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Se sumergieron en la piscina de nuevo y nadaron hasta que se quedaron sin aliento. Tom estaba en una forma fantástica y era un nadador excelente. Le contó que había formado parte del equipo de natación de la Universidad de Berkeley y que había jugado al fútbol un tiempo, antes de lesionarse la rodilla. Le enseñó la pequeña cicatriz de una operación de cirugía menor. Le habló de sus años de universidad, de su infancia y de sus planes profesionales. En algún momento quería hacer un posgrado, pero antes había decidido trabajar varios años. Lo tenía todo planeado. Sabía adónde iba, mejor que la mayoría de los jóvenes de su edad.

Descubrieron que a los dos les encantaba esquiar, jugar al tenis, practicar deportes acuáticos y otras actividades deportivas, para la mayoría de las cuales Melanie no tenía tiempo. Le explicó que tenía que mantenerse en forma, pero que los deportes nunca entraban en su agenda. Estaba demasiado ocupada y su madre no quería que se lesionara y no pudiera salir de gira. Ganaba una fortuna en las giras, aunque eso no se lo explicó en detalle. No era necesario. La cantidad de dinero que estaba ingresando era escandalosa, como él podía adivinar. Melanie era demasiado discreta para mencionarlo, aunque Janet solía insinuar que su hija ganaba una enorme cantidad de dinero. Melanie todavía se sentía incómoda con esa cuestión. Además, su agente había advertido a Janet que fuera discreta; de lo contrario podía poner en peligro a Melanie. Ya tenían bastantes dolores de cabeza con la seguridad y para protegerla de sus fans. Era algo en lo que debían pensar todas las grandes estrellas de Hollywood; nadie se libraba. Janet siempre quitaba importancia a los peligros cuando hablaba con su hija, para no asustarla, pero con frecuencia contrataba a un guardaespaldas también para ella. Decía que, a veces, los fans eran peligrosos. Lo que solía olvidar era que se trataba de los fans de Melanie, no de los suyos.

– ¿Alguna vez recibes cartas amenazadoras? -preguntó Tom, mientras se secaban tumbados junto a la piscina. Nunca había pensado en lo que significaba proteger a alguien en la posición de Melanie. La vida había sido mucho más sencilla para ella en Presidio, aunque no durara mucho. Y él no se había dado cuenta de que algunos de los hombres que viajaban con ella eran guardaespaldas.

– A veces -respondió ella, vagamente-. Sí. Los únicos que me amenazan están chiflados. No creo que nunca llegaran a hacerme nada, aunque algunos llevan años escribiéndome.

– ¿Amenazándote? -Parecía horrorizado.

– Sí -dijo riendo.

Eran gajes del oficio y estaba acostumbrada. Incluso recibía cartas tan apasionadas que daban miedo, de hombres en cárceles de máxima seguridad. Nunca contestaba. De ahí salían los acechadores, cuando los soltaban. Era cauta en extremo y nunca pascaba por lugares públicos sola; cuando los llevaba con ella, sus guardaespaldas la cuidaban muy bien.

Siempre que era posible, prefería no utilizarlos cuando hacía recados o visitaba a sus amigos en Los Ángeles; decía que prefería conducir ella misma.

– ¿Y alguna vez tienes miedo? -preguntó Tom, cada vez más preocupado. Quería protegerla, pero no estaba seguro de cómo.

– Por lo general no. Solo muy de vez en cuando; depende de lo que diga la policía sobre el acechador. He pasado lo mío, pero no ha sido peor de lo que ha tenido que soportar cualquiera de por aquí. Cuando era más joven, sí que me asustaba mucho, pero la verdad es que ahora ya no. Los únicos acechadores que me preocupan son los periodistas. Pueden comerte viva. Ya lo verás -le advirtió, pero él no veía cómo iba a afectarlo. Era muy ingenuo sobre el tipo de vida que ella llevaba y sobre todo lo que entrañaba. Seguro que tenía sus desventajas, pero tumbado al sol, charlando con ella, todo parecía muy sencillo. Melanie era como cualquier otra chica.

