Выбрать главу

El corazón de Alex latió con fuerza al oír sus palabras, pronunciadas en aquel áspero susurro. Colin le pasó la lengua por el labio inferior, y los labios de la muchacha se abrieron con un suspiro. Pero en lugar de besarla, levantó la cabeza. Cogiendo su rostro entre las manos, la miró a los ojos, estudiándola como si fuese un enigma por resolver.

– ¿Fueron sus pensamientos parecidos a los míos? -preguntó Colin en voz baja.

Desde el momento en que encendiste mi imaginación y mis fantasías hace cuatro años en Vauxhall, pensó Alex. No habría podido negarle la verdad de haberlo intentado.

– Sí.

– Gracias a Dios.

Sus palabras resonaron en los labios de la joven. A continuación, Colin inclinó la boca sobre la de ella y la besó con la misma mágica perfección que la noche anterior.

Pero este beso era… más beso. Más profundo. Más abrasador. Más intenso y exigente. Más apasionado y urgente. Más exquisito. Su lengua penetró en la boca de ella, y la joven imitó todos sus gestos, empleó todos los matices que él le enseñara la noche anterior, ansiosa de aprender más y no dejar que su ignorancia la avergonzase.

Rodeándole el cuello con los brazos, Alex exploró con la lengua el sedoso calor de su boca. Un gemido surgió de la garganta de Colin y, sin interrumpir el beso, se movió para quedar apoyado contra el escritorio. Separó las piernas y la atrajo entre sus muslos, presionando su erección contra ella. La joven se sintió invadida por el calor, y un latido palpitó entre sus piernas.

Rodeada por sus fuertes brazos, se sintió completamente rodeada por él. Segura. Caliente. Protegida. Una intensa sensación, distinta de todo lo que había experimentado en su vida. Una sensación de la que ansiaba más. El cuerpo de Colin emanaba calor, y la joven aspiró su aroma limpio y masculino. Anhelante, Alex se apretó contra él, sintiendo sacudidas de placer.

Con un gemido, él separó aún más las piernas y le apoyó una mano abierta en la parte inferior de la espalda, estrechándola más contra sí mientras adelantaba la otra mano para pasarla sobre su pecho. La joven jadeó contra su boca y Colin interrumpió el beso para recorrerle el cuello con los labios. Alex echó la cabeza hacia atrás, rendida, se aferró a sus hombros, tratando de absorber la lluvia de sensaciones placenteras, pero la bombardeaban demasiado deprisa. Sus pezones se tensaron y la joven arqueó la espalda, apretando su pecho anhelante contra la palma de la mano de Colin.

– Naranjas -susurró él contra la base de su garganta-. Deliciosas.

Y luego, mientras le acariciaba los pechos, volvió a besarla con un beso largo, lento y profundo que la dejó sin aliento. La muchacha notaba pesado, húmedo y anhelante el lugar secreto entre sus muslos, que latía al compás del movimiento de la lengua de él en su boca. Una deliciosa languidez la invadió, y la joven se fundió contra él. Las manos de Alex se hicieron ¡más audaces, recorriendo el amplio pecho de él, acariciando sus fuertes hombros y enredándose en su denso y sedoso pelo.

La muchacha perdió toda noción del tiempo y del espacio, y por primera vez en su vida dejó que se impusieran sus sentidos. Todo se desvaneció salvo la necesidad cada vez más desesperada de experimentar más su fuerza. Saborear más su delicioso sabor. Tocar más su piel cálida y firme. Alex se apretó contra Colin mientras su cuerpo tembloroso ansiaba y necesitaba más, sabiendo que solo él podía apagar aquel infierno que había encendido en su interior.

Algo frío le tocó la pierna pero, antes de que pudiese entender qué era, la mano cálida de Colin subió despacio por su muslo, separada de su piel solo por la fina capa de su ropa interior, una sensación que la conmocionó y la hizo estremecerse. La mano ascendió más aún para dibujar lentos círculos sobre las nalgas de la muchacha, y Alex gimió, anhelando el contacto embriagador. ¿Cómo podía una caricia tan lenta acelerarle así el pulso?

