– No entiendo cómo se metió mi hermana en ese lío -Laura se echó en la cama-. Deb tiene un buen corazón, pero nunca ha sido tonta. Los novios que tuvo de joven fueron todos buenos chicos. No entiendo cómo pudo enamorarse de un elemento así.
– Imagino que no se portaría mal al principio. Ese tipo de personas suelen ser estupendas al comienzo de una relación.
Había un montón de almohadas junto al cabecero. Will se colocó un par de ellas y se tumbó a su lado.
Laura se giró inmediatamente hacia él.
– Bueno, eso es cierto. Al principio fue muy dulce con ella. La trataba como a una reina. Era como si todo lo que ella hacía fuera importante para él, lo que se ponía, lo que llevaba, lo que pensaba -suspiró-. Ella no podía ni elegir un par de zapatos sin pedirle consejo. Intenté decirle una vez que él estaba ahogándola. Deb me dijo que era tonta.
– Y aún lo eres por sentirte culpable.
– ¿Culpable?
Will le acarició suavemente la frente.
– Aquí tienes un signo de culpabilidad muy marcado. No te lo puedes sacar de la cabeza, ¿verdad? Piensas que debiste hacer algo para sacar a tu hermana de esa situación.
Laura no se apartó de su mano.
– Me preocupa que puedas leer mi mente, Montana.
– A mí me gustaría poder hacerlo más a menudo… No sé qué fue mal con tu hermana. Y no tengo respuestas para decirte qué vio en ese hombre. Pero sé que cuando tuvo que pedir ayuda apareció en tu puerta. Ella confía en ti. Sabía que estarías aquí para ella. Sus acciones deberían decirte algo sobre la fuerza de la relación que tenéis las dos. Si no acudió antes a ti no fue por tu culpa.
Laura pareció necesitar tiempo para pensar en eso. Tardó un rato, pero su ceño desapareció gradualmente. Y entonces fue ella la que empezó a acariciarle la mejilla.
– ¿Montana?
– ¿Qué?
– ¿Cómo consigues continuamente que me sienta mejor?
– ¿Lo hago?
– Sí. Y otra cosa, no sé por qué no me has matado durante los últimos días. Alguna gente podría protestar ante un asesinato, pero yo lo habría entendido. Mi familia siempre huye cuando estoy enferma. Todo el mundo sabe que me vuelvo gruñona y excéntrica.
– Tienes mucha razón. Ha sido tan divertido vivir contigo como con un monstruo de dos cabezas.
Laura sonrió y lo besó.
– Quítate la sudadera, Montana.
– No estoy seguro de que estés lista. Anoche tenías fiebre y…
– ¿Quieres que te la arranque yo?
Ante tal amenaza, Will obedeció. Cuando la sudadera cayó al suelo, él la ayudó a participar en el repentino ataque de su propio cuerpo. Luego le quitó a ella las mallas y la sudadera, ayudándola por si aún estaba demasiado débil.
– Esto no está funcionando -dijo Laura.
– ¿No?
Los dos estaban desnudos. Para él iba de maravilla.
– Ésta es mi seducción, Montana, no la tuya. Ahora sujétate al cabecero y no te sueltes.
– Piedad…
– No te molestes en suplicar. No habrá piedad para ti.
Volvió a besarlo con violencia. Al mismo tiempo, con una fuerza sorprendente, le subió las manos por encima de su cabeza y se las rodeó alrededor de los barrotes metálicos.
Empezó a tocarle todo el cuerpo, al principio con timidez y luego más descaradamente, mirándolo a los ojos.
Podría haber hecho carrera como torturadora. Fuera, el cielo se había oscurecido y las frías luces invernales entraban por la ventana. No había nada romántico en el ambiente… excepto ella. La débil luz brillaba en su pelo. Laura se detuvo, miró alrededor y entonces tomó un bote de polvos de talco de su mesilla.
Sentada a horcajadas encima de él, se echó grandes cantidades de talco en las manos. Cayó por todas partes. Will asociaba ese olor con los bebés, no con el romance. Pero las manos de Laura se quedaron resbaladizas y suaves. Insoportablemente resbaladizas. Lo miró a los ojos mientras deliberadamente le extendía el polvo arriba y abajo por su pecho y bajaba por su ombligo. Se tomó su tiempo tocando su parte más vulnerable.