Al final de la tarde fueron a dar una vuelta en coche. La llevó a tomar un helado y ella le enseñó la escuela donde había ido antes de dejar los estudios. Le dijo que seguía queriendo ir a la universidad, pero que, por el momento, solo era un sueño, no una posibilidad. Estaba fuera demasiado tiempo, así que leía todo lo que podía. Entraron en una librería juntos y descubrieron que tenían los mismos gustos y que les habían entusiasmado los mismos libros.

Volvieron a casa y, más tarde, la llevó a cenar a un pequeño restaurante mexicano que a ella le gustaba. Después regresaron y vieron una película en la sala de juegos, en la pantalla de plasma gigante. Era casi como estar en el cine. Cuando Janet llegó, pareció sorprendida de verlo todavía allí. Tom se sintió algo incómodo al ver su desagrado, que no intentaba ni siquiera disimular. Eran las once cuando se marchó. Melanie lo acompañó hasta la camioneta, que estaba en el camino de entrada y se dieron un largo beso a través de la ventanilla. Tom dijo que había pasado un día maravilloso, igual que ella. Había sido una primera cita muy respetuosa y muy agradable. Le dijo que la llamaría al día siguiente, pero la llamó en cuanto salió del camino. El móvil de Melanie sonó mientras se dirigía hacia la casa, pensando en él.

– Ya te extraño -dijo Tom.

Ella se echó a reír.

– Yo también. Hoy lo he pasado muy bien. Espero que no te aburrieras, quedándote aquí todo el rato.

A veces, a ella le resultaba difícil salir, a causa de la gente que la reconocía en todas partes. Todo había ido bien cuando fueron a tomar el helado, pero la gente de la librería se había quedado mirándola embobada y tres personas le habían pedido un autógrafo mientras pagaban. Era algo que detestaba cuando salía con alguien. Siempre le parecía una intrusión y molestaba al hombre con el que estaba. Pero a Tom le había divertido.

– Lo he pasado estupendamente -dijo, tranquilizándola-. Te llamaré mañana. A lo mejor podemos hacer algo el fin de semana.

– Me encanta ir a Disneylandia -confesó ella-. Hace que me sienta una niña de nuevo. Pero en esta época del año está atestado. Es mejor en invierno.

– Eres una niña -respondió él, sonriendo-. Una niña fantástica, de verdad. Buenas noches, Melanie.

– Buenas noches, Tom -dijo, y colgó con una sonrisa de felicidad.

Su madre, que salía entonces de su habitación, vio que Melanie se dirigía hacia ella.

– ¿De qué iba esto de hoy? -preguntó Janet, todavía con expresión contrariada-. Ha estado aquí todo el día. No empieces nada con él, Mel. No vive en nuestro mundo. -Eso era precisamente lo que le gustaba a Melanie-. Te está utilizando por lo que eres.

– No, no es así, mamá -dijo Melanie, furiosa y ofendida por él. Tom no era ese tipo de hombre-. Es una persona normal y decente. No le importa lo que soy.

– Eso es lo que tú crees -dijo Janet, escéptica-. Si sales con él, no volverás a aparecer en la prensa, y eso no es bueno para tu carrera.

– Estoy harta de oír hablar de mi carrera, mamá -dijo Melanie, con aire triste. Era de lo único que hablaba su madre. A veces, la veía en sueños blandiendo un látigo-. En la vida hay otras cosas.

– No, si quieres ser una gran estrella.

– Soy una gran estrella, mamá. Pero también necesito tener una vida. Y Tom es un hombre realmente estupendo. Mucho mejor que esos tipos de Hollywood con los que he salido.

– Porque todavía no has conocido al hombre adecuado -dijo Janet, tajante, indiferente a lo que Melanie sentía por Tom.

– ¿Hay alguno? -le espetó Melanie, rabiosa-. A mí, ninguno me lo parece.

– ¿Y él sí? -inquirió Janet, preocupada-. Ni siquiera lo conoces. Solo era una cara más en aquel horroroso campamento de refugiados. -Seguía soñando con él y ninguno de sus sueños era agradable. Todos ellos habían quedado traumatizados en un grado u otro, en particular cuando se produjo el terremoto. Nunca, en toda su vida, se había sentido tan feliz de volver a dormir en su cama.