Colin soltó su mano y, tras evaluar rápidamente su aspecto, alargó la mano para arreglarle un poco el cuerpo y la falda del vestido. Luego le apartó de la frente un rizo suelto.
– Perfecta -murmuró.
Después de pasarse los dedos por su propio pelo, en el que las manos de ella habían hecho estragos, Colin se colocó bien la chaqueta y le ofreció el brazo.
– ¿Vamos?
Alex parpadeó.
– ¿Vamos adónde?
– A mi estudio, donde nos espera mi hermano.
– Seguro que desea verte en privado.
– Como nos ha interrumpido en un momento muy inoportuno, no me interesan demasiado sus deseos. Dijiste que querías echarme las cartas en una habitación distinta, y mi estudio cumple esas condiciones -replicó, esbozando una sonrisa-. Y estoy seguro de poder convencer a Nathan de que también le hagas una tirada privada. Una tirada por la que le cobrarás un precio desorbitado. Ja, ja, ja.
Alex sonrió.
– Esa es una risa muy malvada, señor.
Él entrelazó los dedos con los de ella, un gesto asombroso que a ella le resultó cálido y muy íntimo.
– Colin -dijo él.
Su nombre resonó en la mente de ella.
– Colin -repitió la joven en voz baja, saboreando el sabor de su nombre en su propia lengua-. Yo me llamo…
– Alexandra.
– ¿Cómo lo sabes?
– Se lo pregunté a lady Malloran. Tengo un libro sobre los orígenes de los nombres que consulté después de la fiesta. Alexandra es de origen griego, y significa «protectora de la humanidad». Teniendo en cuenta la causa a la que te dedicas, parece ser que te pusieron un nombre adecuado.
– ¿Qué significa Colin?
– No tengo ni idea pero, si tuviese que adivinarlo, diría que significa «hombre que quiere volver a besar a Alexandra»
Alex se quedó inmóvil. Desde luego, deseaba que lo hiciese, y mucho. Pero eso la perturbaba y asustaba. Sabía adonde conduciría otro beso; a un camino por el que sería una insensatez viajar. Sobre todo con un hombre que, dadas sus posiciones divergentes en la vida, nunca podría ofrecerle más que un revolcón.
Su falta de control y la forma en que había abandonado su determinación hacían que se sintiera confusa e irritada. En condiciones normales era muy equilibrada y disciplinada. Sin embargo, un momento en compañía de ese hombre parecía robarle su sentido común. Bueno, pues no habría más besos. N o cometería el mismo error dos veces. Ya has cometido ese error dos veces, le recordó su voz interior.
Muy bien. No cometería el mismo error tres veces.
Colin se inclinó hacia delante con la clara intención de besarla, y la joven forzó sus pies a apartarse, liberando su mano de la de él.
– Tu hermano nos espera.
Él asintió despacio, mirándola con seriedad.
– Sí. Este no es el momento ni el lugar.
– La verdad es que no hay ningún momento ni lugar adecuado, señor.
– Colin. ¿Y qué quieres decir con eso?
– Un solo beso fue una cosa, pero repetirlo hoy ha sido…
Maravilloso. Increíble. Inolvidable, se dijo a sí misma.
– … poco sensato. Volver a hacerlo sería una verdadera temeridad.
– ¿Por qué?
Porque con solo dos besos has hecho que quiera cosas que no debería querer. Cosas que no puedo tener, pensó.
– Sin duda no te hace falta preguntarlo.
– No, no me hace falta -dijo él en voz baja-. Siento la profunda atracción que hay entre nosotros. La cuestión es qué vamos a hacer al respecto.
– Nada -dijo ella enseguida.
– No creo que eso vaya a ser una opción.
– Simplemente lo ignoraremos.
– Tampoco creo que eso vaya a ser una opción.
El silencio se instaló entre ellos, y la joven se sintió muy inquieta bajo su mirada serena y firme.
– Sugiero que ambos pensemos en el asunto -dijo por fin- para que podamos llegar a una solución. Mientras tanto, veamos qué quiere mi hermano e informémosle de tu situación. Como te alojarás en Wexhall, es importante que Nathan lo sepa todo para que pueda estar alerta.
