– ¿Quiere decir trabajar con usted aquí, en Los Ángeles, o en su misión de México? -No podía imaginar cómo se las arreglaría para encontrar tiempo. Su madre siempre tenía planes para ella: entrevistas, ensayos, sesiones de grabación, conciertos, galas benéficas, apariciones especiales. Su vida y su tiempo nunca eran suyos.
– Es posible. Si es lo que tú quieres. Pero no lo hagas por complacerme a mí. Ya haces felices a muchas personas con tu música. Quiero que pienses en qué te haría feliz a ti. Ahora te toca a ti, Melanie. Lo único que debes hacer es ponerte en la cola, llegar a la ventanilla y comprar tu billete. Te está esperando. Nadie puede quitártelo. No tienes por qué montar en las atracciones en las que los demás quieren que subas. Compra tu billete, elige tu atracción y pásalo bien, para variar. La vida es mucho más divertida de lo que le permites ser. Y nadie debería quitarte ese billete. No les toca a ellos, Melanie. Te toca a ti. -Hablaba sonriéndole y, mientras lo escuchaba, lo supo.
– Quiero ir a México con usted -afirmó, en un susurro.
Sabía que no tenía compromisos importantes durante las tres semanas siguientes. Tenía concertadas unas entrevistas y una sesión de fotos para una revista de moda. También iba a grabar en septiembre y octubre, y tenía una gala benéfica algo después. Pero ninguna de ellas era algo que no pudiera cambiarse o cancelarse. De repente supo que tenía que marcharse y que a su tobillo le iría bien dejar de trabajar un tiempo, en lugar de andar cojeando con tacones altos para contentar a su madre. De repente, todo aquello le parecía insoportable. Y el sacerdote le ofrecía una salida. Quería usar aquel derecho del que le hablaba. Nunca, en toda su vida, había hecho lo que quería. Hacía lo que su madre le decía y lo que todos esperaban de ella. Siempre había sido una niña perfecta, pero ahora estaba harta de serlo. Tenía veinte años y, para variar, quería hacer algo que significara mucho para ella. Y sabía que era esto.
– ¿Podría quedarme en una de las misiones durante un tiempo? -preguntó.
El sacerdote asintió.
– Puedes vivir en nuestro hogar para adolescentes. La mayoría han sido prostitutas y drogadictas. Pero no lo dirías al verlas ahora; todas parecen ángeles. Que estés allí podría hacerles mucho bien. Y a ti también.
– ¿Cómo puedo ponerme en contacto con usted cuando esté allí? -preguntó, sintiendo que le faltaba el aliento. Su madre la mataría si hacía lo que tenía pensado. Aunque, tal vez trataría de convertirlo en una oportunidad de oro con la prensa. Siempre lo hacía.
– Tengo mi móvil, pero te daré algunos otros números -respondió el padre Callaghan, anotándolos en un papel-. Si no te va bien ir ahora, quizá te resulte más fácil dentro de unos meses; por ejemplo en primavera. Tal vez sea un poco precipitado, teniendo en cuenta cómo es tu vida. Estaré allí hasta después de Navidad, así que ve cuando quieras y quédate todo el tiempo que te parezca. No importa cuándo vayas, siempre habrá una cama preparada para ti.
– Iré -afirmó Melanie, decidida, comprendiendo que las cosas tenían que cambiar. No podía satisfacer siempre a su madre. Necesitaba tomar sus propias decisiones. Estaba cansada de vivir los sueños de su madre o ser su sueño. Y ese era un buen lugar donde empezar.
Se quedó muy pensativa cuando terminó la entrevista. El sacerdote la abrazó y luego le hizo la señal de la cruz en la frente con el pulgar.
– Cuídate, Melanie. Espero verte en México. Si no, te llamaré cuando vuelva. Mantente en contacto.
– Lo haré -prometió.
No dejó de pensar en ello durante el camino de vuelta a casa. Sabía qué quería hacer; lo que no sabía era cómo, aunque fuera unos pocos días. Pero quería ir y quedarse más de unos pocos días. Quizá, incluso unos meses.
Se lo contó todo a Tom durante su cena de sushi. El se quedó impresionado y estupefacto, y luego, con la misma rapidez, preocupado.
– No irás a meterte en un convento, ¿verdad?
