Sacudió la cabeza, para despejar la erótica imagen de Alexandra entrelazando su cuerpo con el suyo, en la cama, desnuda, excitada, extendiendo sus brazos hacia él…
Más tarde. Podría pensar en eso más tarde. Cuando su excesivamente observador hermano se hubiese marchado. Se aclaró la garganta y dijo a Alexandra:
– ¿Preferiría chocolate en lugar de té?
Sus miradas se encontraron y tuvo que apretar literalmente las manos para no extenderlas y tocarla.
– Pues un chocolate estaría muy bien -dijo ella suavemente.
– Sí, un chocolate estaría muy bien -repitió Nathan-. Y algunas galletas caseras. Un surtido extra de galletas puesto que, lamentablemente, te has quedado sin mazapanes.
Mientras Nathan y Alexandra se instalaban cerca de la chimenea, Colin tiró de la campanilla y después de explicarle a Ellis lo que querían, se sentó junto a ellos. Se dio cuenta de que Nathan había escogido sentarse estratégicamente en la silla justo en frente del sofá donde se había sentado Alexandra, un lugar desde el que podía estudiar abiertamente su rostro y sus reacciones. Desde luego, era el lugar que habría ocupado Colin de haber sido su extremadamente curioso hermano.
Se sentó junto a Alexandra en el sofá y, después, sin ningún preámbulo, dijo:
– Tengo mis razones para creer que madame Larchmont está en peligro. -Luego se dirigió hacia ella y añadió-: Por favor, explíquele lo que me ha explicado a mí.
Alexandra respiró hondo y después explicó a Nathan cómo había escuchado aquella conversación por casualidad y cómo había oído la misma voz en la velada en casa de los Newtrebble. Nathan escuchó atentamente sin decir nada. Cuando Alexandra terminó, Colin le explicó lo que sabía de las muertes de lord Malloran y de su lacayo.
Al final de su relato, Nathan, con el ceño fruncido, dijo:
– Me pregunto si la futura supuesta víctima de la fiesta de Wexhall puede ser el mismo Wexhall.
Colin se inclinó hacia delante.
– ¿Tienes alguna razón para creer que está en peligro?
– Hoy mismo me ha explicado que la semana pasada le atacaron al salir de su club. Se defendió y su agresor acabó huyendo. Pensó que el incidente no era más que un asalto casual.
– Pero puede que fuese algo más -musitó Colin-. ¿Vio quién era?
– No. Estaba oscuro y el hombre iba cubierto con una especie de máscara.
Colin asintió lentamente y se reclinó de nuevo en la butaca.
– La muerte de Wexhall, sin duda, «daría lugar a una investigación». Y estoy seguro de que a lo largo de los años ha hecho enemigos.
Sacó un trozo de papel del bolsillo de su chaleco.
– Estos son los nombres de las personas que la otra noche estaban cerca de madame cuando reconoció la voz.
Nathan desdobló el papel y estudió los nombres con el ceño fruncido.
– Con la excepción de los sirvientes y del señor Jennsen, que he oído que es muy rico, todos son respetados miembros de la nobleza.
– Supongo que es posible -dijo Alexandra frunciendo a su vez el ceño- que alguien tuviera tiempo de abandonar rápidamente la habitación antes de que yo levantase la vista después de recoger mi bolso de debajo de la mesa. Lamentablemente, al reconocer la voz, me asusté y me quedé aturdida varios segundos.
– Quizá -dijo Colin. Cerró los ojos brevemente para visualizar el salón de los Newtrebble-. Había un hueco cerca de donde estaba situada su mesa. También había un grupo de palmeras donde fácilmente se podría haber escondido alguien.
– Entonces esta lista no sirve para nada -dijo Alexandra, y su voz se tiñó de frustración.
– En absoluto -dijo Colin-. El hecho de que pudiese haber alguien más es una mera probabilidad. Lo que sabemos con seguridad es que estas personas estaban allí. -Volvió su atención a Nathan-. Te agradecería que mostrases esta lista a Wexhall. Puede que sepa algo sobre alguna de estas personas que nosotros no sabemos. Adviértele también de que el ataque de la semana pasada podría no haber sido un incidente casual.
