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Pero aquella faceta de sí misma que había revelado, aquella persona que consagraba su tiempo, sus ingresos y su corazón a ayudar a los niños… aquella persona tenía honor e integridad. Era leal y valiente. Eran rasgos que Colin admiraba mucho y que lo atraían. De un mero interés físico podía alejarse. Pero una atracción que implicaba a algo más que su cuerpo, que le tocaba el corazón y la mente… No sabía muy bien cómo quitársela de la cabeza o convencerse de que no le convenía.

Solo se le ocurría ceder a su deseo de saber más.

Saberlo todo. Destapar cada capa fascinante de su personalidad y descubrir con exactitud quién era y cómo había llegado a ser esa mujer que tanto lo cautivaba. Su elocuencia, los modales educados con que se comportaba… ¿Cómo y dónde había aprendido tales cosas?

¿Seguía siendo una ladrona? Ahora su instinto le decía que no. Sus sospechas de que su actividad de echadora de cartas fuese solo una tapadera para robar a la gente adinerada en cuyos hogares llevaba a cabo sus tiradas resultaban infundadas, sobre todo porque no había oído que hubiesen robado nada.

Estaba muy dispuesto a poner en duda todo lo que ella dijese, pero no podía.

– Necesita protección -dijo, obligándose a concentrarse en sus ojos y a no mirarle la boca, que deseaba saborear y explorar-. Tenemos que pensar en la mejor forma de ofrecérsela.

– No soy una dama protegida de la sociedad, señor. Llevo mucho tiempo cuidando de mí misma.

En la mente de Colin surgió la imagen de ella aquella noche en Vauxhall, su rostro sucio, el olor de angustia y desesperación que emanaba mientras cogía su reloj de bolsillo, y se sintió muy apenado.

– Y es evidente que lo ha hecho muy bien -dijo, con voz áspera por una emoción que era una mezcla de compasión y de otra cosa que temió examinar con demasiada atención-. Sin embargo, ahora nos enfrentamos a alguien que probablemente ha matado ya a dos personas, de una forma muy audaz, y planea matar a alguien en la fiesta de lord Wexhall. No deberíamos ignorar su sensación de que la seguían. Y debe tener en cuenta que cualquier peligro dirigido contra usted podría afectar a su hogar y a las personas a quienes trata de proteger.

Alex abrió mucho los ojos al oír sus palabras y luego los entornó decidida.

– No permitiré que nada perjudique a esos niños ni a Emma.

– Entonces creo que lo mejor es que los avise y se mantenga alejada de ellos hasta que pase la fiesta de Wexhall y se resuelva esto.

La joven movió las manos en un gesto de impotencia.

– Es un buen plan, pero no tengo adonde ir. Yo no puedo permitirme…

– Puede quedarse aquí, conmigo.

Sus palabras quedaron flotando en el aire, y Alex se quedó inmóvil bajo sus manos, que seguían agarrándola de los brazos. La voz interior de Colin le advirtió que la soltase, pero él ignoró el aviso y en lugar de eso escuchó a su apremiante necesidad de tocarla.

Demonios, Colin deseó que ella no tuviese tanta habilidad para ocultar sus sentimientos. La expresión de la joven no revelaba nada.

– Aunque aprecio su oferta -dijo por fin-, presentaría problemas para ambos. Si me instalase en su casa, todo el mundo daría por supuesto que soy su amante. Sin duda, los miembros de la alta sociedad que ahora recurren a mis servicios se escandalizarían y ya no querrían contratarme. Me temo que su oferta, aunque tal vez me asegure la seguridad física, signifique para mí la muerte económica y social. Y luego está el asunto de su prometida.

– ¿Mi… prometida? -repitió él, desconcertado. Había perdido todo el hilo de sus pensamientos al oír la palabra «amante».

– Sí, su prometida. La mujer que ha venido a buscar a Londres. La mujer con la que va a casarse y regresar a Cornualles -aclaró.

– Ah, sí. ¿Qué tiene que ver?

Alex suspiró exasperada.

