– No pienses en lo peor todavía. Solo ten fe y sigue nadando. A veces, es lo mejor que se puede hacer.
Sarah colgó, pasó silenciosamente frente al estudio de su marido y fue arriba a bañar a los niños. Seth había estado jugando con ellos y ella lo sustituyó. Ahora lo hacían todo por turnos; era raro que estuvieran en la misma habitación al mismo tiempo. Incluso estar cerca el uno del otro resultaba doloroso. Sarah no podía evitar preguntarse si se sentiría mejor o peor cuando se marchara. Quizá ambas cosas.
Everett llamó a Maggie por la noche para hablar de lo que había leído sobre Seth en la prensa de Los Ángeles. La historia se había difundido ya por todo el país. Se había quedado horrorizado por la noticia, entre otras cosas porque pensaba que Seth y Sarah eran una pareja perfecta. Recordó, una vez más, algo que sabía desde hacía años: nunca se sabe qué maldad se esconde en el corazón de un ser humano. Como todos los que habían leído los artículos, sentía lástima por Sarah y los niños, pero ninguna en absoluto por Seth. Si las acusaciones eran ciertas, estaba recibiendo lo que merecía, y parecían tan sólidamente fundadas que sospechaba que lo eran.
– Qué situación tan triste para ella. La vi un momento en la gala. Parece buena persona. Aunque, bien mirado, también él lo parecía. Quién podía imaginarlo… -También la había visto unos momentos en el hospital de campaña, pero no había hablado mucho con ella. Entonces le había parecí-do alterada, ahora sabía por qué-. Si la ves, dile que lo siento -dijo sinceramente.
Maggie no respondió si la vería o no. Era fiel a Sarah y a la relación que tenían y guardaba todos sus secretos, incluso el de que se veían.
Por lo demás, Everett estaba bien, igual que Maggie. Se alegraba de saber de él, pero, como siempre, después de colgar se sentía agitada. Solo oír su voz le llegaba al corazón. Tras hablar con él, rezó pensando en ello; luego, fue a dar un largo paseo por la playa para disfrutar del atardecer. Empezaba a preguntarse si debería dejar de contestar o de devolver sus llamadas. Pero se dijo que tenía la fuerza para enfrentarse a lo que sucedía. Después de todo, tan solo era un hombre. Y ella era la esposa de Dios. ¿Qué hombre podría competir con eso?
Capítulo 15
El concierto de Melanie en Las Vegas fue un éxito espectacular. Tom voló hasta allí para verlo y ella le cantó su canción de nuevo. El espectáculo tenía más efectos especiales y era más impactante, aunque el público era menos numeroso y el lugar más pequeño que en el concierto anterior. En Las Vegas se volvieron locos por Melanie. La cantante se sentó en el borde del escenario cuando hizo los bises, así que Tom podía alargar el brazo y tocarla desde su asiento en primera fila. Los fans se apretujaban a su alrededor, mientras los miembros de seguridad se esforzaban por contenerlos. Al final hubo una explosión de luces, mientras Melanie subía en una plataforma hacia el cielo, cantando con todo su corazón. Fue el espectáculo más impresionante que Tom había visto nunca, aunque se preocupó al enterarse de que Melanie se había torcido un tobillo al bajar de la plataforma, y tenía otras dos actuaciones al día siguiente.
Sin embargo, cuando llegó el momento, salió a escena igualmente, con unas sandalias plateadas de plataforma y el tobillo del tamaño de un melón. Tom la llevó a urgencias después de la segunda actuación. Melanie y él se fueron sin decirle nada a su madre. En urgencias le pusieron una inyección de cortisona para que pudiera volver a actuar al día siguiente. Los tres últimos días en Las Vegas tenía actuaciones más pequeñas. El concierto del estreno había sigo el grande. Cuando él se fue, al acabar el fin de semana, Melanie andaba con muletas.
– Cuídate, Melanie. Trabajas demasiado. -Tom parecía preocupado.
