– Justo a tiempo… -susurró para sí al entrar en la rectoría para buscar al grupo. Eran exactamente las seis y ocho minutos. Y como siempre hacía, sabía que participaría en la reunión.
Mientras Everett entraba en Old St. Mary's, Sarah bajó del coche de un salto y entró en el hotel a la carrera. Le quedaban cuarenta y cinco minutos para vestirse y cinco para bajar desde su habitación. Tenía las uñas recién pintadas, aunque había estropeado dos al buscar la propina en el bolso demasiado pronto. Pero tenían buen aspecto y le gustaba cómo le habían arreglado el pelo. Las sandalias golpeteaban contra el suelo con un sonido sordo mientras atravesaba el vestíbulo corriendo. El conserje le sonrió cuando pasaba a toda velocidad y le dijo:
– ¡Buena suerte esta noche!
– Gracias.
Saludó con la mano, utilizó su llave del ascensor para llegar a la planta club y, tres minutos después, estaba en su habitación; abrió el agua de la bañera y sacó el vestido de la bolsa de plástico con cremallera donde estaba guardado. Era blanco y plateado, brillante, y destacaría su figura a la perfección. Se había comprado unas sandalias Manolo Blahnik plateadas, de tacón alto, que iban a ser un martirio para andar pero combinarían de fábula con el vestido.
Entró y salió de la bañera en cinco minutos y se sentó para maquillarse. Se estaba poniendo unos pendientes de diamantes cuando llegó Seth, a las siete menos veinte. Era un jueves por la noche, y él le había rogado que celebrara la gala de recogida de fondos el fin de semana, para no tener que levantarse al alba a la mañana siguiente, pero aquella era la única fecha que tanto el hotel como Melanie le habían propuesto, así que siguieron adelante.
Seth parecía tan estresado como siempre cuando llegaba a casa del despacho. Trabajaba mucho y siempre tenía muchas cosas en marcha a la vez. Se sentó en el borde de la bañera, se pasó la mano por el pelo y se inclinó para besar a su esposa.
– Pareces hecho polvo -le dijo ella, comprensiva. Formaban un gran equipo. Se llevaban maravillosamente desde el día en que se conocieron en la escuela de negocios. Su matrimonio era feliz, les encantaba su vida y estaban locos por sus hijos. Él le había proporcionado una vida increíble en los últimos años. A ella le gustaba todo lo que compartían y, sobre todo, le gustaba todo en él.
– Estoy hecho polvo -confesó-. ¿Cómo se presenta esta noche? -preguntó. Le encantaba que le contara las cosas que hacía. Era su partidario más acérrimo y su máximo admirador. A veces pensaba que, al quedarse en casa, desperdiciaba una mente extraordinaria para los negocios y su máster en Administración de Empresas, pero estaba agradecido de que se dedicara tanto a sus hijos y a él.
– ¡Fantástico! -Sarah sonrió en respuesta a su pregunta sobre la gala, y se puso un tanga de encaje blanco, diminuto y casi invisible, que no se vería debajo del vestido. Tenía el tipo adecuado y solo mirarla lo excitaba. No pudo resistirse a acariciarle la parte superior de la pierna-. No empieces, cariño -le advirtió ella, riendo-, o llegaré tarde. Puedes tomarte tu tiempo para bajar, si quieres. Será suficiente si llegas a tiempo para la cena. A las siete y media, si puedes. -El miró la hora en su reloj y asintió. Eran las siete menos diez. Sarah solo tenía cinco minutos para vestirse.
– Bajaré dentro de media hora. Antes tengo que hacer un par de llamadas.
Siempre era así y aquella noche no iba a ser diferente. Sarah lo comprendía. Gestionar sus fondos de alto riesgo lo tenía ocupado noche y día. Le recordaba sus propios días en Wall Street, cuando estaban a punto de presentar una OPI, es decir, una Oferta Pública Oficial. Ahora la vida de Seth era siempre así, por eso era feliz y tenía éxito, y podían llevar el estilo de vida que llevaban. Vivían como si fueran unas personas fabulosamente ricas, y mayores que ellos. Sarah se sentía agradecida por ello y no lo daba por sentado. Se dio media vuelta para que él le subiera la cremallera. El vestido le sentaba de maravilla y Seth sonrió:
– ¡Uau! ¡Estás sensacional, cariño!
