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– Will, estoy bien de verdad, y aquí no hay sitio para…

– Claro que sí.

Rápidamente, la tuvo sentada entre sus piernas con la cabeza apoyada en sus rodillas.

Laura debió imaginar que tenía los músculos agarrotados por la tensión de la semana anterior. Pero no sabía lo cansada que estaba… hasta que sus manos le empezaron a dar masajes.

El bebé se había quedado dormido. El interior cálido y las ventanas oscuras no permitían ver el paisaje invernal y gris. Laura empezó a sentir los huesos líquidos.

Nunca entendió cómo conseguía Will hacerle sentir que los dos formaban un mundo juntos. Pero se sentía a salvo con él.

A Laura se le cerraron los párpados. La presión y la tensión del día fueron desapareciendo. Will siguió acariciándole los hombros y luego bajó despacio por la espalda.

Eso era exactamente lo que les había faltado esa semana pasada. No era el masaje en la espalda lo importante, sino estar juntos. Todo había sido muy confuso y caótico los días anteriores. Necesitaba hablar con Will, comprobar cuáles eran sus sentimientos ante los cambios repentinos en sus vidas. Sabía que ese tipo de comunicación con Will era peligroso, porque tendía a ocultar sus sentimientos.

Quería hablar con él. Necesitaba hablar con él.

Pero no había dormido bien ni una noche desde hacía una semana. Suspiró. Sentía que se hundía suavemente. Había mucha sensualidad en las manos de Will, mucha ternura…

Y eso fue lo último que recordó.

Capítulo Cuatro

Al fin…

Desde hacía una semana, Will dudaba que volviera a estar a solas con Laura.

La noche de la limusina, se quedó dormida mientras le dio el masaje, y las dos noches siguientes, se quedó frita en el sofá justo después de cenar. Will no se quejaba. Laura necesitaba descansar y gracias a Dios, el enano había dormido tres noches seguidas sin despertarse. Finalmente Laura había podido recuperar el sueño perdido. Y esa noche el niño estaba con la niñera, en casa de Laura a diez kilómetros de distancia.

El restaurante se llamaba Joe's. El lugar aislado daba a un lago y a un campo de golf privado. Desde su ventana, el paisaje parecía una tarta llena de nata. En la mesa había un centro con una orquídea junto a una botella a medio terminar de Pinot Noir.

En la esquina una pianista con manos suaves susurraba canciones de amor. Iba vestida con un ceñido traje negro y su pelo era largo y pelirrojo. Y su gran delantera podría satisfacer las fantasías de cualquier hombre.

Will la vio. Pero la mujer sentada frente a él era la única fantasía que él quería.

Su fuerte reacción hormonal a Laura era preocupante, ya que en ese momento llevaba un vestido sencillo y discreto color crema. Tenía un par de peinetas en el pelo para ordenar un poco sus salvajes rizos castaños, un poco de colorete y rímel.

No había nada en su aspecto para hacer que un hombre se sintiera peligroso… pero él se sentía así con ella. Imaginó que bajo el vestido llevaría seda roja, porque ella tenía un vicio secreto con la ropa interior descarada. A Will le preocupaba que otros hombres hubieran visto eso y esos ojos sinceros arder de pasión… Le preocupaba que otros hombres hubieran adivinado que esa boca rosa sin artificio podía tentar a un hombre hasta hacerle perder el sentido del tiempo y el espacio, porque estaban en medio de un restaurante y él estaba en peligro de perder el control.

– Creo que ha pasado demasiado tiempo desde que tomaste costillas -observó Will.

– ¿Has llegado a esa conclusión porque me he tirado sobre mi plato como un lobo hambriento? -Laura sonrió-. No está bien hacer dieta continuamente. Adoro esto. Y ceder al pecado es más tentador porque no he disfrutado de una comida o cena sin interrumpir desde hace un siglo. O al menos dos semanas. No puedo entender cómo el bebé sabe cada vez que yo me siento a comer.

– A Archie no le gusta que dejes de prestarle atención. Por suerte esta noche no tendrás que preocuparte de él.

– ¿Will?

– ¿Hmm?

