A las tres estaba de vuelta en su despacho. Archie dormía felizmente en su cochecito.
En la última semana Laura se había leído tres libros sobre bebés de arriba a abajo. Todos decían que los recién nacidos dormían continuamente. Mentira. Ésa era la primera vez que Archie dormía ese día, y Laura se moría de envidia. Si no conseguía pronto dormir una noche entera, se volvería loca. Tenía un horrible dolor de cabeza cuando la llamaron por teléfono.
– Estoy intentando localizar a la mujer más sexy de Madison, Wisconsin.
Ella cerró los ojos, se relajó en su sillón y disfrutó de la primera sonrisa en todo el día.
– Ya la tienes, Montana. Y espero que tu día sea mejor que el mío.
– Pareces cansada.
– Bah, sólo un día de mucho trabajo. Estoy muy bien.
Se tocó la nariz, preguntándose si le iría a crecer como a Pinocho. Nunca antes había mentido a Will. El problema era que él había sido estupendo toda esa semana.
Laura se estaba asustando de lo maravilloso que había sido. Ella le había llevado a comprar una cuna y él no se había quejado. Le invitó a cenar y no pudo preparar nada porque estuvo ocupada con el bebé, y él terminó preparando la cena sin protestar. Y tres veces se habían encontrado medio desnudos en un momento de pasión y Archie se había despertado llorando.
Will era un hombre comprensivo, pero no era humano ser tan bueno. Laura no había oído una sola palabra de impaciencia, ni una queja. Le estaba infinitamente agradecida por su comprensión, pero sentía con cada poro de su cuerpo que Will podría sentirse excluido como una prioridad en su vida si ella no tenía mucho cuidado.
Y Laura se negaba a descuidar a Will. Hasta entonces, corriendo a la velocidad del sonido había conseguido más o menos hacerlo todo, y debía seguir así.
– La verdad es que llamo por una razón seria -dijo Will.
– ¡Oh, Dios mío! ¿Has averiguado algo nuevo sobre mi hermana?
– No. Debe estar viajando con dinero y no con tarjetas de crédito, porque hasta ahora no se ha encontrado ninguna pista. Pero tómate eso como una buena noticia, Laura. Si tenemos problemas para encontrarla es porque se esconde tan bien como su marido. Y tengo un abogado estudiando su caso, aunque tardará algún tiempo. No hay nada que podamos hacer hasta que tengamos respuestas más concretas.
Laura se frotó la frente.
– No sé cómo lo has organizado todo tan deprisa, pero gracias. Yo no sabría por dónde empezar para contratar al abogado y a los de seguridad… y no es sólo encontrarlos, sino saber qué preguntarles y todo lo demás.
– Tú tranquilízate, y verás como sacamos a tu hermana de sus problemas… Y hablando de otra cosa, he encontrado un par de niñeras para ti. Ya las he entrevistado y tienen excelentes referencias. Podrían ir a tu casa esta noche si quieres hablar con ellas.
Laura vaciló. No podía apreciar más el modo en que Will se ocupaba de todo, pero a veces olvidaba que a ella también le gustaba ocuparse de sus cosas.
– Bueno, verás… ya he quedado con una para que venga esta noche a una entrevista.
Will se quedó callado unos instantes.
– Bueno, es estupendo que tú también hayas encontrado a alguien. Pero, Laura, sé lo que piensas del dinero, y si tienes miedo de entrevistar a niñeras que están fuera de tus posibilidades…
– No. Esta mujer parece maravillosa. El dinero no tiene nada que ver.
– De acuerdo. Pero tener tres para entrevistar te dará más para comparar, ¿verdad? Bien, esta noche iré a buscarte al trabajo.
– No hace falta. Y tengo mi coche…
– Yo me ocuparé de tu coche. Creo que ya has tenido mucha presión últimamente y necesitas un descanso. Esto es una sorpresa. No le puedes decir que no a una sorpresa.
Ella nunca le podía decir que no a Will, pero movió la cabeza con disgusto cuando vio la resplandeciente limusina blanca aparcada fuera de la oficina.