– Gracias. -Le sonrió y se besaron. Sarah guardó algunas cosas en un diminuto bolso plateado, se puso los zapatos sexy a juego y le dijo adiós con la mano al salir de la habitación. El ya estaba con el móvil, hablando con su mejor amigo de Nueva York, organizando algunas cosas para el día siguiente. Sarah no se molestó en escuchar. Había dejado una botella pequeña de whisky escocés y una cubitera con hielo a su lado; él ya se estaba sirviendo una copa, agradecido, cuando la puerta de la suite se cerró detrás de ella.
Entró en el ascensor y bajó hasta el salón de baile, tres plantas por debajo del vestíbulo, donde todo era perfecto. Los jarrones estaban llenos de rosas de un blanco marfil. Unas bonitas jóvenes, con trajes de noche de colores nacarados, estaban sentadas a unas largas mesas, esperando para entregar a los invitados las tarjetas con su sitio en la mesa y registrar su entrada. Había modelos paseando por la sala, que lucían vestidos negros largos, con joyas fabulosas de Tiffany. Además, solo había llegado un puñado de personas antes que ella. Sarah estaba comprobando que todo estuviera en orden cuando un hombre alto de pelo rojizo tirando a gris entró con una bolsa de cámaras colgada del brazo. Sonrió a Sarah, admirando su figura, y le dijo que era de la revista Scoop. Sarah se sintió complacida. Cuanta más cobertura cié prensa consiguieran, mejor sería la recaudación al año siguiente, más atractivos resultarían para los artistas que quizá donaran su actuación, y más dinero podrían recaudar. La prensa era muy importante para ellos.
– Soy Everett Carson -dijo presentándose mientras se sujetaba la identificación de prensa en el bolsillo del esmoquin. Parecía relajado y completamente a sus anchas.
– Yo soy Sarah Sloane, presidenta de la gala. ¿Le apetece tomar algo? -ofreció, y él rehusó con un gesto de la cabeza y una sonrisa.
Siempre le sorprendía que esto fuera lo primero que la gente decía cuando recibía a alguien, justo después de las presentaciones. «¿Le apetece tomar algo?» A veces, justo después de «Hola».
– No, muchas gracias. ¿Hay alguien al que quiera que le preste particular atención? ¿Celebridades locales, la gente de moda en la ciudad? -Sarah le contestó que los Getty estarían allí, Sean y Robin Wright Penn y Robin Williams, junto con un puñado de nombres locales que no reconoció pero que ella prometió señalarle cuando fueran entrando.
Sarah volvió junto a las mesas largas para saludar a los invitados según salían de los ascensores, cerca de las mesas de recepción. Y Everett Carson empezó a fotografiar a las modelos. Dos de ellas tenían un aspecto sensacional, con pechos artificiales, erguidos, redondos y unos escotes interesantes, donde lucían collares de diamantes. Las otras estaban demasiado flacas para su gusto. Volvió a la entrada y fotografió a Sarah, antes de que estuviera demasiado ocupada. Era una mujer muy guapa, con aquel pelo oscuro recogido en un moño alto, con las estrellitas centelleando, y unos enormes ojos verdes que parecían sonreírle.
– Gracias -dijo ella, y él le ofreció una cálida sonrisa. Sarah se preguntó por qué no se había peinado, si se había olvidado o si quizá ese era su look. Observó las viejas y gastadas botas negras de lagarto, estilo vaquero. Parecía todo un personaje, y estaba segura de que tenía una historia interesante, aunque nunca tendría la ocasión de conocerla. Era solo un periodista de la revista Scoop que había venido de Los Ángeles para aquella noche.