Un insistente repiqueteo penetró la niebla de deseo que la envolvía, y él debió de oírla también porque levantó la cabeza. Aturdida, Alex abrió los ojos. Sus miradas se encontraron, y la joven se quedó sin aliento al ver el deseo abrasador que ardía en los ojos de él. Los golpes sonaron de nuevo y Alex cayó en la cuenta sobresaltada…

– La puerta.

La voz de Colin sonó grave y áspera, y pareció halagadoramente disgustado ante la interrupción.

La realidad regresó de golpe y Alex lanzó un grito ahogado» apartándose varios pasos de Colin con gesto vacilante. La joven se llevó las manos a las mejillas encendidas.

– ¡Dios mío!

¿Qué había hecho? Al instante, su voz interior respondió «Has disfrutado más en estos pocos minutos que en toda tu vida».

– No te preocupes. Nadie entrará. ¿Qué ocurre, Ellis? -preguntó en voz alta, sin apartar la mirada de ella.

– El doctor Nathan está aquí, señor -dijo la voz ahogada del mayordomo a través de la puerta-. ¿Está usted en casa?

Antes de que pudiese responder, se oyó desde el otro lado de la puerta otra voz, muy masculina y divertida.

– Claro que está en casa, Ellis. Mis saludos, querido hermano. Traigo regalos y te esperaré en tu estudio. No tardes demasiado, o me comeré todo el mazapán sin ti.

Lord Sutton murmuró algo que sonó sospechosamente como «maldito y puñetero plomazo». La mirada glacial que dirigió a la puerta pretendía sin duda fulminar la superficie de roble. Lo cierto es que parecía tan disgustado que Alex tuvo que apretar los labios para disimular su repentino regocijo. Pero no tuvo éxito, porque Colin la miró con los párpados entornados.

– ¿Te estás riendo?

– ¿Yo? Claro que no -dijo Alex, con gesto altanero.

– Porque si te estuvieses riendo…

La mirada encendida de Colin la abrasó.

– ¿Qué harías?

La pregunta jadeante salió antes de que la joven, asustada, pudiese detenerla.

– Una pregunta interesante. Tendré que reflexionar, porque tú logras que quiera hacer muchas cosas.

Colin la tomó de la mano. Cuando sus cálidos dedos envolvieron los de ella, la joven recordó sobresaltada que no llevaba los guantes. Entonces bajó la mirada y vio los dedos de encaje que sobresalían de debajo del escritorio.

La vergüenza la invadió pero, antes de que pudiese apartar la mano, Colin la había cogido y había apretado los labios contra su palma. Una de sus palmas callosas y estropeadas siempre tenía buen cuidado en ocultar de la vista de los miembros ricos de la alta sociedad.

Colin bajó su mano y luego pasó despacio el pulgar por el punto que acababa de besar. Otra oleada de vergüenza la asaltó mientras él miraba aquella mano, sabiendo que vería los cortes, las viejas cicatrices y las quemaduras causadas por años de duro trabajo. Alex trató de retirar la mano con suavidad, pero él no le dejó hacerlo.

– Trabajas duro -dijo, pasándole el dedo por encima de un callo.

– Algunos tenemos que hacerlo.

En cuanto las palabras salieron de su boca, la joven deseó no haberlas pronunciado. Pero Colin no parecía ofendido. Al contrario, asintió gravemente.

– Tienes razón -dijo, volviendo a levantar la mano de la muchacha y apretándola contra su propia mejilla-. Me gusta la sensación de tu piel sobre la mía, el tacto de tus manos… sin los guantes.

Un temblor ascendió por el brazo de Alex desde el punto en que su palma descansaba sobre el rostro bien afeitado.

– Mis manos no son… bonitas.

– Tienes razón. Como tú, son exquisitas -dijo el hombre con una sonrisa-. ¿Te he dicho ya que me pareces exquisita?

Dios, su mente insistía para que pusiera fin a aquella broma coqueta. Pero era imposible cuando su corazón, que latía frenético, se negaba a obedecer.

– No en los últimos cinco minutos.

– Un terrible descuido que pienso corregir en cuanto me quite a mi hermano de encima.