Cuando pararon delante del motel, Chad se volvió y le preguntó:
– No sé qué opinas, pero… ¿quieres ver a mamá? Si no quieres no pasa nada. Es solo que se me ha ocurrido preguntártelo.
– ¿Sabe que estoy aquí? -inquirió Everett, nervioso.
– Se lo he dicho esta mañana.
– ¿Ella quiere verme? -Everett no creía que quisiera, después de tantos años. Sus recuerdos no podían ser mejores que los de él; posiblemente eran incluso peores.
– No estaba segura, pero me parece que siente curiosidad. Tal vez sería bueno para vosotros, para cerrar definitivamente este capítulo. Ha dicho que siempre pensó que volvería a verte y que tú regresarías. Creo que, durante mucho tiempo, estuvo furiosa porque no volviste. Pero lo superó hace años. No habla mucho de ti. Pero ha dicho que podría verte mañana por la mañana. Tiene que venir a la ciudad para ir al dentista. Vive a unos cincuenta kilómetros de aquí, más allá del rancho.
– Tal vez sea una buena idea -dijo Everett, pensativo-. Podría ayudarnos a los dos a enterrar viejos fantasmas. -Tampoco él pensaba mucho en ella, pero ahora que había visto a Chad, no le parecía tan incómodo verla; tal vez unos minutos, o el tiempo que pudieran tolerar-. ¿Por qué no le preguntas qué le parece? Estaré en el motel todo el día. No tengo muchas cosas que hacer.
Había invitado a Chad y a su familia a cenar, al día siguiente. Chad le había dicho que les encantaba la comida china y que había un buen restaurante chino en la ciudad. Luego, Everett se marcharía, pasaría una noche en Los Ángeles y volaría a Nueva York, para el concierto de Melanie.
– Le diré que vaya, si quiere.
– Como ella prefiera -dijo Everett esforzándose por parecer natural, pero se sentía algo tenso ante la perspectiva de volver a ver a Susan.
Cuando ella se marchara, probablemente iría a una reunión como había hecho esa tarde antes de ver a Chad y a los niños. Asistía religiosamente a las reuniones, dondequiera que estuviera. En Los Ángeles había muchos lugares donde escoger, pero allí había menos.
Chad dijo que le daría el recado y que recogería a su padre para cenar, al día siguiente. Everett informó de su visita a Maggie. Le dijo lo bien que lo había pasado, lo guapos que eran los niños y lo bien que se portaban. Pero, por alguna razón, no mencionó que posiblemente vería a su ex mujer al día siguiente. No lo había digerido del todo y sentía cierto temor. Maggie se alegró por él todavía más que el día anterior.
Susan se presentó en el motel a las diez de la mañana, justo cuando Everett estaba acabando de tomarse un bollo danés y un café. Llamó a la puerta de la habitación y, cuando él la abrió, se quedaron mirándose un largo momento. Había dos sillas en la habitación y él la invitó a sentarse en una de ellas. Estaba igual y, al mismo tiempo, distinta. Era alta y había engordado, pero la cara era la misma. Ella escudriñó sus ojos y luego lo miró de arriba abajo. Everett sintió que al verla examinaba un trozo de su historia, un lugar y una persona que recordaba, pero por los que ya no sentía nada. No podía recordar haberla querido y se preguntó si realmente lo había hecho. Los dos eran tan jóvenes, estaban tan confusos y furiosos por la situación en la que estaban… Se quedaron allí, sentados en las dos sillas de la habitación, mirándose, tratando de encontrar algo que decir. Igual que en el pasado, tenía la sensación de no tener nada en común con ella; sin embargo, con su deseo y entusiasmo juveniles, no se había dado cuenta de ello cuando empezaron a salir y ella se quedó embarazada. Recordó lo atrapado que se había sentido, lo desesperado, lo negro que le había parecido el futuro cuando el padre de Susan insistió en que se casaran y Everett aceptó lo que le parecía una condena a cadena perpetua. Siempre que pensaba en ello, sentía cómo los años se extendían frente a él, como si fueran una larga y solitaria carretera, llenándolo de desesperación. Tuvo la sensación de que se ahogaba de nuevo solo de pensar en ello y recordó perfectamente todas las razones de que empezara a beber en exceso y, finalmente, huyera de allí. Había sentido que una eternidad con ella era un suicidio. Estaba seguro de que era una buena persona, pero nunca fue la adecuada para él. Tuvo que esforzarse para volver al presente porque, durante una fracción de segundo, deseó un trago; luego recordó dónde estaba y que era libre. No podría volver a atraparlo nunca más. Las circunstancias, más que ella, eran lo que lo había encadenado. Ambos fueron víctimas de su destino, pero él no había querido compartir el suyo con ella. Nunca había conseguido adaptarse a la idea de estar con ella para siempre, ni siquiera por el bien de su hijo.
– Chad es un chico estupendo -dijo elogiándola. Ella asintió, con una leve sonrisa inexpresiva. No tenía aspecto de ser feliz, pero tampoco desdichada. Era anodina-. Igual que sus hijos. Debes de estar muy orgullosa de él. Has hecho un gran trabajo con él, Susan. Y no precisamente gracias a mí. Lo siento por todos aquellos años. -Era su ocasión de reparar el daño hecho, sin importar lo infelices que habían sido juntos. Comprendió, incluso más claramente, lo desastroso que había sido como marido y padre. Era solo un crío.
– Está bien -dijo ella vagamente.
Él pensó que parecía más vieja de lo que era. Su vida en Montana no había sido fácil, como tampoco la suya en sus viajes. Pero al menos era más interesante. Susan era tan distinta de Maggie… ella estaba llena de vida. Había algo en Susan que hacía que se sintiera muerto por dentro, incluso ahora. Le resultaba difícil recordarla cuando era joven y bonita.
– Siempre ha sido un buen chico -prosiguió ella-. Yo opinaba que debía seguir en la universidad, pero él prefería estar al aire libre, montado a caballo, que haciendo cualquier otra cosa. -Se encogió de hombros-. Supongo que es feliz donde está.
Al mirarla, Everett vio amor en sus ojos. Quería a su hijo. Se sintió agradecido por ello.
– En efecto, lo parece.
Aquella conversación entre progenitores les resultaba extraña. Aunque, probablemente, era la primera y la última que tendrían. Esperaba que fuera feliz, aunque no parecía una persona alegre y extravertida. Su rostro era solemne y desprovisto de emoción. Pero aquel encuentro tampoco era fácil para ella. Parecía satisfecha al mirar a Everett, como si estuviera enterrando algo definitivamente. Eran tan distintos que habrían sido muy desgraciados si hubieran seguido juntos. Cuando la visita terminó, ambos sabían que todo había sucedido como debía suceder.
Susan no se quedó demasiado rato y él volvió a pedirle perdón. Ella se fue al dentista y él a dar un paseo y, luego, a su reunión de A A. Compartió con ellos que la había visto y que el encuentro le había recordado lo desesperado, desdichado y atrapado que se sentía cuando estaba casado con ella. Sentía como si, por fin, hubiera cerrado la puerta al pasado, con una doble vuelta de llave. Verla era lo único que necesitaba para saber por qué la había dejado. Una vida con ella lo habría matado, pero ahora estaba agradecido por tener a Chad y a sus nietos. Así que, al final, Susan había compartido algo bueno con él. Todo había sucedido por una razón, y ahora podía ver cuál era. En el pasado no podría haber sabido que, treinta años más tarde, todo cobraría sentido y que Chad y sus hijos se convertirían en la única familia que tenía. En realidad, Susan había aportado algo bueno a su vida y le estaba agradecido por ello.