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– Sé que te sientes feliz por tu hermana. Pareces algo… inquieta.

Laura no dejaba de moverse de un lado a otro. Y Will notó que tampoco había soltado al bebé en las dos horas anteriores.

– ¡No estoy inquieta! ¡Sólo estoy deseando verla!

– Lo entiendo -dijo Will, dejando el tema.

Todo el día había tenido una extraña sensación, pero quizás Laura estuviera tan feliz como decía.

Will miró todo lo que había en el vestíbulo. La cuna, el parque, pañales, ropa, y la cesta llena de juguetes. Todo esperaba la llegada de Deb.

No quedaba nada excepto los utensilios que el bebé aún necesitaba.

Will se había ocupado de todo durante las últimas semanas. Deb no vivía en un albergue de mujeres, sino que se había instalado en un dúplex en St. Louis, con un nuevo ordenador y todo lo necesario para comenzar un negocio de contabilidad desde su casa. Se estaban solucionando los últimos papeleos de su divorcio. Aunque había una orden contra su marido para que no se acercara a ella, Will imaginó que no haría daño tener a un guardaespaldas para asegurarse de que el imbécil se comportaba.

El dinero resolvió muchos problemas. Pero Will no estaba seguro de que pudiera solucionar el problema que tendría Laura cuando la separaran del bebé.

Por supuesto, ella no dejaba de decir que no había ningún problema.

– ¡Está aquí! -gritó Laura corriendo desde la ventana a la puerta.

Deb entró, y durante los siguientes veinte minutos no dejaron de hablar entre ellas. Will le quitó a Deb el abrigo, dijo un par de palabras a las que ninguna prestó atención y vio a las hermanas reírse y abrazarse, interrumpirse continuamente y hablando como locas.

Deb no perdió un instante en abrazar a su bebé. Will se fijó en ella. Seguía muy flaca, pero su piel tenía mejor color, sus hombros no estaban hundidos y había vida en sus ojos.

Una vez Deb abrazó al bebé, Laura no volvió a mirar a Archie. Naturalmente, estaba ocupada charlando por los codos con su hermana, pero Will se preocupó. Durante dos meses y medio no había apartado los ojos del niño. Y de repente fue como si no existiera.

Entonces Archie soltó un chillido.

Will suspiró.

– ¿Qué tal si las dos vais a tomar un café mientras yo hago los honores?

– ¿Los honores? -preguntó Deb confundida.

Will le quitó al pequeño.

– No te preocupes. Soy un profesional en esto de cambiarle. En seguida volvemos.

Deb pareció sorprendida.

– ¿Estás seguro de que está mojado?

– Totalmente.

El estudio estaba ordenado de nuevo, aunque aún quedaban algunas cosas. Will se ocupó de cambiarlo con rapidez. En cuanto el niño se quedó desnudo, se acurrucó e intentó morderse el pie, pero Will conocía bien el truco.

– ¿Te das cuenta de que es la última vez que tengo que hacer esto? Te estás poniendo muy gordo para seguir haciendo eso. Y demasiado grande. ¡Pero si te está creciendo pelo!

Will examinó la cabeza del bebé.

– Bueno, sólo hay tres. No creo que tu madre tenga que comprarte aún cepillos, pero al menos hay alguna esperanza. ¿Quién lo habría imaginado?

El bebé en seguida estuvo limpio y cambiado. Will se apartó y lo miró.

– Ya no me verás más. Nunca te gusté, ¿verdad? Imagino que siempre supiste que no tenía experiencia con estas cosas. Créeme, yo tengo sentimientos confusos hacia ti. De hecho, si crees que voy a echarte de menos…

Así fue. Pero Will no supo cuánto hasta ese instante. Había estado pensando en los sentimientos de Laura, no en los sus suyos. Archie sopló pompas de saliva. El bebé casi le había costado perder a Laura, casi había destrozado su vida amorosa…

Le levantó de nuevo con un nudo en la garganta.

– De acuerdo. Te echaré un poco de menos. Pero tú eres duro, como yo. Y piensa en lo mucho que te necesita tu madre. Si viene algún tipo malo, tú la defenderás, ¿me oyes? Sólo deja que sepan desde el principio lo problemático que puedes ser.

