– No.
Deb había vuelto a salir al oxidado coche azul y no dejaba de llevar bolsas con pañales, comida, ropa, un cochecito, un parque, una cesta llena de juguetes… Cada vez que Deb salía, miraba la calle como si esperara que alguien la siguiera. Cada vez que volvía, estaba más pálida y nerviosa.
– No irás a ninguna parte -repitió Laura con más firmeza.
– No puedo quedarme. Me niego a meteros a ti y a papá en esto, y la casa de mi familia sería el primer lugar donde Roger me buscaría. También tengo que pensar en Archie, aunque honestamente no creo que Roger venga a por él. Ahí fue cuando todo se estropeó, cuando yo me quedé embarazada. El no quiere al niño y difícilmente podría perseguirme si fuera cargado con un bebé. Oh, Dios, espero que Archie esté a salvo aquí…
– No te preocupes por eso ahora. El niño estará perfectamente conmigo. Le echaré aceite hirviendo al que le ponga un dedo encima a mi sobrino.
Deb sonrió débilmente y luego le dio un abrazo.
– Siempre me gustó ese lado violento en ti. ¡No sabes cuánto te he echado de menos! Y siento mucho aparecer en tu puerta con este problema…
– No son problemas. Eres mi hermana y te quiero, boba. Deja que te ayude, por favor. Llamaremos a la policía y a un abogado…
– Ya he estado en la policía y en los abogados. He rellenado los papeles del divorcio y hay una orden para que no se acerque a mí. Pero para Roger sólo son papeles. No se puede detener a un hombre con el genio descontrolado con unos papeles. Lo sé.
– Deb…
– Cuida bien a Archie por mí, porque no podría soportar que me echara de menos. Prometo que volveré a por él lo antes posible.
– Deb…
Pero Deb se marchó, rápida como un rayo. Cuando se cerró la puerta, el vestíbulo se quedó muy silencioso, y Laura se encontró mirando los montones de bolsas y parafernalia que había dejado. No podía asimilarlo todo. Su hermana había sido denigrada. Tenía tanto miedo de ese cerdo con el que se había casado que estaba huyendo y escondiéndose. Laura intentó absorber la información, creerla, pero le parecía una pesadilla.
Eso no podía estar sucediendo. Las mujeres Stanley nunca habían tenido vidas melodramáticas. Deb era preciosa, dulce, generosa y amable con todo el mundo. Nadie podía hacerle daño. Laura se pasó una mano temblorosa por el pelo, dándose cuenta de repente de todo lo que no le había preguntado. No tenía modo de ponerse en contacto con Deb ni forma de saber dónde estaba o si tenía bastante dinero.
– ¿Laura?
Levantó la cabeza, atontada, y vio a Will con un vaso en la mano.
– He calentado un poco de coñac. Sé que no te gusta, pero quiero que bebas un poco.
Ella lo hizo. Le quemó la garganta, pero no le ayudó.
– Will… no he podido detenerla.
– Lo sé. Nadie podría haberlo hecho.
– Pero estaba asustada.
– Lo he visto.
– No sabía que Roger fuera tan cerdo. Pero imaginé que algo iba mal. Cuando hablábamos por teléfono no parecía la misma. ¡Debí haber hecho algo!
– Sabes que no hay modo de ayudar a alguien que no quiere admitir un problema.
Laura gesticuló violentamente.
– Voy a matarlo con mis manos. Si ese asqueroso aparece… No puedo soportar no saber dónde va Deb o si está a salvo.
– Ya nos enteraremos -le dijo Will con voz reconfortante-. En esto no vas a discutir conmigo de dinero, ¿verdad? Porque podemos hacer muchas cosas por tu hermana. Podemos intentar averiguar qué ayuda legal ha recibido hasta ahora y localizar al hombre. Si ella está viajando con tarjetas de crédito, podemos usar un detective privado para encontrarla y también hay muchas formas de protegerla. Formas legales y financieras, igual que contratar a una agencia de seguridad.
Ella lo miró a los ojos. En algún momento durante el ciclón, Will también intentó hablar con su hermana, pero se quedó callado. Quizás intuyó que su hermana no podría escuchar a un extraño en ese momento, y menos a un hombre. Era típico de Will no haberse entrometido, pero no se había perdido detalle. No era el tipo de hombre que le daba la espalda a los problemas, sino que adoraba los problemas y los retos.
