Выбрать главу

– Muy bien. Más vale que nos sentemos -sugirió Colin, indicando el sofá situado delante de la chimenea.

– Prefiero estar de pie.

– Como guste. -Colin apoyó los hombros contra la pared y cruzó los brazos; su postura despreocupada contrastaba por completo con la tensión que le dominaba-. Quería saber más de usted por varias razones, una de las cuales era la gran curiosidad que me produjo su original método para salir de la casa de lord Malloran.

Colin captó el leve parpadeo de Alex, que se le habría escapado de no haber estado observándola con tanta atención, y muy a su pesar se sintió invadido por la admiración. No había duda de que era muy buena. En realidad, habría sido una espía estupenda.

– No sé muy bien a qué se refiere -dijo.

– Me refiero a su salida por la ventana del estudio de su señoría, algo un tanto insólito, sobre todo teniendo en cuenta la distancia hasta el suelo. Estoy seguro de que podrá entender que mi curiosidad no hizo sino aumentar cuando supe que fue en esa habitación donde encontraron muertos a Malloran y a su lacayo solo unas horas después de su salida.

Se produjo entre ellos un silencio cargado de tensión.

– No irá a creer que tengo algo que ver con su muerte -dijo Alex por fin.

– ¿Por qué no iba a pensar eso? En el mejor de los casos, sus acciones son muy sospechosas.

– Si me creyese culpable de asesinato, me habría denunciado a las autoridades.

– ¿Qué le hace pensar que no lo he hecho?

Allí estaba… Un parpadeo inconfundible. Pero no era debido a un sentimiento de culpa. No, parecía miedo… Un miedo comprensible si se pensaba en cómo pasaba el tiempo en Vauxhall. Las cárceles de Londres tenían fama de ser desagradables. La joven levantó un poco la barbilla.

– Nadie me ha interrogado.

– Es evidente que no se ha percatado de que eso es justo lo que yo estoy haciendo.

Alex pareció perpleja y luego emitió un sonido de incredulidad.

– No tiene autoridad para hacerlo.

– No, pero la vi salir por esa ventana. Muy interesante, sobre todo porque a Malloran y a su lacayo los hallaron muertos por envenenamiento poco después.

La joven abrió los ojos con una sorpresa demasiado auténtica para ser fingida.

– Pe… pero creía que los habían matado a golpes. Todos los rumores decían…

– Sí, los golpearon, pero después de envenenarlos. Al parecer, para que los asesinatos pareciesen un robo. Se cree que el veneno utilizado fue el ácido prúsico, lo cual también resulta interesante.

La muchacha frunció el ceño, sinceramente confusa.

– ¿Qué es el ácido prúsico?

– Una pregunta extraña viniendo de la esposa de un cazador de ratas, pues el ácido prúsico suele ser utilizado por los hombres del gremio de su marido para matar a esos bichos.

Alex se quedó paralizada y luego fue palideciendo poco apoco.

– Una coincidencia bastante condenatoria, sobre todo porque me mintió acerca del lugar en que vivía -dijo él en voz baja-. Pero cuando registré su casa, no solo no encontré ni rastro de veneno. Tampoco encontré ni rastro de un marido.

De pronto Colin se apartó de la pared y se acercó a Alex, quien retrocedió con un grito ahogado. La joven solo pudo dar un paso porque sus caderas toparon contra el escritorio. Los separaba una distancia inferior a la longitud de un brazo. Colin podía ver las motas color canela en sus ojos y las doradas pecas que le cubrían la nariz. Y el parpadeo de aprensión en sus ojos.

– Así pues, ¿por qué no me dice, madame Larchmont, por qué no debería creer que usted envenenó a lord Malloran y a su lacayo? Deme una razón para no informar inmediatamente de mis sospechas al magistrado.

Alex se humedeció los labios.

– ¿Por qué no lo ha hecho ya?

Porque pese a lo que vi, pese a lo que sé sobre ti, mi instinto me asegura que hay otra explicación, se dijo Colin.