– Aunque una solución como la que me propone no resultase desastrosa para mí, que la gente crea que usted vive abiertamente con su amante no va a ayudarle en su búsqueda de esposa.

Buscar esposa… Eso hacía. Pero solo pudo pensar en que Alex había vuelto a pronunciar aquella palabra que destruía sus pensamientos. «Amante.» Colin recordó el sueño en que ella se le acercaba vestida con un atrevido camisón, con ojos brillantes y llenos de intenciones sensuales. Como lo haría una amante. En su mente surgió la imagen de ella desnuda, excitada, esperándolo en su cama. Deseándolo.

De pronto tomó conciencia de lo cerca que estaban, del calor de los brazos de ella, del sutil y dulce aroma de naranjas que provocaba a sus sentidos. Colin sacudió la cabeza y frunció el ceño, espantado ante la facilidad que tenía aquella mujer para hacerle perder la concentración.

Tras decidir que era mejor poner cierta distancia entre ellos, al menos hasta que concluyese su conversación, la soltó y se acercó a la ventana. Las cintas doradas del sol de la tarde se colaban a través de los cristales, incitándolo a salir al exterior.

Allí debía estar. Cruzando Hyde Park a caballo, charlando con señoritas de impecable cuna que, a aquellas horas, visitarían el parque con sus padres o una señora de compañía, aprovechando el buen tiempo para conocer gente. Por desgracia, él no albergaba deseo alguno de charlar con ninguna de aquellas señoritas. La única mujer con la que sentía deseos de hablar estaba a sus espaldas, a tres metros de distancia.

Pero al menos ahora que no la miraba, que no la tocaba, que no absorbía su aroma, sus pensamientos volvían a su cauce. Tras un momento de reflexión, se volvió hacia ella. Y, como siempre le ocurría cuando la mirada, se quedó sin respiración, como si hubiese atravesado la habitación corriendo.

– He llegado a una solución -dijo, reprimiéndose para no acercarse a ella-. Se alojará en la casa de lord Wexhall, que está muy cerca. Así estará segura y, como mi hermano y su esposa también se alojan allí en este momento, no habrá problemas de decoro.

El rostro de Alex reflejó una gran confusión.

– ¿Por qué iba a acceder lord Wexhall?

– Porque somos muy amigos.

– Pero, si estoy en peligro, podría poner en una situación difícil a todas las personas que viven en su casa.

– Si está en peligro, no hay en Inglaterra una casa más segura que la de Wexhall. Él y su personal están bien entrenados en esos asuntos. Como mi hermano y yo mismo.

Alex enarcó las cejas.

– ¿Entrenados en esos asuntos? ¿Tres caballeros? Suena como si todos ustedes fuesen espías o algún disparate semejante.

– Es que hemos sido espías, y el que tuvo retuvo. Créame, está en buenas manos.

La máscara inescrutable de la joven desapareció, y ella le miró incrédula.

– Bromea.

– No bromeo. Se preguntaba cómo iba a saber un caballero algo sobre forzar cerraduras, y esa es la respuesta. En realidad, lord Wexhall fue mi primer profesor en ese arte. Mientras se aloje en su casa, tal vez quiera pedirle una o dos indicaciones.

La muchacha cruzó los brazos y lo miró con recelo.

– ¿Lord Wexhall? ¿Ese hombre amable y despistado? Ahora estoy segura de que bromea.

– No. Hasta que se retiró hace varios años, estaba al servicio de la Corona. Tanto mi hermano como yo le rendíamos cuentas a él.

– Su hermano el médico.

– Que también es un experto descodificador y está retirado. Es el único hermano que tengo.

– Me está diciendo que es usted espía.

– Que era espía. Yo también me retiré del servicio activo hace cuatro años.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué era espía, o por qué me retiré?

– Las dos cosas.

– Wexhall me propuso apostar a uno de sus espías en la propiedad que mi familia posee en Cornualles, debido a su situación estratégica respecto a Francia. Yo accedí a su plan, a condición de que yo fuese el espía. Conociendo el gusto de mi hermano por los acertijos, códigos y demás, también le recomendé a él.

Alex parecía confusa.