Will vio al camarero dejar un plato de mousse de chocolate frente a Laura. No sabía dónde lo metería después de una cena de cinco platos, pero estaba deseando ver cómo lo intentaba.

Esperó hasta que el camarero se marchó.

– Me preocupaba haber herido tus sentimientos por no haber elegido una de las niñeras que me mandaste. Te molestaste mucho para prepararme las entrevistas con esas niñeras. Y eran estupendas, como dijiste.

– No pasa nada -dijo Will rápidamente-. Obviamente tenías que elegir a alguien en quien confiaras y con quien te sintieras cómoda.

– Exacto. Y lo que realmente quería era a mi madre.

– ¿A tu madre?

– Sé que te parecerá una tontería. Han pasado diez años desde que perdí a mi madre, y tú no tuviste oportunidad de conocerla, Will. Pero le hubiera encantado un nuevo bebé en la familia. Lo habría mimado y consentido terriblemente. Y la señora Apple es abuela. Incluso habla como mi madre hacía. Y no importa lo profesionales que fueran las otras, Archie sólo habría sido un trabajo para ellas.

– Laura, no tienes que darme explicaciones. Me pareció bien tu decisión… el helado de tu mousse se está derritiendo.

Ella bajó la mirada.

– Es cierto. Pero no debería. Realmente no debería tomármelo. Esto se irá directamente a mis cartucheras, ¿lo sabes?

Will apoyó la barbilla en la mano y la vio devorar el postre como había hecho con toda la comida.

Lo de la niñera no debió molestarlo. Pero le molestó un poco.

Él quiso ayudarla, y ella no necesitó su ayuda. La gente nunca le había necesitado. Will sabía qué hacer y cómo reaccionar cuando veía que los demás lo buscaban por su dinero. Se sentía cómodo. Pero Laura no quería su dinero, y era dificilísimo intentar hacer algo por ella.

Ninguno de sus padres lo quiso ni lo necesitó. Will había aprendido a palos que a menos que tuviera una función en la vida, la gente le escupía.

Laura dejó su cuchara y suspiró.

– Estaba delicioso.

Will levantó la cabeza para buscar al camarero y pedirle otro postre igual. Pero Laura le sujetó la muñeca para que no pudiera levantar la mano.

– No te atrevas. Si me dejas tomar más calorías esta noche, te estrangularé con mis propias manos.

Él giró su palma y sus dedos se enlazaron.

– Vaya, me has asustado.

– Estoy segura -Laura hizo un gesto hacia la pista de baile-. ¿Te atreves a sacarme? Pero te advierto que hace falta valor, porque soy un desastre.

Estaban riéndose cuando salieron a la pista. Sólo había otras dos parejas.

Laura apoyó la cabeza en su hombro y le echó los brazos al cuello. Olió su aroma, picante y masculino. Sus pechos se rozaron suavemente. Sus muslos se pegaron al instante, y Laura notó lo fácilmente que él se había excitado.

Se balancearon con la música en un mundo privado de dos.

La tensión fue desapareciendo de la cabeza de Will, pero aún tenía algo que le preocupaba. Era… el bebé. Había visto el modo instintivo y cariñoso de Laura de comportarse con él. Ella nunca había mencionado querer un bebé, y tampoco había hablado de matrimonio. Laura nunca le había forzado en nada.

Will conocía sus propios defectos. Si alguien le presionaba, él daba media vuelta.

Nunca había esperado encontrar a alguien que lo significara todo para él, y lo que tenía con Laura era perfecto. En ese momento, ella era libre para estar con él, sin que nadie se entrometiera en su mundo. Él adoraba poder seducirla en lugares inesperados en momentos inesperados.

¿Casarse y arriesgarse a perder todo eso?

Will la abrazó con más fuerza. El cuerpo de Laura estaba caliente.

Esa noche harían el amor. En su casa. Necesitaban pasar tiempo a solas.

– ¿Señorita Laura Stanley?

Will oyó las palabras detrás de ellos. Los dos miraron al camarero.

Llevaba un teléfono inalámbrico.

– ¿Es usted la señorita Laura Stanley?