– ¿Es idea de Tom? Ahora su madre la miraba, furiosa, tratando de averiguar de dónde procedía la influencia maligna que había llevado a Melanie a cancelar dos compromisos sin consultarla primero. Se olía una fuerte interferencia.
– No, mamá, no lo es. Simplemente es algo que quiero hacer. Estaba cansada después de la gira. No quería actuar en esa gala y puedo hacer lo de Teen Yogue cuando quiera. Nos lo están pidiendo continuamente.
– No se trata de eso, Melanie -dijo Janet mientras se acercaba a la cama soltando chispas por los ojos-. Tú no cancelas los compromisos. Tú hablas conmigo y yo lo hago. Además, no puedes desaparecer de la faz de la tierra solo porque estés cansada. Tienen que seguir viéndote.
– Mi cara está en un millón de cubiertas de CD. Nadie me olvidará si me voy unas semanas o no hago una gala benéfica contra el cáncer de colon. Necesito tener tiempo para mí.
– ¿De qué demonios va todo esto? Tiene que haber sido Tom. Me doy cuenta de cómo ese chico merodea por aquí. Seguramente te quiere solo para él. Está celoso de ti. El no entiende, ni tú tampoco, cuánto cuesta forjar una carrera importante y mantenerte en la cima. No puedes tumbarte a la bartola, follar, ver la tele o estar con la nariz metida en un puñado de libros. Es preciso que te vean. No sé dónde pretendías pasar unas semanas, pero ya puedes cancelar ese plan ahora mismo. Cuando yo crea que necesitas marcharte, ya te lo diré. Estás perfectamente. Ahora mueve el culo y deja de compadecerte por ese tobillo. Levántate y muévete, Mel. Llamaré a Teen Vogue y concertaré de nuevo la entrevista. No cambiaré lo de la gala, porque no quiero fastidiar a Sharon. ¡Pero ni se te ocurra volver a cancelar, jamás, ninguno de tus compromisos! ¿Me oyes? -Temblaba de rabia y Melanie, de terror.
Se sintió enferma al oír a su madre. Estaba todo allí. Janet pensaba que era de su propiedad. Cualesquiera que fueran sus intenciones, buenas o malas, Melanie sabía que el constante control de su madre le arruinaría la vida, si continuaba permitiéndoselo.
– Te oigo, mamá -dijo en voz baja-, y siento que lo tomes así. Pero esto es algo que tengo que hacer por mí misma. -Hizo de tripas corazón y se lanzó de cabeza al río-. Me voy a México hasta después de Acción de Gracias. Me marcho el lunes. -Casi se encogió al decirlo, pero consiguió no hacerlo. Era el peor enfrentamiento que habían tenido, aunque habían tenido algunos choques importantes, siempre que Melanie intentaba tomar alguna decisión o gozar de cierta independencia.
– ¿Que te vas? ¿Adónde? ¿Estás loca? Tienes un millón de compromisos hasta entonces. No irás a ninguna parte, Melanie, a menos que yo te lo diga. Y no te atrevas a decirme lo que vas a hacer. No olvidemos quién te puso ahí arriba.
Era su voz la que la había puesto allí, con ayuda de su madre, cierto, pero era cruel decir algo así, y Melanie lo sintió como un puñetazo. Era la primera vez que hacía frente a su madre de esa manera. Y era cualquier cosa menos agradable. Quería meterse debajo de la cama y llorar, pero no lo hizo. Se mantuvo firme. Sabía que tenía que hacerlo. Además, no estaba haciendo nada malo. Se negó a dejar que su madre hiciera que se sintiera culpable por querer tomarse un tiempo libre.
– He cancelado los demás compromisos, mamá -dijo con franqueza.
– ¿Quién lo ha hecho?
– Yo. -No quería meter en un aprieto a su agente y a su mánager, así que cargó con las culpas. Ella les había dicho que lo hicieran y eso era lo que importaba-. Necesito marcharme este tiempo, mamá. Siento disgustarte, pero es importante para mí.
– ¿Quién irá contigo?
Seguía buscando al culpable, a la persona que le había robado el poder sobre su hija. Pero, en realidad, solo había sido el tiempo. Melanie había crecido y quería tener, por lo menos, un poco de control sobre su vida. Era algo anunciado. Aunque, posiblemente, el amor de Tom la había ayudado.