Habían pasado un buen fin de semana juntos, pero ella había estado ocupada con los ensayos y las actuaciones casi todo el tiempo. De todos modos, la primera noche se las arreglaron para ir a uno de los casinos. Y la suite de Melanie era de fábula. El se alojaba en la segunda habitación de la suite y se mostraron muy circunspectos las dos primeras noches. Pero la última noche, finalmente, cedieron a sus impulsos naturales y a las intensas emociones que sentían el uno por el otro. Ya habían esperado bastante y creían que lo que hacían estaba bien. Ahora, cuando él estaba a punto de marcharse, Melanie se sentía todavía más cerca de él.
– Si no aflojas el ritmo, te destrozarás el tobillo -le advirtió.
– Mañana me pondrán otra inyección de cortisona. -Estaba acostumbrada a lesionarse en el escenario, ya le había ocurrido antes. Siempre seguía adelante, sin importar lo que le pasara. Nunca había cancelado una actuación. Era una profesional.
– Mellie, quiero que te cuides -dijo Tom, verdaderamente preocupado por ella-. No puedes tomar cortisona de esta manera. No juegas en un equipo de fútbol. -Veía que le dolía el tobillo y que todavía estaba hinchado, pese a la inyección del día anterior. Lo único que había hecho era permitirle abusar de su tobillo y actuar, una vez más, con tacones altos-. Tómate un descanso esta noche. -Sabía que se marchaba a Phoenix por la mañana, para otra actuación.
– Gracias -respondió ella, sonriéndole-. Nadie se preocupa por mí como haces tú. Siempre dan por sentado que saldré al escenario y actuaré, viva o muerta. Sabía que la plataforma era poco firme en cuanto me subí. La cuerda se rompió al bajar. Por eso me caí. -Ambos sabían que si se hubiera roto antes, habría caído desde muy arriba e incluso podría haberse matado-. Supongo que ahora ya has visto el lado malo del mundo del espectáculo.
Estaba muy cerca de él mientras esperaban su avión. Lo había llevado al aeropuerto en la larguísima limusina blanca que el hotel ponía a su disposición durante toda su estancia. En Las Vegas, las atenciones que le dispensaban eran fabulosas. No iba a ser tan cómodo cuando cogieran la carretera. Le esperaban diez semanas de gira; no volvería a Los Ángeles hasta principios de septiembre. Tom le había prometido tomar un avión para ir a reunirse con ella algunos fines de semana. Los dos los esperaban con muchas ganas.
– No dejes de ir a ver al médico otra vez antes de marcharte.
En aquel momento anunciaron su vuelo; tenía que irse. La abrazó y la besó, teniendo cuidado con las muletas en las que ella se apoyaba; Melanie estaba sin aliento cuando la soltó.
– Te quiero, Mellie -dijo Tom en voz baja-. No lo olvides mientras estés en la carretera.
– No lo haré. Yo también te quiero.
Llevaban un mes saliendo. No era mucho, pero todo había empezado a ir muy rápido desde que habían llegado a Las Vegas. Habían pasado tanto juntos, en San Francisco, que su idilio había despegado a toda velocidad. Tom era el hombre más maravilloso que había conocido.
– Hasta pronto -se despidió Melanie.
– ¡No lo dudes! -La besó una última vez. Fue el último en subir al avión.
Melanie recorrió la terminal cojeando, ayudándose de las muletas, y entró en la limusina que la esperaba. El tobillo la estaba matando, más de lo que había querido admitir ante Tom.
Cuando volvió a su suite en el Paris, se puso una bolsa de hielo en el tobillo, aunque apenas sirvió de nada, y se tomó Motrin para reducir la hinchazón. A medianoche, su madre la encontró tumbada en el sofá del salón. Melanie reconoció que el tobillo le dolía mucho.
– Tienes que actuar en Phoenix mañana -le recordó su madre-. También está todo vendido. Haremos que te pongan otra inyección por la mañana. No puedes perderte esa actuación, Mel.
– A lo mejor puedo cantar sentada -dijo Melanie tocándose el tobillo y haciendo una mueca de dolor.
– El vestido tendrá un aspecto horrible, si lo haces -comentó su madre.
Melanie nunca se había saltado ni una actuación y no quería que empezara ahora. Los rumores sobre ese tipo de cosas se extendían como un incendio descontrolado y podían destruir la reputación de una estrella. Pero veía que su hija estaba lesionada de verdad. Melanie siempre había sido muy sufrida con las lesiones, nunca se quejaba, pero esta vez parecía más grave.