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– He llegado yo solo a esa conclusión -dijo, antes de observarla durante vanos segundos-. ¿Qué es él para usted?

– Un amigo.

– ¿Nada más?

Alex consideró la posibilidad de mentir, de decirle que Jack era más que eso, a fin de levantar una barrera entre ellos que le hacía mucha falta. Sin embargo, negó con la cabeza.

– Nada más.

– ¿Qué hay en la mochila?

– No es asunto suyo.

– Estoy de acuerdo, pero lo pregunto de todos modos. -dijo mirándola a los ojos-. Dígamelo, por favor -añadió suavemente.

Aquellas dos últimas palabras, pronunciadas en voz baja, combinadas con esos ojos verdes que la miraban con tanta seriedad, conspiraron para borrar la ira de Alex. ¿Dónde había ido aparar?

– Aunque se lo diga, no me creerá -dijo ella, tratando de resucitarla y levantando la barbilla.

Colin permaneció en silencio, y ella hubo de admirarlo a regañadientes por no ofrecerle falsas garantías.

– Galletas y magdalenas de naranja -murmuró Alex Por fin. Al ver que él no decía nada, espiró con fuerza y siguió hablando-. Mi amiga Emma y yo horneamos galletas y Magdalenas cada día. Ella las vende, junto con las naranjas, cerca de Covent Garden y Drury Lane. Jack compra un saco cada día para dárselo a los niños que mendigan comida cerca de El Barril Roto. Ellos tienen algo que comer y a cambio no le roban.

Colin asintió despacio.

– Entiendo. Por eso siempre huele a naranjas.

– Para hacer las galletas y magdalenas, utilizamos todas las naranjas que Emma no ha vendido ese día. También destilamos agua con aroma de naranja a partir de las cascaras. A mí me encanta el aroma.

– Es… inolvidable. Gracias por responder a mi pregunta.

¿Significaba eso que la creía? Antes de que ella pudiese decidirlo, Colin volvió a hablar.

– Ahora me gustaría saber algo acerca de ese personaje de ficción que usted llama monsieur Larchmont.

Alex suspiró. Era evidente que no tenía sentido seguir dando rodeos.

– No me gusta mentir…

– Por eso apostaría algo a que su gato cazador de ratas se llama Monsieur… Una forma muy ingeniosa de aplacar su conciencia.

Caramba, aquel hombre era demasiado listo. Alex no sabía si estaba más impresionada o irritada.

– Inventarme un marido me proporciona unas libertades y una seguridad que de otro modo no tendría -dijo, doblando los dedos sobre el borde del escritorio-. No necesito temer por mi reputación como temería una mujer soltera y siempre tengo una excusa para rechazar insinuaciones indeseadas. Me da cierto grado de seguridad que la gente sepa que hay un marido protector que me espera en casa. Y, por supuesto, el título de «madame» añade una agradable mística a mi actividad de echadora de cartas.

– Desde luego que sí. Pero ¿y si decidiese casarse de verdad?

– Lo cierto es que no he pensado en el asunto porque no tengo deseos de casarme. En mi trabajo deposito mi tiempo y mis esfuerzos, mi corazón y mi pasión.

– ¿Se refiere a echar las cartas?

– No, esa es solo una manera de ganar dinero para financiar mi pasión.

– Que es proporcionar un refugio seguro para niños como Robbie.

Alex levantó la barbilla.

– En efecto. Si tuviese un marido de verdad, estaría legalmente obligada a responder ante él, a obedecerle. Todo aquello que tanto me ha costado conseguir sería propiedad suya, y eso no nos beneficiaría en modo alguno ni a mí ni a mi causa. Como el engaño no perjudica a nadie, le rogaría que no revelase mi verdadero estado civil.

– Su secreto está seguro. Sin embargo, debería haber denunciado enseguida ante el magistrado lo que oyó en el estudio de lord Malloran.

Alex no podía decirle que su anterior existencia delictiva le había impedido hacerlo.

