Cielos, Alex no dudó ni por un instante que poseía docenas de capacidades más. Y estaba claro que entre ellas se incluía la de besar a una mujer hasta dejarla sin aliento, ansiosa, desesperada y encendida…
– Impresionada y asombrada -dijo él, sacándola de sus pensamientos descontrolados-. Creo que está… «impresiobrada».
Alex no pudo evitar sonreír.
– Supongo que sí.
– Sin embargo, apuesto que dice eso a todos los carteristas caballeros con título que conoce.
Incapaz de resistirse a sus bromas, Alex imitó su actitud alegre, bajando la mirada y mirándolo luego a través de las pestañas.
– ¡Madre mía! Ha descubierto mi mayor secreto.
– ¿De verdad?
Antes de que pudiese darle una respuesta despreocupada, Colin alargó la mano y le rozó la mejilla con las puntas de los dedos, robándole el poco aliento que aún no le había quitado. Una pasión inconfundible surgió en sus ojos, fundiendo todo rastro de diversión.
– Sospecho que tiene otros secretos -dijo Colin en voz baja, pasándole los dedos despacio por el mentón.
El sentido común de Alex le exigía que se apartase de él, de aquel contacto que parecía prenderle fuego bajo la piel. Pero la mujer que había en ella, que lo sabía todo sobre la supervivencia y sin embargo tan poco sobre la vida y que había permanecido rigurosamente encerrada hasta que él abrió la puerta con su beso, se negaba a moverse, incapaz de reprimir su incontrolable curiosidad y deseo de saber qué haría él a continuación.
Con el corazón desbocado, Alex se humedeció los labios.
– Todo el mundo tiene secretos, señor. Incluso usted -dijo.
Una expresión desolada y atormentada surgió en los ojos de Colin, pero desapareció tan rápido que Alex dudó si la había imaginado.
– No puedo discrepar sobre eso -respondió, mientras sus dedos se movían en torno al lóbulo de la oreja de la joven-, aunque sí discrepo con algo que ha dicho antes.
– ¿Qué es?
– Que no tiene nada de lo que envanecerse -contestó, mientras le pasaba la yema del pulgar por los labios, inflamándola hasta los dedos de los pies-. Es preciosa.
Alex soltó una carcajada de asombro.
– Y usted es tonto.
Colin sonrió.
– También soy mucho más amable que usted.
– Tengo un espejo. ¿Preciosa? No soy nada de eso.
– Puede que tenga un espejo, pero no se ve con claridad. -Colin inclinó la cabeza primero hacia la izquierda y después hacia la derecha, como si la evaluase y sopesara la cuestión- Lo cierto es que tiene razón. No es preciosa. Es exquisita.
Esa descripción resultaba aún más ridícula, pero sus hábiles dedos hacían que se sintiera exquisita mientras continuaban con su deliciosa exploración, bajando por su cuello. Dios, era casi imposible no cerrar los ojos y dejarse acariciar, como hacía su gato, Monsieur, cuando ella le hacía mimos. Nunca imaginó que el contacto de un hombre pudiera ser tan suave. Tan inequívocamente encantador y al mismo tiempo tan…emocionante.
– ¿Ha bebido? -se sintió impulsada a preguntar.
– No. No hace falta. Usted me embriaga.
Le tomó el rostro con una mano y le rozó la mejilla con el pulgar, mientras con el otro brazo le rodeaba la cintura para acercarla aún más hacia sí.
Su contacto y la intensidad de su mirada la hicieron temblar. Alex se fundía de dentro hacia fuera. Sus senos rozaban el pecho de él y, pese a las capas de ropa que separaban la piel de los dos, la joven contuvo el aliento ante el intenso contacto. Los ojos de Colin parecieron oscurecerse y, aunque su vida hubiese dependido de ello, Alex no habría podido apartar la mirada. Bésame. Por favor, bésame…, pensó.
Las palabras resonaron en su mente, exigiendo ser pronunciadas. Su expectación era tan intensa que se asemejaba al dolor. Justo cuando no creyó poder aguantarlo un instante más, Colin inclinó la cabeza y apretó sus labios contra la piel sensible situada detrás de la oreja.
