– Victoria, por supuesto, solo tiene que mirarme para conocer la respuesta a esa pregunta -dijo el doctor Oliver con exagerada satisfacción haciendo que todos riesen-. Y mi esposa es la persona perfecta para mí: es hermosa, inteligente y leal, y cree que soy insuperablemente brillante.
Alex no pudo evitar darse cuenta de la mirada que intercambiaron el doctor Oliver y su esposa, una mirada llena de amor y de inconfundible deseo, una mirada que le produjo un profundo anhelo.
– Por lo que a mí respecta -dijo lord Wexhall-, la persona perfecta debería ser aquella a la que pudiese ganar a las cartas y que pudiera predecir los resultados de las carreras de caballos.
– Si tuvierais que escoger solo un rasgo -intervino lady Victoria-, el rasgo que consideráis más importante y el más admirable, ¿cuál sería? -Se dirigió a su marido-: Tú primero.
Nathan lo meditó durante unos segundos y después dijo:
– La lealtad. ¿Y tú?
– El valor.
– ¿Y usted, madame? -preguntó Colin.
– La compasión -dijo Alex quedamente-. ¿Y usted, milord?
– La honestidad.
El corazón le dio un vuelco. Qué irónico resultaba que de todas las cualidades que podría haber escogido eligiese aquella que ella había enterrado bajo una montaña de mentiras. No es que importase, por supuesto. Pensar que ella pudiera ser su persona perfecta era completamente risible y eso resultaba muy deprimente.
Enseguida terminó la cena y el grupo se dirigió al salón, donde la conversación se centró en los asesinatos. Estaba claro que o bien su padre o bien su marido habían informado a lady Victoria sobre lo que estaba pasando ya que parecía estar muy al tanto de la situación.
– Hay algo interesante sobre uno de los nombres de la lista que me dio, Sutton -dijo lord Wexhall-. Whitemore… Había sido uno de mis mejores hombres. La mayor parte de su trabajo lo desarrolló fuera de Londres y se retiró del servicio hace un par de años. Una pena, porque era excelente.
– ¿Por qué se retiró? -preguntó Colin.
– Había estado trabajando durante una década y dijo que ya había visto y hecho suficiente.
– Yo nunca tuve trato con él -dijo el doctor Oliver-. ¿Y tú, Colin?
– Nada relacionado con espionaje.
– Es la única persona de la lista que me llamó la atención -dijo lord Wexhall-. Me aseguraré de vigilarle mañana en la fiesta de Ralstrom.
Después se levantó y se excusó alegando que se sentía fatigado.
Cuando hubo salido de la habitación, lady Victoria preguntó:
– ¿Le apetecería a alguien jugar a algo? ¿Al julepe tal vez?
Antes de que Alex pudiera explicar que no conocía el juego, Colin dijo:
– De hecho, había pensado en mostrarle a madame Larchmont la galería, si no tenéis nada que objetar.
Se sintió enrojecer ante la inconfundible sospecha en los ojos azules de lady Victoria, que fueron de Alex a Colin. Al igual que todo el mundo, lady Victoria creía que Alex estaba casada.
– No tengo nada que objetar -dijo lady Victoria, aunque sus ojos parecieron perder algo de su calidez-. Eso me dará la oportunidad perfecta para ganar a mi marido al backgamon.
– Mi querida Victoria, ansió enormemente cualquier derrota que pueda venir de tus manos.
Cuando el matrimonio se dirigió hacia la mesa del backgamon cerca de la ventana, lord Sutton extendió su mano.
– ¿Vamos?
Alex se debatía dividida entre la necesidad de escapar de la tensión que le causaba pretender pertenecer a esa sociedad simulando conocer elegantes juegos de salón y el temor de que estar de nuevo a solas con Colin resultaría en otro beso.
Sintió que aumentaba su impaciencia. ¡Por Dios! Era perfectamente capaz de controlarse. Si él intentaba besarla, simplemente lo rechazaría, con firmeza y de forma contundente. Con la decisión tomada, puso su guante de encaje sobre el brazo de Colin. Notó al instante el calor hormigueante en su brazo, una calidez que con firmeza ignoró.