– Hay algunas personas que miran con recelo la forma que tengo de ganarme la vida, creyendo que, en el mejor de los casos, es una tomadura de pelo. Me mirarían más como una sospechosa que como una testigo.

– ¿Conoce a lord Wexhall?

– No demasiado, aunque nos han presentado. Me ha contratado para echar las cartas en su próxima fiesta.

– Yo lo conozco muy bien y puedo decirle que merece toda mi confianza. Me gustaría que le contase lo que me ha contado a mí.

– Así podrá decírselo al magistrado -dijo Alex, incapaz de borrar la amargura de su voz- y el magistrado podrá acusarme de asesinato, de un crimen que usted cree que cometí.

Colin la agarró de los brazos. Incluso a través de la lana del vestido, el contacto del hombre encendió chispas. La joven intentó dar un paso atrás, pero con las caderas ya apretadas contra el escritorio estaba atrapada. Él clavó los ojos en los suyos en busca de algo, pero Alex le sostuvo la mirada.

– Creo todo lo que me ha contado -dijo Colin por fin-. No pongo en duda su versión.

La invadió una sensación insólita, algo que no podía nombrar, una especie de remolino de alivio, gratitud y sorpresa. Estuvo a punto de preguntarle por qué razón la creía, pero se contuvo.

– Pues… me alegro.

– Parece sorprendida.

– Supongo que lo estoy.

Colin volvió a mirarla a los ojos.

– No está acostumbrada a que sus palabras sean aceptadas como la verdad.

No era una pregunta, y la joven tuvo una extraña sensación.

– Es normal en mi profesión -dijo, hablando con una despreocupación que estaba muy lejos de sentir-. Algunas personas creen lo que digo; otras piensan que me limito a inventarme las cosas para entretenerlas.

Colin asintió.

– Comprendo -dijo-, pero hay que decírselo a lord Wexhall. El asesinato se cometerá en su casa la semana que viene, y él tiene los recursos necesarios para tomar las precauciones que sirvan para impedirlo. -Colin la sujetó con más fuerza-. Usted debe darse cuenta de que, al oír ese plan, también está en peligro.

– Por desgracia, he considerado esa posibilidad.

– Yo diría que es más que una posibilidad. Necesita protección.

– Soy muy capaz de cuidar de mí misma.

– En circunstancias normales, estoy seguro de que es así. Sin embargo, estas no son circunstancias normales. ¿Ha observado algo insólito? ¿Alguien ha dicho o hecho algo que le haya parecido amenazador?

Los pulgares de Colin rozaron sus mangas, produciéndole un escalofrío en los brazos. Un escalofrío que la distraía mucho. Además, estaba tan cerca… lo bastante cerca para percibir la tersura de su piel bien afeitada. Alex se humedeció los labios, de pronto resecos.

– Me pareció que alguien me vigilaba y me seguía, tanto después de la fiesta de los Malloran como de la fiesta de los Newtrebble, pero resulta que era usted. Ayer experimenté la misma sensación mientras venía aquí, y también hoy. Aparte de eso, no ha ocurrido nada insólito.

Colin frunció el ceño.

– ¿Mientras venía aquí? ¿Desde su apartamento, o desde El Barril Roto?

Alex reflexionó durante varios segundos.

– Desde mi apartamento los dos días. Desde la taberna, solo hoy.

Él frunció el ceño más aún.

– ¿Está segura?

– Sí. He tenido la intensa sensación de que me vigilaban.

Alex se estremeció al recordar esa sensación de tener los ojos de alguien encima e intentó disimular su incomodidad con una leve sonrisa.

– De haber mirado con atención, deduzco que le habría visto a usted merodeando detrás de un árbol cercano.

– No, hoy no la he seguido hasta aquí, lo que significa que, si está en lo cierto, lo ha hecho otra persona.

Capítulo 10

Colin la miró a los ojos de color marrón chocolate y se sintió conmovido. Había querido saber si seguía siendo una ladrona, y una parte de él deseaba en secreto que lo fuese, pues en tal caso podría quitársela de la cabeza con facilidad y convencerse de que lo que sentía por ella era una atracción irracional.