Los ojos de Alex se cerraron ante la sensación excitante y deliciosa del cuerpo de él tocando el suyo del pecho a una rodilla. Mientras su voz interior le advertía que se detuviese, que se alejase, sus manos ascendieron poco a poco y agarraron sus anchos hombros.
– No tiene idea de cuánto me alegré al descubrir que no estaba casada -susurró Colin contra su cuello, con voz aterciopelada y seductora, mientras su cálido aliento le producía escalofríos de pasión.
– Estuvo muy mal por su parte entrar en mi casa. Yo… estoy… muy enfadada con usted.
Por desgracia, el suspiro de placer que se le escapó no correspondía en absoluto a sus palabras.
– Entonces tendré que procurar congraciarme de nuevo con usted.
Desde luego, era todo un maestro. La sensación de sus labios explorando con gesto pausado la zona en que se unían el cuello y el hombro de Alex hacía que le temblasen las rodillas. Sin embargo, aunque no hubiese visto la falta de pruebas de la presencia de un marido en su casa -continuó-, habría sabido de todos modos que no estaba casada.
– ¿Cómo? -preguntó Alex en un suspiro jadeante, mientras Colin le besaba la garganta.
Él se enderezó, y la joven echó de menos sus labios contra su propia piel. Alex abrió los ojos, y el corazón le dio un vuelco cuando vio el fuego que ardía en su mirada.
– Anoche, en el carruaje -dijo Colin, pasándole la punta de un dedo por los labios-. Su beso. Era demasiado inexperta para haber estado casada.
Toda la pasión que sentía se apagó con tanta eficacia como si él le hubiese echado encima un jarro de agua fría. Alex no podía recordar la última vez que se ruborizó, pero las hogueras de mortificación que quemaban sus mejillas eran inconfundibles. La joven trató de escabullirse, pero él la abrazó con más fuerza, sujetándola con una facilidad que solo sirvió para aumentar su humillación.
– No se avergüence -dijo Colin, tocando su mejilla en llamas-. Lo he dicho como un elogio.
– ¿Elogio? -repitió ella con un bufido-. ¿Primero preciosa, luego exquisita y ahora esto? ¿Cuántas mentiras más me dirá esta tarde?
– No he mentido. Puede que usted no piense que es exquisita, pero yo sí. Desde la primera vez que la vi no he podido olvidar su rostro. En cuanto a su forma de besarme… me pareció fascinante, tentadora y muy excitante. Estoy seguro de que se dio cuenta. ¿O no fue así?
Alex compensaba de sobras su falta de experiencia personal con lo que había presenciado y oído en los callejones de Londres.
– Puede que sea inexperta, pero no ignoro el funcionamiento del cuerpo humano -dijo, alzando un poco la barbilla-. Me di cuenta.
Y eso la había entusiasmado de una forma que nunca esperó.
– Además, aprende rápido. He pensado mucho en usted. ¿Ha pensado en mí? -preguntó Colin, mirándola a los ojos.
¿Dónde estaba la fría mirada desdeñosa que siempre utilizaba para quitarse de encima a cualquier hombre que la mirase? ¿Dónde estaba su ira y su decisión de evitar aquella tentación capaz de debilitar sus rodillas? No tenían ninguna opción bajo su hechizo. Se evaporaban bajo el fuego de sus bellos ojos verdes, ojos que ella había jurado poner morados si él intentaba besarla de nuevo. En cambio, ardía en deseos de volver a vivir la magia de un beso suyo.
¿Que si había pensado en él? Solo había llenado cada grieta de su mente. Una mentira flotaba en sus labios pero, en vista de la sinceridad de Colin, se negó a ser pronunciada.
– Sí.
– De la misma forma en que yo he pensado en usted, espero.
Con un esfuerzo, Alex se sobrepuso y enarcó una ceja.
– No estoy segura. ¿Había pensado en golpearme con una sartén de hierro?
Colin esbozó una sonrisa y sacudió la cabeza, mientras sus manos le acariciaban la espalda estrechándola contra sí.
– No. Pensaba en tocarla -respondió, antes de inclinarse hacia ella y rozar los labios de Alex con los suyos-. En besarla -susurró contra su boca-. Pensaba en lo cálida, dulce y deliciosa que sabe. En lo mucho que quiero volver a saborearla.