Colin tomó la mano de Alex y la acompañó fuera de la habitación, conduciéndola a través de un pasillo escasamente iluminado. Andaba a ritmo bastante rápido, y Alex prácticamente tenía que trotar para seguirle el paso. Esa era con toda seguridad la razón de que estuviese sin aliento. No tenía absolutamente nada que ver con su cercanía.
– Ha estado callada esta noche -dijo Colin.
– Sí, supongo que sí. Estaba preocupada.
– ¿Por qué?
Alex respiró muy hondo y después le explicó su teoría de que quizá fuera él la persona que estaba en peligro. Cuando terminó, Colin le dijo:
– Creo que puede tener razón. De hecho, Nathan y yo hemos estado discutiendo esa posibilidad antes.
Dios mío, no sabía si podría resistir que le ocurriese algo.
– Espero que tenga cuidado.
– Lo tendré.
– También quería decirle que creo que alguien me estaba vigilando hoy.
– ¿Cuándo? ¿Dónde? -preguntó Colin mirándola con el ceño fruncido.
– Esta mañana cuando volvía a casa de mi cita con el señor Jennsen.
– Ah, de su sesión privada -dijo Colin tensando la mandíbula.
– Sí. No vi a nadie pero sentí una presencia.
– ¿Por qué no me lo dijo antes?
– Se me fue de la cabeza, y no era nada, de verdad, solo una sensación que tuve cuando descendí de su coche.
– ¿La acompañó a casa? -Su voz sonó dura.
– Sí.
– Así que, ¿Jennsen sabe dónde vive?
– No exactamente, el conductor me dejó unas manzanas más atrás.
– No quiero que vuelva a salir sin que la acompañen. Es demasiado peligroso. Nathan o yo mismo la acompañaremos a donde tenga que ir.
– Puesto que no tengo ningunas ganas de ponerme en Peligro, lo acepto.
Colin había declarado que la honestidad era la cualidad que más respetaba en una persona, así que Alex decidió ser algo más honesta.
– Estaba callada también porque me sentía algo cohibida, y terriblemente fuera de lugar.
– Lo supuse, y esa es una de las razones por las que pensé que desearía escapar a la galería.
– No quiero decir que no haya estado gusto… -dijo ruborizándose avergonzada.
– Lo sé. Pero cualquiera que no esté acostumbrado a ser un invitado en una casa como esta se sentiría fuera de lugar. Yo solo puedo asegurarle que encajaba deliciosamente.
Siguieron paseando y Alex intentó desesperadamente encontrar en su cerebro algo que decir que no fuese «bésame».
– Su hermano y lady Victoria están muy enamorados.
– Sí, Nathan se merece cada momento de la felicidad que ha hallado. De hecho, siento envidia.
– ¿De qué?
– De cómo ella lo mira, de cómo se ilumina al igual que una vela encendida cada vez que él entra en la habitación. Solo puedo imaginar que debe de ser una sensación embriagadora tener a alguien que te quiere tanto y querer tanto a alguien.
– Supongo que sí, pero estoy segura de que es algo que usted ha experimentado.
– ¿Por qué lo dice?
– Sin duda, a usted lo miran con ojos de adoración con mucha frecuencia.
– No, que yo sepa. Le ruego que me diga quién me miraría de ese modo.
– Me aventuraría a responder que cualquier fémina con algo de sangre en las venas.
Colin la miró con ojos divertidos.
– ¿Lo haría usted? ¿Y por qué?
– Se da usted cuenta, claro está, de que parece que esté descaradamente suplicando cumplidos.
Doblaron una esquina y entraron en un pasillo aún menos iluminado en cuyas paredes, a ambos lados, colgaban grandes cuadros. Alex se detuvo frente al primer lienzo, se inclinó y entornó los ojos.
– La luz no es muy buena. Es bastante difícil…
Alexandra interrumpió sus palabras y tuvo que coger aire de manera repentina cuando Colin le acarició con los labios por encima de su muñeca, justo donde terminaba el guante de encaje. Después, introdujo uno de sus largos dedos a través de la prenda y le acarició la palma de la mano. Alex sintió el calor recorrer todo su cuerpo ante la sensual intimidad del gesto. Y en solo un instante, su firme y contundente resolución se esfumó.