– Deja que lo haga, Laura. No quiero oírte hablar de orgullo y de dinero con un problema así.
– No lo oirás. Esto es para mi hermana, no para mí. Oh, Will, ¿no podemos contratar a una docena de matones?
– No se me había ocurrido… matones. ¿Qué tal si bebes un poco más de coñac? Sé que es difícil pensar cuándo estás tan disgustada, pero si intentas calmarte un poco…
– No quiero calmarme. No quiero pensar con lógica. Quiero matones. Necesitamos una docena o dos. Para que ese cerdo no pueda encontrarla a ella ni al bebé…
El bebé. Se había olvidado completamente de él. Laura abrió mucho los ojos, y entonces le dio a Will el vaso y se fue corriendo al salón.
Archibald Merle Gerard Thompson estaba echado en el suelo junto al árbol de navidad.
Aunque tenía el corazón acelerado, Laura se arrodilló despacio, sintiéndose de pronto llena de satisfacción.
Era un nombre muy grande para un niñito tan pequeño. Deb siempre había tenido un extraño sentido del humor, pero el humor no tenía nada que ver con su extraña elección de nombres. Laura sabía que Deb había querido darle al bebé una sensación de raíces, así que había buscado un montón de nombres de abuelos y los había unido.
Pero el bebé no parecía un Archie. No se parecía a nadie de la familia… ni a nadie del universo. Era él mismo. Su pequeña carita estaba roja de miedo, pero había dejado de llorar y parecía hipnotizado con las luces de colores del árbol.
A Laura se le puso un nudo en la garganta. Nunca había tenido cerca un bebé y no sabía qué hacer, cómo darle de comer o cambiarlo. Pero amarlo no iba a ser ningún problema.
Con torpeza, le bajó la cremallera del saco en el que iba metido y le sacó. Él la miró. Tenía ojos azules. Ese azul que era más suave que el cielo y tan puro como la inocencia. Su cuerpo en miniatura era robusto y rellenito, y como un milagro, encajó perfectamente en la curva de su brazo.
Durante un momento Laura se quedó tan absorta en el bebé, que no se dio cuenta de que Will había vuelto y estaba de pie a su lado.
– Hay un parque en el vestíbulo. ¿Quieres que lo instale aquí? ¿Y llevo el resto de sus cosas al estudio?
Laura lo miró.
– Gracias -murmuró.
Era típico de Will ofrecer ayuda práctica, pero no había nada en su cara que mostrara que estuviera alterado por lo que había pasado.
Pero tenía que estar perturbado. Incluso en el momento más apasionado, nunca se olvidaba del control de natalidad, y nunca había expresado el menor deseo de tener un bebé, y mucho menos de que de pronto apareciera en su vida el bebé de un extraño.
Instintivamente, Laura apretó al pequeñín. Ella no había vacilado ni por un instante en ayudar a su hermana. Will no había puesto ninguna pega, y además todo lo que había hecho y dicho demostraba que lo entendía. Laura no tenía opción, Deb era su hermana y tenía problemas.
Pero la libertad e intimidad de su relación estaba a punto de desaparecer. Ninguno pudo imaginar que eso sucedería, y sólo sería algo temporal.
Pero Laura no sabía cómo se lo tomaría Will.
– ¡Feliz Navidad, Daniel!
Como Laura estaba ocupada en la cocina, Will hizo de anfitrión y abrió la puerta. El padre de Laura era de mejillas rojizas y sonriente, pero tenía artritis y problemas para andar. Will sabía exactamente de quién había heredado Laura su gran orgullo. Es hombre nunca pedía ayuda, pero Will rápidamente le quitó el regalo pesado de sus manos y le hizo entrar.
– Feliz Navidad a ti también. Es estupendo verte, Will -Daniel dejó su sombrero en el perchero-. No tengo que preguntar dónde está Laura. ¿Es bastante grande el pavo?
– Enorme -Will le quitó su abrigo-. Será mejor que te avise. Laura ha amenazado a cualquiera que se acerque a la cocina.