– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó bruscamente. Melanie parecía avergonzada cuando Tom se levantó para estrecharle la mano a su madre. Janet no pareció impresionada.
– Llegué a Pasadena ayer -explicó Tom-. Se me ocurrió venir a saludarlas.
Janet asintió y lanzó una mirada a Melanie. Esperaba que el joven no se quedara mucho tiempo. Nada en él le parecía atractivo como acompañante de su hija. A Janet no le importaba que tuviera una buena educación, procediera de una familia agradable y que seguramente consiguiera un trabajo decente una vez instalado en Los Ángeles. Tampoco le importaba que fuera una persona bondadosa y compasiva que amaba a su hija. Un chico agradable de Pasadena no tenía ningún interés para ella, así que se encargó de dejar claro, sin decirlo, que no aprobaba que hubiera ido a verla. Dos minutos después, Janet entró en la casa y cerró dando un portazo.
– Me parece que no se ha alegrado mucho de verme -dijo Tom, incómodo.
Melanie se disculpó por la actitud de su madre, como hacía con frecuencia.
– Ella preferiría que fueras una estrella de cine, de medio pelo y drogadicto, siempre que aparecieras en la prensa amarilla por lo menos dos veces a la semana y, a ser posible, no acabaras en la cárcel. A menos que eso te consiguiera publicidad en la prensa. -Se echó a reír de la descripción que acababa de hacer de su madre, aunque Tom sospechaba que era dolorosamente acertada.
– Nunca he estado en la cárcel ni he salido en los tabloides -dijo, disculpándose-. Debe de pensar que soy una auténtica calamidad.
– Yo no -dijo Melanie, sentada junto a él, mirándolo a los ojos.
Hasta el momento, le gustaba todo en él, particularmente que no formara parte del estúpido mundo de Hollywood. Había llegado a odiar los problemas que tenía con Jake. La bebida, la rehabilitación, acabar en los tabloides con él y aquella vez que le había dado un puñetazo a alguien en un bar. En un instante, aparecieron en escena montones de paparazzi; a él se lo llevó la policía, mientras a ella le estallaban los flashes en la cara. Pero por encima de todo, odiaba lo que había hecho con Ashley. No había hablado con él desde la vuelta y no pensaba hacerlo. Por el contrario, Tom era honorable, decente, sano y educado, y ella le importaba.
– ¿Nos damos un baño? -propuso.
Tom asintió. Le daba igual lo que hicieran, mientras estuviera con ella. Era un chico sano y normal de veintidós años. De hecho, más agradable, más inteligente y más guapo que la mayoría. A Melanie le resultaba fácil ver que era alguien con futuro. No el tipo de futuro que su madre quería para ella, sino aquel del cual Melanie quería formar parte cuando fuera mayor, o incluso ahora. Era un hombre con los pies en el suelo y auténtico, igual que ella. No había nada falso en él. Estaba tan lejos del entorno de Hollywood como se podía estar.
Lo acompañó a la cabaña que había al final de la piscina y le enseñó la habitación donde podía cambiarse. Tom salió un minuto después, con un traje de baño de estilo hawaiano. Había estado allí, en Kauai, por Pascua, haciendo surf con unos amigos. Melanie entró en la cabaña después de él y salió con un biquini rosa que destacaba su deslumbradora figura. Había estado trabajando con su preparador físico desde su regreso. Formaba parte de sus tareas diarias. Igual que ejercitarse dos horas cada día en el gimnasio. También había ido a ensayar diariamente, preparándose para el concierto de junio. Iba a celebrarse en el Hollywood Bowl, y las entradas ya estaban agotadas. Habría ocurrido de todos modos, pero después del reportaje que le habían dedicado en Scoop, contando cómo había sobrevivido al terremoto en San Francisco, se vendieron incluso más rápido. Ahora los revendedores cobraban cinco mil dólares por entrada. Ella tenía dos, con pases entre bastidores, reservadas para Tom y su hermana.
