Archie no era su bebé, y no tenía nada que ver con las dudas enterradas en la cabeza de Will sobre el futuro de su relación con Laura. En ese momento tenía una excelente excusa para volver a enterrar esas dudas y preguntas. No era el momento apropiado.
Laura tenía un grave problema.
Estaba sujetando al bebé como si fuera suyo. Will había visto esa mirada antes, había visto lo mucho que se había entregado y aficionado al niño. Nunca le había dicho nada porque no sabía cuál era el modo natural de una mujer cariñosa de responder a un bebé. Pero en ese momento recordaba la ansiedad después de la llamada telefónica de su hermana, la mirada triste en sus ojos, el modo en que se retorció los dedos…
Laura levantó la cabeza, lo vio y sonrió.
– Casi he terminado. El pequeñín tenía mucha hambre.
– Ya lo veo.
Will miró a la cocina, soltó una palabrota y corrió al fuego para apagar las judías. Pero volvió de nuevo a la puerta para hablar con Laura.
– Olvidé preguntártelo… Cuando hablaste con tu hermana, ¿dijo por casualidad cuándo vendría a buscar a Archie?
De pronto, Laura abrazó con más fuerza al bebé. Will lo vio. Pero no supo si Laura se dio cuenta.
– No. Sólo dijo que sería pronto. Lo antes que pueda. Dice que lo echa mucho de menos.
– El bebé sólo es prestado.
Laura levantó la barbilla.
– Lo sé.
– Si le tomas demasiado cariño, sólo te dolerá más cuando tu hermana venga a por él.
– No le tengo demasiado cariño.
– ¿No?
– Por el amor de Dios, Will. Archie ha sido separado de su madre, la única seguridad que ha conocido. Necesita ser amado. Necesita toda la atención y el amor que yo pueda darle. Sus necesidades son lo único importante.
Will vaciló. Lo que ella había dicho era lógico y razonable, pero su tono había sido cortante y defensivo. Había estado muy tozuda cuando estuvo enferma, pero fue debido a la fiebre y la gripe. Estuvo furiosa por estar enferma, pero no enfadada con él.
Will no podía recordar que Laura se hubiera enfadado con él alguna vez. Habían tenido algunas discusiones sobre su dinero, pero nada serio. Él nunca había hecho nada para enfadarla. Pero estaba muy claro que no le gustaba que le hicieran preguntas sobre el bebé.
Will volvió a intentarlo pero con más cuidado.
– Entiendo que te sientas responsable de Archie. Pero estás dedicándole mucho tiempo…
– ¿Tiempo que no te he dado a ti?
– Laura, no me refería a eso…
Laura dejó el biberón en una mesa, se puso el bebé en el hombro y empezó a darle palmaditas en la espalda.
– Te molesta, ¿verdad? Nunca has dicho que quisieras hijos. Y de repente estás atrapado y descubriendo exactamente cuánto tiempo requiere un bebé. Pero antes o después, esto saldría a la luz. Will, yo no puedo estar toda la vida fingiendo que querer hijos y una familia no es importante para mí.
– Yo siempre supe que la familia te importaba mucho.
Laura se levantó, sin dejar de dar golpecitos a Archie, pero obviamente demasiado nerviosa para seguir en la mecedora.
– No, creo que no lo sabes. Pienso que los dos nos lo hemos pasado de maravilla siendo egoístas, abrazados como si nada más en la vida existiera. Eso es jugar al amor. No creo que ninguno pudiera haber aguantado mucho tiempo así.
Will sintió como si el suelo se moviera bajo sus pies y él no pudiera encontrar el fondo. Laura no había dicho exactamente que todo había terminado entre ellos, pero Will tendría que ser tonto para no darse cuenta de lo que significaban sus palabras.
Estaba dispuesto a enfrentarse a todas las sensaciones desagradables que tenía sobre la familia y los hijos. Antes o después. Simplemente siempre había tenido miedo de tener un hijo sin estar antes seguro de que no era un mal padre como los suyos. Posiblemente nadie en la vida obtenía esas garantías.