– Antes quería oír su explicación. Por desgracia, mi experiencia me ha enseñado que las cosas no siempre son lo que parecen.

La joven bajó la mirada y la fijó en la mano de Colin, quien se percató irritado de que se estaba frotando el muslo dolorido sin darse cuenta. Se detuvo de inmediato, y Alex volvió a alzar la mirada.

– La escucho, madame -dijo él, ignorando las preguntas que se ocultaban en aquellas profundidades de color marrón chocolate.

Alex lo miró a los ojos, observó su expresión implacable supo que no tenía sentido no contarle la verdad sobre lo que había oído, aunque no era necesario decirle que fue su propia presencia inesperada lo que precipitó su huida prematura del salón y su búsqueda de refugio en el estudio de lord Malloran.

La muchacha respiró hondo y empezó.

– Estaba fatigada después de tantas tiradas y fui en busca de un refugio tranquilo con la esperanza de hallar un momento de reposo.

A continuación relató con calma su llegada al estudio, la conversación que oyó y la nota que dejó para lord Malloran.

– Temía que me descubriesen en el corredor -concluyó- y decidí que la ventana era la opción más segura para salir. Por desgracia, no sabía que usted merodeaba por los alrededores.

– No merodeaba; me encontraba allí -replicó Colin con el ceño fruncido-. ¿Está segura de que una de las personas a las que oyó era el difunto lacayo de Malloran?

– Sí. No vi a la otra persona, pero reconocería esa voz… Anoche volví a oírla -añadió, tras debatirlo un instante consigo misma.

Colin la miró con más atención.

– ¿Cuándo? ¿Dónde?

– En la fiesta de los Newtrebble. Justo antes de que terminase, mientras me inclinaba para coger mi bolso.

– ¿Vio quién había hablado?

– No. Había demasiadas personas para saber quién era. Me puse a escuchar, pero no volví a oír la voz.

Colin la miró a los ojos.

– Por eso estaba tan pálida.

Alex le brindó media sonrisa.

– Llevaba toda la noche escuchando, pero en realidad no esperaba oírla porque era un susurro, no la verdadera voz de alguien. Me temo que al oírla me llevé un susto.

– ¿Recuerda a quién vio?

– Por supuesto. Anoté los nombres en cuanto llegué a casa para no olvidarme. -Alex cerró los ojos para visualizar los grupos-. Pasaban junto a mí lord y lady Barnes, lord Carver, el señor Jennsen, lord y lady Ralstrom y su hija, lady Margaret. Se hallaban cerca lord y lady Whitemore, su hija lady Alicia, la pariente lejana de lady Malloran, lady Miranda, lord Mallory y lord Surringham. También había dos lacayos en las proximidades.

Colin cogió una hoja de papel vitela del escritorio. A continuación, humedeció la pluma en el tintero. Alex vio cómo escribía deprisa los nombres que ella acababa de recitar. Sus manos eran fuertes pero elegantes. Aquellas manos la habían tocado hacía solo unas horas con una asombrosa combinación de suave fuerza y apasionada impaciencia. Alex deseaba sentir de nuevo aquellas manos, con una necesidad que la confundía y asustaba.

– Tiene buena memoria, y es muy observadora -dijo él, dejando la pluma y situándose de nuevo delante de ella.

Alex parpadeó para apartar de su mente la idea de sus manos acariciándola.

– Recordar a la gente y observarla… es una costumbre mía.

Colin la miró a los ojos.

– ¿Qué hay en la mochila que lleva usted a El Barril Roto cada día? -preguntó en voz baja.

La pregunta dejó sin aliento a la joven, que cerró los puños en un intento de controlar su rabia.

– También me ha seguido hasta allí. Supongo que no debería sorprenderme.

– Supongo que no. ¿Qué lleva allí?

– ¿Por qué no se lo ha preguntado al tabernero?

– Lo he hecho. El señor Wallace no ha querido decírmelo, pese a mi oferta de un buen soborno. No la cansaré con los detalles, pero sus siguientes palabras incluían diversas amenazas de daño físico en caso de que la molestase.

– Jack es muy… leal.