– Nadie. Me voy sola, mamá. Voy a trabajar en una misión católica que cuida niños. Es algo que quiero hacer. Te prometo que cuando vuelva me dejaré el pellejo trabajando. Solo déjame hacer esto sin ponerte como loca.
– No soy yo quien está loca, sino tú -gritó Janet. Melanie no había levantado la voz en ningún momento, por respeto a su madre-. Podemos sacar publicidad de ello si quieres hacerlo solo unos días -dijo esperanzada-, pero no puedes largarte a México tres meses. Por todos los santos, Melanie, ¿en qué estabas pensando? -Entonces se le ocurrió otra cosa-. ¿Es aquella monja de San Francisco quien está detrás de esto? Ya me parecía una pequeña arpía taimada. Ten cuidado con esa gente, Melanie. Antes de que te des cuenta te habrá metido en un convento. Y ya puedes decirle que, si eso es lo que tiene en mente, ¡será por encima de mi cadáver!
Melanie sonrió al oír mencionar a Maggie, por grosero que fuera el comentario.
– No, he ido a ver a un sacerdote. -No le dijo nada de que lo había conocido a través de Maggie-. Tiene una gran misión en México. Solo quiero ir y tener un poco de paz; luego, podré volver y trabajar tanto como quieras. Lo prometo.
– Haces que parezca como si te estuviera maltratando -dijo su madre rompiendo a llorar y sentándose en la cama de su hija.
Melanie la abrazó.
– Te quiero, mamá. Agradezco todo lo que has hecho por mi carrera. Pero ahora quiero algo más que eso.
– Es el terremoto -afirmó Janet temblando y sollozando-. Tienes estrés postraumático. Dios, sería una historia fabulosa para People, ¿no crees?
Melanie se echó a reír, mirándola. Su madre era una caricatura de sí misma. Tenía el corazón donde debía, pero en lo único que pensaba era en publicidad para Melanie y en cómo lograr que su carrera fuera todavía más importante de lo que era, algo que habría resultado muy difícil de lograr. Ya había hecho todo lo que se había fijado como meta, pero su madre no quería soltarla para que tuviera su propia vida. Esta era la esencia del problema: quería vivir la vida de Melanie, no la suya.
– Tú también tendrías que ir a algún sitio. A un balneario o algo así. O a Londres con algunos de tus amigos. O a París. No puedes pensar en mí constantemente. No es sano. Para ninguna de las dos.
– Te quiero -gimió Janet-. No sabes a lo que he renunciado por ti… Podría haber hecho carrera; todo te lo di a ti… lo único que he hecho en mi vida ha sido lo que creía mejor para ti. -Era un discurso más que sabido, que Melanie había escuchado con demasiada frecuencia y que, con el paso del tiempo, intentaba interrumpir.
– Lo sé, mamá. Yo también te quiero. Pero déjame hacer esto. Después me portaré bien, lo prometo. Pero tienes que dejar que resuelva las cosas yo misma y tome mis decisiones. Ya no soy una niña. Tengo veinte años.
– Eres una criatura -soltó Janet, furiosa, sintiéndose mortalmente amenazada.
– Soy una mujer -dijo Melanie, tajante.
Janet se pasó los siguientes días llorando, quejándose y acusando, alternativamente. Iba del pesar a la ira. Notaba las primeras señales de que el poder se le escapaba de las manos y sentía pánico. Incluso intentó que Tom hablara con Melanie y la convenciera de abandonar sus planes, pero él le dijo, diplomáticamente, que creía que quizá le haría bien y que pensaba que era algo noble por su parte, lo cual únicamente consiguió enfurecer más a Janet. Fueron unos días de pesadilla en la casa; Melanie solo deseaba que llegara el lunes para marcharse. Después de pasar el fin de semana con Tom en su casa, se quedó la última noche en el piso de Tom, para evitar a su madre; únicamente volvió a su casa a las tres de la madrugada para dormir un poco antes de marcharse al aeropuerto a la mañana siguiente, a las diez. Tom se había tomado la mañana libre para llevarla en coche. Melanie no quería marcharse en una limusina blanca, atrayendo la atención, algo en lo que su madre habría insistido, de haber hecho las cosas a su manera. Seguramente habría llamado a la prensa y habría filtrado la historia; en realidad, todavía podía hacerlo.