– De acuerdo -dijo Nathan guardando el papel en el bolsillo.
– Madame Larchmont debe recibir protección mientras intentamos descubrir quién está detrás del asunto y nos aseguramos de quién es el objetivo. Creo que el lugar más seguro para ella es la mansión Wexhall en la ciudad.
– Sí, estoy de acuerdo -dijo Nathan asintiendo lentamente.
– Bien. Victoria puede hacerle una invitación formal a madame Larchmont para que se quede allí hasta la fiesta. Su visita se puede justificar con alguna historia sobre la necesidad de preparar la casa para la llegada de los espíritus o algo parecido. Contigo, Wexhall y los suyos en la mansión y conmigo en la calle escoltándola a donde vaya, estará a salvo. Nos aseguraremos de que alguno de nosotros esté siempre cerca de ella durante las veladas programadas hasta la fiesta de Wexhall, Por si acaso reconoce de nuevo la voz.
Nathan asintió y miró a Alexandra.
– ¿Está dispuesta a atenerse al plan?
– Sí, siempre que lord Wexhall esté a su vez dispuesto.
– No se preocupe por eso -dijo Colin. Se dirigió a Nathan-: Después de nuestra sesión, acompañaré a madame Larchmont a su casa para que pueda recoger lo que necesite y, mientras tanto, tú regresas donde Wexhall para informarle de lo que está pasando y haz los preparativos necesarios para su llegada.
En ese momento llamaron a la puerta.
– Adelante -dijo Colin.
Ellis entró portando una bandeja de plata que colocó en una mesa baja rectangular de madera de cerezo situada delante del sofá. El aire se llenó del delicioso aroma de chocolate caliente y galletas recién hechas. Colin dio las gracias a Ellis indicándole que podía retirarse, y dirigiéndose a Alexandra, le dijo:
– ¿Servirá el chocolate mientras preparo los platos?
– Por supuesto.
Mientras estaban ocupados sirviendo, Nathan preguntó:
– ¿Qué querías decir con lo de «después de nuestra sesión»?
– Sesión de cartas. He convencido a madame Larchmont para que te haga una lectura privada. Puesto que sus servicios están muy solicitados, la sesión no resulta barata, pero merece la pena hasta el último céntimo.
– ¿Te has hecho leer las cartas?
– Así es. Dos veces. Y me las leerán de nuevo hoy.
Colin reconoció demasiado bien el brillo malicioso en los ojos de Nathan.
– No puedo dejar de maravillarme ante tu repentino interés por temas de naturaleza espiritual -dijo Nathan.
Su mirada se dirigió a Alexandra.
– Dígame, madame, ¿fue usted capaz de ver sus oscuros y profundos secretos?
– No tengo ningún secreto ni profundo ni oscuro -dijo Colin con más agresividad de la que pretendía.
– Bah. No siempre ha sido tan decente, mojigato y soso como le ve usted ahora, madame.
Colin apartó de su mente los recuerdos agobiantes que lo amenazaban, miró a Alexandra y lanzó un exagerado suspiro.
– ¿Ve lo que he tenido que soportar durante toda mi vida.
Alexandra ocultó sin disimulos una sonrisa.
– ¿A qué se refiere? -preguntó a Nathan.
– Solía usar la barandilla como tobogán.
– Qué sorprendente, milord -dijo ella mirando de soslayo a Colin y apretando los labios.
– Y le robaba la ropa al encargado de los establos cada miércoles cuando el hombre se bañaba en el lago.
– Como si tú no me hubieses ayudado -protestó Colin suavemente. Añadió otra galleta al plato de Alexandra y le sonrió-. Además, no le robábamos la ropa, simplemente la recolocábamos.
– Cuando éramos unos chavales, este supuestamente destacado par del reino -dijo Nathan con un fingido aire de ofendido desdén, señalando a Colin- solía tirarme al lago.
– Solo cuando te lo merecías -señaló Colin.
– Estoy seguro de que no me lo merecía cada día.