No era la primera vez que Will tiraba dinero alquilándole una limusina, ni la primera vez que ella se asombraba por su costumbre impulsiva de gastar de forma escandalosa. Aún recordaba cuando fue a su apartamento. Will tenía todos los juguetes posibles. Una báscula parlante un toallero eléctrico para calentar las toallas, un estéreo que hacía que la Filarmónica de Nueva York pareciera tocar en vivo y un tren de juguete que recorría su enorme salón, con lucecitas y resoplando a través de montañas en miniatura.
Laura entendía que de pequeño no tuvo juguetes, y seguro que tampoco pensó nunca que de mayor tendría dinero. Un profesor en su duro colegio público se dio cuenta de la capacidad de Will para la ciencia. Will ganó suficientes becas para terminar sus estudios en la universidad y luego creó una empresa privada de investigación científica. Eso no duró mucho. No fue nunca el dinero lo que motivó a Will sino la sed de desafíos imposibles. Cuando empezó a patentar algunos de sus descubrimientos, el dinero le llovía. Y seguía siendo así. Will no dejaba de tener ideas que valían su peso en oro.
Se había ganado el dinero y tenía todo el derecho a usarlo como quisiera. Pero desde el principio, lo que se había gastado con ella iba más allá de la indulgencia o la generosidad. Laura tenía miedo de que él tuviera algunos sentimientos confundidos entre el dinero y la seguridad. Pero ella lo había visto en su trabajo, tenía su propio laboratorio, y se suponía que debía dedicarse a dirigir a sus empleados. Más de una vez lo había encontrado con las mangas subidas, un café frío a su lado, inclinado sobre un microscopio sin tener idea de que llegaba dos horas tarde a una cita.
El dinero no era tan importante para Will como él creía. Pero cuando se empeñaba en gastarlo, no podía detenerlo ni una avalancha.
– ¿Te gusta el cochecito para el niño?
Will le quitó todo lo que llevaba en los brazos, excepto a Archie.
– Creo que estás loco.
– Dentro hay una cena de sopa de cangrejo. Y champán. Y música de Tchaikovski. Todo eso ha sido fácil… -Will abrió la puerta y la hizo entrar-. Conseguir una mini cuna para el enano fue más complicado.
Laura vio la cunita y los cinco tipos de chupetes, de todos los colores. Y la botella de champán recién abierta en un cubo de plata con hielo. El interior del coche ya estaba caliente. Will le hizo quitarse el abrigo y los zapatos y relajarse.
Una vez ataron a Archie en su sillita, ella se quitó el abrigo y se hundió en el suave asiento de piel, aunque relajarse fue un poco más difícil. Nadie la había mimado tanto como Will. Ella nunca había tenido semejantes lujos, y tendría que ser tonta para que no le gustaran esos mimos. Le encantaban.
– ¿Le has hecho pasar un mal día, amigo? -le preguntó Will a Archie, que se echó una pompa de saliva en respuesta-. Sí, eso imaginé.
Laura sonrió.
– Ha sido bueno.
Él la miró escéptico.
– No te creo, pero gracias a Dios le gusta el movimiento. Quizás nos deje cenar tranquilos -sirvió dos copas de champán, se sentó a su lado y el conductor arrancó-. Sólo tenemos un par de horas. Sé que tienes que volver para entrevistar a las niñeras. Pero me pareció un buen día para escapar de todo durante un rato.
– ¿Tuviste un día duro en el laboratorio?
– Terrible. Falló la electricidad en medio de un experimento. Dos empleados se pusieron malos y el teléfono sonaba cada vez que yo me sentaba para concentrarme en algo serio.
– Te diría que lo lamento -le dio un tirón de la corbata-, pero sé perfectamente que son tus días favoritos.
– ¿Cómo es que ya no puedo engañarte? -le acarició el cuello-. Eh, ¿qué es eso?
– ¿El qué?
– Ese músculo tenso en tu cuello. Es como si tuvieras alambres dentro.
Will le quitó la copa y la puso en la mesita.
– Estoy bien, de verdad.
– Vuélvete e inclina la cabeza.