No confiaba en su propia voz, así que Alex se limitó a asentir y aceptó apoyarse en su brazo para salir de la habitación.
No tenía sentido pensar en el asunto, porque la única opción sería que continuasen con su relación y al final se convirtiesen en amantes.
Y ella no iba a hacer eso, no podía hacerlo. El riesgo para su reputación, por no mencionar a su corazón, era demasiado grande. No, no consideraría la posibilidad de convertirse en su amante.
Mentirosa, se burló su voz interior.
Con un enorme esfuerzo, consiguió ignorarla.
Casi.
Capítulo 11
Lo primero que Colin vio al entrar en su estudio fue a Nathan apoltronado en su abigarrada butaca predilecta, apoyando las botas, no demasiado limpias, en su otomana de piel preferida, y metiéndose en la boca un trozo de mazapán de naranja, su favorito. Lo segundo que vio fue a C.B., tumbado sobre la que era su alfombra turca preferida frente a la chimenea, profundamente dormido y con una de sus enormes patas descansando sobre lo que parecía ser una de sus botas favoritas.
Se apretó las sienes con las yemas de los dedos con la intención de frenar el comienzo de una tremenda jaqueca.
Al ver a Alexandra, los ojos de Nathan se iluminaron, se puso en pie de un salto y se frotó las manos con la clara intención de desprenderse de los restos de azúcar de los dulces favoritos de Colin.
– ¿Es esa mi bota? -preguntó Colin señalando con la barbilla al dormido C. B.
– Sí, pero es la misma de antes, así que pensé que no te importaría.
– Qué maravilla -replicó Colin, y dirigiéndose a Alexandra dijo-: Madame Larchmont, mi hermano, el doctor Nathan Oliver y su perro, Come Botas C. B. Nathan, permíteme presentarte a madame Larchmont, la famosa adivina.
Nathan hizo una ceremoniosa reverencia y Colin se dio cuenta de que su hermano recorría con atenta mirada y ávidamente el rostro de Alexandra.
– Es un placer, madame Larchmont.
Alexandra, que se había vuelto a poner los guantes antes de salir del salón, le extendió la mano cubierta de encaje y Colin se estremeció deseoso de despojarla de la prenda y acariciarle los dedos.
– Lo mismo digo, doctor Oliver.
– Nunca había conocido a una adivina.
– Y yo nunca había visto un perro tan enorme -dijo ella con una sonrisa, indicando la alfombra frente a la chimenea-. Es muy bonito.
– Gracias.
– Es un peligro -murmuró Colin mirando su bota destrozada.
– Pero un peligro simpático -dijo Nathan. Los miró a ambos alternativamente y después sus ojos brillaron con un destello de curiosidad-. ¿No será su nombre de pila Alexandra?
Maldita sea. Colin lanzó a su hermano una mirada fulminante que Nathan ignoró alegremente.
– ¿Por qué? Sí, así es.
– Ya lo suponía -dijo Nathan con una sonrisa-. He oído hablar de usted…
– Lee el Times -interrumpió Colin, lanzándole a Nathan una mirada feroz y fulminante-. De la primera a la última página, de manera obsesiva. -Y sin darle a Nathan la oportunidad de refutar sus palabras, continuó rápidamente-. A decir verdad, Nathan, me alegro de que estés aquí…
– Sí, es evidente.
– … porque hay algo importante de lo que tenemos que hablar -continuó e hizo un gesto indicando el grupo de butacas que había junto a la chimenea-. Sentémonos, pediré el té.
Se dio la vuelta hacia Alexandra y al verla allí, en medio del halo dorado de luz que producía el reflejo del sol a través de los ventanales, se dio cuenta de por qué Nathan había adivinado su nombre. Aunque no había nada ni en su vestimenta ni en su actitud que indicase que habían compartido un apasionado beso, a alguien tan observador como Nathan no podía escapársele el sonrosado rubor de excitación que todavía coloreaba sus mejillas. O el rosa más oscuro de sus labios recién besados. Maldita sea, con solo mirarla ya no podía pensar en otra cosa que en atraerla hacia él, rodearla con sus brazos y…