. Tienes derecho a decidir a quién, qué y cuántas penalidades estás dispuesta a aceptar en tu vida. El perdón es un asunto totalmente diferente y estoy segura de que, con el tiempo, lo perdonarás. Probablemente es demasiado pronto para que tomes cualquier decisión importante. Necesitas reflexionar y ver cómo te sientes. Puede que, al final, decidas quedarte con él o puede que no. No tienes que tomar esa decisión en este preciso momento.
– Él dice que sí-afirmó Sarah, acongojada y confusa.
– No es él quien tiene que decirlo. Eres tú. Te está pidiendo demasiado, después de lo que ha hecho. ¿Las autoridades han ido a verlo ya?
– El FBI está con él en estos momentos. No sé qué pasará a continuación.
– Tendrás que esperar a ver.
– No estoy segura de qué le debo, o qué me debo a mí misma y a mis hijos. No quiero hundirme con él ni estar casada con un hombre que estará en prisión veinte o treinta años, o aunque solo fueran cinco. No sé si podría hacerlo. Tal vez acabaría odiándolo por esto.
– Espero que no, Sarah, decidas lo que decidas. No tienes por qué odiarlo, eso solo te envenenaría a ti. Tiene derecho a tu compasión y a tu perdón, pero no a arruinar tu vida o la de tus hijos.
– ¿Le debo esto, como esposa? -Los ojos de Sarah eran pozos insondables de dolor, confusión y culpa, y Maggie sintió una profunda lástima por ella; por los dos, en realidad. Estaban en un lío espantoso y, dejando de lado lo que él hubiera hecho, sospechaba, acertadamente, que Seth no estaba mejor que su esposa.
– Le debes comprensión, piedad y compasión, no tu vida, Sarah. Eso no puedes dárselo, hagas lo que hagas. Pero la decisión de apoyarlo o no es totalmente tuya, sin importar lo que él diga. Si crees que es lo mejor para ti y para tus hijos, tienes derecho a marcharte. Lo único que le debes ahora es el perdón. El resto es decisión tuya. Pero ten en cuenta que el perdón trae consigo un asombroso estado de gracia. Solo eso acabará siendo una bendición para los dos.
Maggie trataba de darle un consejo práctico, teñido de sus personales y poderosas creencias basadas enteramente en la misericordia, el perdón y el amor. El espíritu mismo de Cristo resucitado.
– Nunca lie estado en una situación como esta-reconoció Maggie abiertamente-. No quiero darte un consejo equivocado. Solo te digo lo que pienso. Lo que hagas es decisión tuya. Pero tal vez sea demasiado pronto para que decidas. Si lo quieres, ya es mucho. Pero cómo se manifieste ese amor al final y cómo lo expreses, será decisión tuya. Puede que sea mejor para ti y para tus hijos que, al final, te separes de él. Tiene que pagar por sus errores, y parece que fueron unos errores muy grandes. Pero tú no tienes por qué pagarlos. Sin embargo, hasta cierto punto, lo harás de todos modos. No será fácil para ninguno de los dos, decidas lo que decidas.
– Ya no lo es ahora. Seth dice que probablemente perderemos la casa. Podrían embargarla. O quizá deba venderla para pagar a los abogados.
– ¿Adonde irías? -preguntó Maggie, mirándola preocupada. Era evidente que Sarah se sentía perdida, y esta era la razón de que hubiera ido a verla-. ¿Tienes familia aquí?
Sarah negó con la cabeza.
– Mis padres se mudaron a las Bermudas. No puedo irme a vivir con ellos; está demasiado lejos. Y tampoco quiero quitarle los niños a Seth. Además, no quiero decirles nada todavía. Supongo que si perdemos la casa, podría alquilar un piso pequeño, y tendría que conseguir un trabajo. No trabajo desde que nos casamos, porque quería quedarme en casa con los niños, y ha sido estupendo. Pero no creo que tenga otra opción. Encontraré trabajo si tengo que hacerlo. Tengo un máster en Administración de Empresas. Así es como Seth y yo nos conocimos, en la Escuela de Negocios de Stanford.