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– Esto no es asunto de broma, señor.

– No se lo tome a mal, madame. No deseo insultarla pero, tal como le dije desde el principio, no creo mucho en el tarot.

Alex se inclinó hacia delante con el ceño fruncido.

– Debe ser cauteloso, prudente…

– Siempre lo soy, así que le ruego que no se angustie más por mí. Ahora, dígame, ¿ha hecho lo que le he sugerido?

– ¿Sugerido?

– Sí. Le he dicho que pensase en mí.

La joven se quedó perpleja.

– Y que se preguntase cuál era mi excelente idea -añadió Colin en voz baja.

Alex parpadeó y levantó la barbilla.

– Lo siento, pero estaba tan ocupada con las tiradas que no he pensado en eso.

Colin sacudió la cabeza.

– Lástima, porque esperaba tentarla. Pero está claro que no es una mujer que caiga en la tentación.

– Pues no, no lo soy. Desde luego que no.

El hombre alargó la mano hasta el rincón a oscuras de su asiento y sacó un paquetito envuelto en una pieza de tela.

– Una virtud admirable, madame. Aplaudo su determinación. Sin embargo, yo no soy tan duro de pelar.

Colin desenvolvió el paquete.

– ¿Qué es? -preguntó ella, acercándose con los ojos muy abiertos.

– Pastelillos. Llevan por dentro capas de bizcocho de chocolate y crema de frambuesa. Luego, bañan cada pieza en chocolate y le ponen encima un toque de cremoso glaseado.

– ¡Oh… vaya!

Su rosada lengua asomó un instante para humedecer sus labios, y Colin se quedó paralizado.

– ¿Cómo han llegado esos deliciosos pastelillos a su carruaje? -quiso saber la muchacha.

– Los ha preparado mi cocinera. He hurtado estos cuatro y los he escondido en el carruaje para poder comérmelos en el camino de vuelta a casa. Mi excelente idea era disfrutarlos con alguien que compartiese mi debilidad por los dulces -dijo, antes de exhalar el aire con fuerza-. Por desgracia, como no ha pensado en eso, está claro que no le interesa.

– ¡Oh! Pero…

– Además, no es una mujer que caiga en la tentación -dijo, alargando el brazo y agitando el paquete delante de sus narices-. Lástima.

Alex aspiró por las fosas nasales y cerró los ojos un instante. Sus labios se entreabrieron, atrayendo la atención de Colin hacia su boca sensual. Luego la joven se aclaró la garganta.

– Señor, creo que hemos acordado que no es necesario vencer la tentación en todos los casos.

– La verdad, aunque recuerdo haber dicho eso, no me parece que usted coincidiese conmigo.

– Desde luego, mi intención era esa, sobre todo en lo que respecta a los pasteles glaseados -dijo ella, mirando los dulces-. Apetecibles pasteles glaseados, de aspecto delicioso y dulce olor. Creo que su idea de disfrutarlos con alguien que comparta su debilidad por los dulces es más que excelente. La verdad, siento la tentación de calificarla de genial.

Colin sonrió.

– Entonces, sí he conseguido tentarla.

– Me temo que me he derrumbado como un castillo de naipes de tarot.

– Mi querida madame Larchmont, con estos pasteles, hasta yo habría podido predecir ese resultado.

El hombre cogió uno de los dulces y se lo tendió. Cuando Alex alargó la mano, Colin apartó la suya y sacudió la cabeza.

– Se manchará los guantes -dijo-. Permítame.

Lord Sutton extendió la mano y sostuvo el bocado delante de los labios de la joven.

Ella lo miró sorprendida, y Colin percibió su lucha interna entre el decoro y el anhelo del dulce. Finalmente, se inclinó hacia delante y lo mordió con delicadeza.

Los labios de Alex rozaron las puntas de los dedos masculinos, y un intenso calor ascendió por el brazo de Colin. Pero aquel calor pareció fresco comparado con el ardor que la muchacha encendió al cerrar los ojos despacio y emitir un suave gemido de placer. Paralizado, Colin observó el lento movimiento de los labios de la joven mientras saboreaba el trozo de pastel y cómo al terminar se pasaba la punta de la lengua por los labios para atrapar el sabor que pudiese quedar. El cuerpo entero de Colin se tensó, y hubo de apretar sus propios labios para reprimir un gemido.