Nadaron juntos y se besaron en la piscina; luego flotaron sobre una gran balsa hinchable, tumbados el uno junto al otro, al sol. Melanie se había puesto montones de protección solar. No le permitían ponerse morena, ya que bajo las luces del escenario, el bronceado se veía demasiado oscuro. Su madre la prefería pálida. Pero era agradable estar allí tumbada con Tom. Permanecieron en silencio un rato, cogidos de la mano. Todo era muy inocente y amistoso. Se sentía increíblemente cómoda con él, igual que cuando estaban en el campamento.
– El concierto será genial -dijo cuando hablaron de ello.
Le habló de los efectos especiales y de las canciones que iba a cantar. El las conocía todas y le aseguró, de nuevo, que su hermana iba a volverse loca. Le contó que todavía no le había dicho qué concierto era ni que podrían verla después del espectáculo entre bastidores.
Cuando se cansaron de estar al sol, entraron y prepararon el almuerzo. Janet estaba en la cocina, fumando, hablando por teléfono y ojeando una revista de cotilleos. Estaba decepcionada porque Melanie no aparecía en ella. Para no molestarla, se llevaron los sandwiches fuera y se sentaron bajo un parasol cerca de la piscina. Después, se tumbaron en una hamaca juntos y ella le contó en un susurro que había estado tratando de averiguar la manera de realizar algún trabajo de voluntariado, como el que había hecho en Presidio. Quería hacer algo más con su vida aparte de ensayar y cantar.
– ¿Tienes alguna idea? -preguntó él, susurrando también.
– Nada que mi madre me dejara hacer.
Eran como conspiradores, hablando en murmullos. Él volvió a besarla. Cuanto más la veía, más loco se volvía por ella. Casi no podía creer la suerte que tenía, no por quién fuera ella, sino porque era una chica dulce, sencilla y porque se lo pasaba muy bien a su lado.
– La hermana Maggie me habló de un sacerdote que dirige una misión católica -prosiguió Melanie-. Va a México unos meses cada año. Me encantaría llamarlo, pero no creo que pudiera hacer algo así. Tengo la gira y mi agente está adquiriendo compromisos hasta finales de año. Pronto empezaremos la próxima temporada. -Parecía desilusionada al mencionarlo. Estaba cansada de viajar tanto; además, quería tener tiempo para pasarlo con él.
– ¿Estarás fuera mucho tiempo? -A él también le preocupaba. Acababan de conocerse y quería pasar más tiempo con ella. Para él iba a ser igualmente complicado, una vez que encontrara trabajo. Ambos estarían muy ocupados.
– Suelo viajar unos cuatro meses al año. A veces, cinco. El resto del tiempo, voy y vengo, como hice para la gala de San Francisco. Para ese tipo de conciertos solo estoy fuera un par de noches.
– Pensaba que a lo mejor podría coger un avión para ir a verte a Las Vegas y también a otros conciertos de tu gira. ¿A qué lugares irás?
Estaba tratando de encontrar la forma de que se vieran. No quería esperar hasta principios de septiembre, cuando ella regresara. Habían tejido una relación tan estrecha después del terremoto de San Francisco que sus sentimientos habían pulsado la tecla de avance rápido sin ellos darse cuenta. Melanie estaría fuera diez semanas, una gira habitual, aunque ahora a ambos les parecía una eternidad. Y su agente quería que fuera de gira a Japón, el año siguiente. En aquel país, sus CD volaban de las estanterías. Tenía exactamente el aspecto y el sonido que les gustaba.
Se echó a reír cuando él le preguntó adónde iba de gira y empezó a recitar una ciudad tras otra. Iba a viajar por todo Estados Unidos. Pero, por lo menos, lo harían en un avión chárter. Durante muchos años lo habían hecho en autocar, y había sido una experiencia agotadora. A veces viajaban de noche; en realidad, casi siempre. Pero ahora, su vida y sus giras eran mucho más civilizadas. Cuando le informó de las fechas, él dijo que confiaba poder ir a verla un par de veces durante la gira. Dependía de lo rápido que encontrara trabajo, pero a ella le pareció fantástico.