Melanie vio el pánico en sus ojos y, cuando negó con la cabeza, él se echó a reír, aliviado.
– No. No soy lo bastante buena persona para eso. Además, te añoraría demasiado. -Alargó la mano, a través de la mesa, y le cogió la suya-. Solo me gustaría hacerlo durante un tiempo, ayudar a algunas personas, aclarar mis ideas, librarme de la opresión de todas mis obligaciones. Pero no sé si me dejarán; a mi madre le dará un ataque. Solo siento que tengo que marcharme y averiguar qué es importante para mí, aparte de mi trabajo y tú. El padre Callaghan dice que no es necesario que abandone mi carrera para ayudar a los demás; dice que también les doy esperanza y alegría con mi música. Pero quiero hacer algo más real, durante un tiempo, como cuando estaba en Presidio.
– Me parece una gran idea -dijo Tom, apoyándola.
Desde que había vuelto de la gira, Melanie tenía aspecto de estar agotada; además, el tobillo seguía doliéndole mucho. No era de extrañar después de andar corriendo arriba y abajo apoyándose en él durante tres meses; de bailar en el escenario, tomar calmantes por la noche e inyecciones de cortisona como los futbolistas que tratan de engañar a su cuerpo para que crea que no está lesionado y pueda volver a jugar. Tom había averiguado mucho de las presiones a las que estaba sometida y del precio de su fama. Le parecía demasiado y pensó que irse a México un tiempo era justo lo que necesitaba, para su espíritu además de para su cuerpo. Lo que su madre diría era harina de otro costal. Estaba empezando a conocer a Janet y sabía cómo lo controlaba todo en la vida de Melanie. Ahora la madre de Melanie ya lo toleraba; incluso a veces parecía que le cayera bien, pero nunca aflojaba las riendas. Quería que fuera una marioneta de la que ella manejara todos los hilos. Cualquier cosa que se interfiriera tenía que ser eliminada, de inmediato. Tom tenía cuidado de no contrariarla ni desafiar la abrumadora influencia que tenía en la vida de Melanie. Creía que no duraría para siempre, pero también sabía que si Melanie se rebelaba contra el control de su madre, Janet se pondría hecha una furia. No quería ceder ese poder a nadie y menos todavía a la propia Melanie. Y ella también lo sabía.
– Creo que primero lo organizaré todo y luego se lo diré. Así no podrá detenerme. Tengo que ver si mi agente y mi mánager pueden librarme de algunas cosas sin que mi madre lo sepa. Ella quiere que lo haga todo, siempre que salga en la prensa nacional, consiga publicidad y yo aparezca en la portada de lo que sea. Tiene buenas intenciones, pero no comprende que a veces es demasiado. Sé que no puedo quejarme, ya que logró que mi carrera se hiciera realidad. Lo ha tenido entre ceja y ceja desde que yo era una niña. Pero yo no deseo todo esto tanto como ella. Quiero poder elegir, no quedar enterrada debajo de toda la basura que me obliga a hacer. ¡Y es mucha! -Sonrió a Tom.
El sabía que la joven estaba diciendo la verdad. Lo había visto muy de cerca desde mayo. Solo seguir la pista de todo lo que hacía, lo dejaba exhausto, a pesar de que tenía tanta energía como ella. Pero él no se había roto el tobillo actuando en Las Vegas. Y eso también tenía un precio. Todo lo tenía. Hasta entonces, Melanie parecía agotada; sin embargo, de repente, había vuelto a la vida después de su reunión con el sacerdote.
– ¿Vendrías a verme a México? -preguntó a Tom, esperanzada.
El sonrió y asintió.
– Pues claro que sí. Estoy muy orgulloso de ti, Mellie. Creo que, si consigues ir, te encantará.
Ambos sabían que su madre sería una adversaria de armas tomar y que se sentiría profundamente amenazada por cualquier señal de independencia por parte de su hija. Iba a ser duro para Melanie. Era la primera vez que tomaba una decisión por sí misma. Y era una gran decisión, dado que no tenía nada que ver con su carrera. Esto asustaría todavía más a Janet. No quería que Melanie se distrajera de sus metas o, más importante, de las metas de su madre. Se suponía que Melanie no podía tener sueños; solo los de su madre. Esto estaba cambiando. Y el cambio iba a aterrar a su madre. Ya era hora.