Los nudillos de Will estaban blancos agarrándose a los barrotes. Estaba haciendo un gran esfuerzo por no tocarla… pero no pudo seguir aguantando. Sus manos se soltaron. Laura había terminado con ese juego.
Entonces la besó y la puso delante de él. El polvo se quedó pegado a sus pieles sudadas y resbaladizas. Las almohadas habían caído al suelo y las sábanas estaban hechas un lío.
Will le estaba sujetando la cara cuando ella gritó, subiendo por la poderosa ola. Se tensó y lo miró, apretando las manos en su espalda.
– Te amo, Will. Te amo, te amo…
La furia en su voz era suave como la seda, su susurro tan femenino que él perdió el poco control que le quedaba.
Y luego se quedaron abrazados un rato. La frente de Laura estaba empapada, los ojos cerrados. Siguieron así hasta que volvieron a respirar con normalidad.
Y entonces cayeron uno al lado del otro, abrazándose y acariciándose despacio, íntimamente. Los ojos de Will se cerraron, y también los de Laura.
Desde la otra habitación, se oyeron de pronto unos gemidos.
Capítulo Seis
El pollo se estaba quemando. Vestido sólo con los vaqueros, ya que no había tenido tiempo para ponerse nada más desde que se levantó, Will sacó la fuente del horno y la dejó en la encimera.
Miró alrededor de la cocina. La ensalada estaba preparada, pero aún no había preparado las judías y tenía la sensación de que debió haberlo hecho antes. El resultado sería una cena nutritiva, pero sería difícil que todos los platos calientes estuvieran listos al mismo tiempo. Las patatas tardaban mucho. ¿Cómo pudo haberlo sabido? ¿Nacían las mujeres sabiendo esos pequeño trucos?
– ¿Estás bien? Si quieres voy a ayudarte -le dijo Laura.
– Tú estás ocupada con Archie. Yo estoy bien. Dentro de unos minutos estará lista la cena.
Posiblemente esa promesa era algo optimista. Will se dio cuenta de que se le había olvidado también algo elemental como poner la mesa.
Empezó a trabajar silbando por la cocina. No podía recordar la última vez que había silbado haciendo algo. Brevemente pensó si había echado de menos esos días su laboratorio, su trabajo, su casa…
Le alivió darse cuenta de que sí. Añoraba su laboratorio y unas horas de trabajo duro. Lo había dejado todo sin vacilar mientras Laura estaba enferma. Echaba de menos la dura concentración de su trabajo, pero cuando pensaba en volver a su casa, de repente se sentía… solo.
Impaciente, trató de olvidarse de esa sensación. Obviamente necesitaba volver a su casa y continuar con su vida ordenada de nuevo. Laura no lo necesitaba ya. Esa tarde, ella le había demostrado sin duda que había vuelto a su nivel peligroso de normalidad.
Recordando su juego amoroso de esa tarde, empezó a silbar de nuevo. Tras romper dos trozos de rollo de cocina para usar de servilletas, puso a calentar las judías y se apoyó unos instantes en la puerta de la cocina.
De pronto dejó de silbar, su sonrisa se desvaneció y se quedó muy serio y pensativo.
El salón sólo estaba iluminado por una lámpara de tono azulado y suave. Esa luz pastel caía sobre Laura mientras le daba al bebé el biberón.
Después de haber hecho el amor, Will se ocupó del bebé para que ella pudiera darse una ducha rápida. Laura se había puesto un albornoz color marfil, pero sus pies seguían desnudos. Los dedos de los pies se movían a la vez que la mecedora de madera. Tenía el pelo seco y alborotado alrededor de la cara, y los brazos sujetando al bebé.
Will se frotó la nuca. Los dos parecían un cuadro. Durante un segundo, en su mente apareció la imagen de un bebé diferente. El suyo y el de Laura. Su bebé.
Considerando todo el tiempo que Will había tenido un miedo estúpido a los bebés, no sabía por qué esa imagen permanecía en su cabeza, cálida y atrayente. Pero su sonrisa desapareció y fue reemplazada por cierto malestar.