– Laura, no estábamos hablando de nosotros. Estábamos hablando de ti y de Archie, de que no te unas demasiado al niño y luego sufras…
El bebé lo interrumpió con un sonoro eructo.
– Voy a sufrir, Will, si sigo enamorándome más y más de ti, y jugar a amar es lo único que tú siempre has tenido en la cabeza.
Eso le dolió mucho.
– Nunca he jugado contigo.
– No creo que fuera intencionado, pero si somos sinceros, siempre me incomodó tu actitud hacia el dinero -levantó la barbilla y lo miró a los ojos-. Nunca estaba segura si estabas o no jugando. Hacías cosas muy románticas y generosas, Will, pero siempre tenía miedo de que intentaras comprar mi afecto, o que intentaras comprar cosas en lugar de sentimientos.
Diablos, ¿cómo se había deteriorado eso tanto? Laura no dejaba de decir insensateces. ¿De pronto hablaban de dinero?
– Nunca intenté comprar tu afecto.
– ¿Estás seguro de eso en el fondo de tu corazón?
– Mira, no es el momento de discutir. El bebé está despierto…
– Está bien.
Bueno, pues él no lo estaba. Tener un bebé en la habitación lo cambiaba todo. Si tenían que discutir, Will quería estar a solas, donde pudiera tocarla y abrazarla, donde pudiera hacerla razonar mostrándole lo reales y fuertes que eran ciertas cosas entre ellos. Nada de eso podría suceder con Archie soplando pompas de saliva en su hombro. Con el bebé ahí, Will no podía ni pensar.
– La cena debe estar quemándose… Ya tiene que estar lista.
– No tengo hambre.
– Bueno, necesitas comer y recuperar tus fuerzas.
Pero Will había perdido el apetito también y no quería seguir oyéndola. Se fue al vestíbulo, se puso los zapatos y la cazadora.
– De todos modos iba a marcharme después de cenar. Han pasado días desde que no voy a mi casa. Tú ya estás bien y yo tengo un montón de trabajo.
– Montana -dijo ella furiosa-, estás huyendo.
No había un alma en el edificio a las siete de la tarde. Los laboratorios estaban oscuros. La única luz en el lugar era la de su despacho.
Durante tres días, Will había estado trabajando como una mula, quedándose hasta muy tarde por la noche en lugar de volver a casa. Repantingado en la silla, con los pies sobre la mesa, se puso a pensar en las mujeres que había habido en su vida.
Fueron muchas. Docenas. La mayoría más bellas que Laura. Ninguna le dio tantos dolores de cabeza por su dinero. De hecho, algunas sólo lo quisieron por eso. Pero todas fueron mujeres razonables nada inclinadas a discutir. Compañía agradable, sin complicaciones ni sorpresas.
Podría llamar a cualquiera de esas mujeres. En cualquier momento. La acusación de Laura de que había huido era irrisoria. Él nunca había huido de nada difícil en toda su vida. Era sólo que no le gustaba que lo presionaran. Lo habían hecho muchas veces de niño, forzándolo a vivir con otras personas, tan necesitado de seguridad que se aferraba a cualquier cosa. En ese momento tenía seguridad. Tenía dinero. Y nadie iba a presionarlo de nuevo.
De pronto, empezó a gruñirle el estómago. Oh, otra vez no.
Había echado las galletas después del desayuno y el almuerzo. Normalmente él tenía un estómago de hierro que no le daba problemas. Pero había una razón por la que tenía problemas reteniendo la comida.
Había pillado la gripe de Laura.
No tenía nada que ver con la ansiedad de haberla perdido a ella.
Pero esa vez, dejó de dolerle y se le asentó el estómago. Estaba bien de nuevo. Su gripe le había durado menos que la de Laura.
Encontraría otra mujer.
Sería rubia o pelirroja, pero nada de morenas. Tendría ojos verdes o azules, cualquier cosa que no fuera ese dulce color chocolate. Sería algo codiciosa, para que él pudiera mimarla cuando quisiera. Le gustarían las joyas y no las sudaderas de Mickey Mouse. Y tendría cerebro para no presionar a un hombre.
Se hundió más en su sillón y cerró los ojos, decidido a imaginarse a esa mujer.