En ese momento los llamó Deb. Los siguientes minutos fueron de total confusión. Todos llevaron cosas al coche de Deb. Cenaría ese día con su padre, pero no pudieron convencerla para que se quedara más. Obviamente conducir de noche mientras Archie dormía era lo más fácil.

Por fin se fue. El aire era frío. Laura se giró a Will y le pasó un brazo por la cintura.

– Tenía buen aspecto.

– Sí.

– Aún no está bien del todo. Pero lo estará. Lo he visto en su cara. Realmente está solucionando su vida.

– Eso me ha parecido a mí también.

Ella seguía acurrucada a él cuando entraron.

– Has hecho mucho, Will. Por ella. Por nosotras.

– Bueno… nunca he conocido a nadie que no necesite ayuda a veces. Y ver su aspecto mejorado ha sido la mejor recompensa.

Laura soltó una risita.

– Apenas podía apartar las manos de Archie. Se le iluminaron los ojos cuando lo vio. Necesitaban estar juntos de nuevo. Creo que le dará a mi hermana más motivos para recuperar fuerzas. A ella no le gustaba estar separada de Archie.

Will notó que no había dicho una palabra sobre sus sentimientos. Y la suave felicidad en su rostro era real.

– No sé si te has dado cuenta, Laura, pero ha sido un día largo. ¿Te apetece relajarte en un baño caliente?

– Hmm, mucho.

A él también, ya que quería a Laura apartada de él durante unos minutos. Había planeado una sorpresa para esa noche, algo para apartar su cabeza de la ausencia del bebé. Una vez Laura cerró la puerta del cuarto de baño, Will fue corriendo al dormitorio.

Después de abrir la cama, puso una enorme toalla encima y sacó el aceite de masaje que había escondido en su cazadora. El vino tinto ya estaba abierto y preparado en la cocina, y sólo había que servirlo. Will tardó un poco en terminar de prepararlo todo. Apagó la luz de arriba y encendió la lámpara de la mesilla.

Entonces se enderezó y lo miró todo. Estaba preparado. Suspiró satisfecho.

Casi en ese instante, oyó los sollozos de Laura.

Laura tenía un paño húmedo apretado a los ojos cuando sintió el aire frío al abrirse la puerta. Entre lágrimas, vio que una enorme toalla roja iba hacia ella.

– Estoy bien -dijo rápidamente.

– ¿Sí? ¿Qué tal si sales y hablamos de ello?

– Estoy bien, de verdad. Estoy feliz. Muy feliz.

– Claro que sí. Anda, levántate.

Era imposible negar las lágrimas en sus ojos.

– No sé qué me pasa. Esto es estúpido. Sólo estaba dándome un baño, relajándome, todo iba bien. Pero…

– Cuéntamelo.

– Entonces me acordé -se levantó y aunque Will la envolvió en la toalla, empezó a temblar-. Me acordé de que olvidé decirle a Deb lo de los golpes en la espalda, ya sabes, que hay que dárselos fuerte para que eructe -siguió llorando-. Y si se va a dormir sin eructar, se despierta llorando. Y ella no sabrá la razón.

Will le quitó la toalla y empezó a ponerle un albornoz.

– Creo que Deb es lo suficiente lista para adivinarlo sola. Lo que me está matando es que tú no imaginaras lo mucho que lo ibas a echar de menos.

– ¡No lo echo de menos!

– De acuerdo.

– Tendría que ser la mayor egoísta del mundo para echarlo de menos.

– Eres la persona menos egoísta que nunca he conocido -comentó Will, pero Laura no lo estaba escuchando.

– Es el bebé de mi hermana, por el amor de Dios. Ella es su madre. Y tú no conoces a Deb tan bien como yo, pero ella es maravillosa con los niños. No creo que nadie en el mundo pueda ser mejor madre que ella, y estar separada de Archie ha debido matarla. De hecho, por eso estoy tan contenta de que estén juntos de nuevo.

– Me alegra que estés contenta.

Will le cerró el albornoz y la llevó al salón.

– Has sido una boba al pensar que nunca lo ibas a echar de menos.