Alex dio un largo suspiro que sonó como un sensual susurro. Entonces sus ojos se abrieron, y la muchacha lo miró con una expresión vidriosa a través de los párpados entornados.

– ¡Oooh, vaya! -murmuró-. Ha sido… estupendo.

Demonios. Estupendo era una descripción muy pobre. Con los labios separados y húmedos, y los párpados caídos, parecía excitada y más deliciosa que cualquier dulce que hubiese visto jamás. Y, por Dios, quería probarla más de lo que nunca había deseado dulce alguno.

Colin no sabía cuánto tiempo llevaba sentado allí, mirándola boquiabierto, pero por fin la joven parpadeó y habló:

– Me está mirando fijamente, señor.

Él tuvo que tragar saliva dos veces para localizar su voz.

– No, estoy… admirando -respondió sin apartar la mirada de Alex, mientras se movía para sentarse junto a ella-. Para usted -dijo alzando la mitad restante hasta los labios de la joven.

– ¿No lo quiere?

Que Dios lo ayudase; en ese momento toda la existencia de Colin giraba en torno al verbo «querer».

– Quiero que se lo coma usted -dijo en un áspero susurro que apenas reconoció.

El hombre tocó su boca con el pedazo de pastel, y ella separó los labios. Tras deslizar despacio el bocado en su boca, Colin retiró la mano, arrastrando la punta del dedo índice por encima del labio inferior de la joven y dejando atrás una brillante capa de chocolate fundido.

Las pupilas de Alex llamearon, y la muchacha apretó los labios, atrapando la punta de su dedo. La erótica visión y la impresionante sensación de los labios femeninos rodeando la punta de su dedo inmovilizó a Colin. Se sintió invadido por el calor, y su corazón latió con fuerza, bombeando fuego hacia todas sus terminaciones nerviosas. Su dedo se liberó despacio, y Colin contempló cada matiz de la expresión de ella mientras se comía la oferta, excitándose más y más con cada segundo que pasaba. Diablos, ¿desde cuándo resultaba tan sensual, desde cuándo tenía tanta carga sexual, ver comer a alguien?

Alex cerró los ojos y masticó despacio. Al tragar, emitió un suave gruñido de placer. Luego se pasó la lengua despacio Por el labio inferior, borrando la fina capa de chocolate que Colin había dejado en él.

A continuación abrió los ojos.

– Ha sido maravilloso.

– Para mí también -dijo Colin.

Su voz sonó como si se hubiese tragado un puñado de grava.

– Pero usted no se ha comido ninguno.

– Preferiría probar el suyo.

Colin inclinó la cabeza y rozó los labios de la joven con los suyos. Alex inspiró con fuerza y luego se quedó inmóvil.

– ¡Qué dulce! -murmuró él, volviendo a tocar sus labios-. Es delicioso.

Más. He de tener más, se dijo,

Tomó la cara de Alex entre las manos y besó cada rincón de su boca. A continuación, pasó la lengua por el grueso labio inferior de la muchacha. Los labios femeninos se separaron con un suave sonido jadeante, y Colin lo aprovechó al instante, colocando la boca sobre la de ella. Y se perdió de inmediato.

¿Alguna mujer tenía un sabor tan voluptuoso, tan cálido y delicioso? No… Solo aquella. Aquella mujer cuyo recuerdo le había perseguido durante cuatro años. Aquella mujer a la que nunca esperó volver a ver y tocar fuera de sus sueños. El corazón de Colin siempre supo que aquella mujer tendría aquel sabor. Un sabor perfecto.

Con un gemido, deslizó una mano entre sus suaves cabellos y la otra en torno a su cintura, apretándola contra sí mientras su lengua exploraba la aterciopelada dulzura de su boca. Un deseo apremiante lo inundó, abrumándolo con una necesidad que se multiplicó cuando la joven frotó su lengua contra la de él, primero con gesto vacilante y luego con una receptividad que eliminó otra capa del control de Colin, que se desvanecía a toda velocidad.