Colin se había quitado la chaqueta y el chaleco y estaba de pie junto a su cama, con los hombros apoyados despreocupadamente contra la madera profusamente tallada del dosel, los brazos cruzados alegremente y los ojos brillando con ese ardor inconfundible que incendiaba cada una de las células de su cuerpo.
– Pues bien -dijo él suavemente-, esto es lo que yo llamaría un momento y lugar más apropiados.
Capítulo 15
Colin no pudo contener un momentáneo engreimiento al ver que había dejado a Alexandra totalmente sin habla. Ojalá siempre pudiese resultar tan fácil leer sus pensamientos como en aquel momento.
– ¿Cómo has entrado aquí? -preguntó ella mirándolo como si no estuviese del todo convencida de que era real.
– A través de los ventanales que dan a la terraza y que tú dejaste sin cerrar -respondió Colin.
Separándose del dosel, se acercó lentamente hacia ella, deteniéndose cuando solo los separaban unos centímetros. Estuvo a punto de dejarse dominar por la urgencia de tomarla en sus brazos y devorarla. Era realmente desconcertante aquel voraz apetito que le inspiraba. Había conocido el deseo, pero aquella… aquella salvaje, temeraria y primitiva necesidad de empujarla contra la pared más cercana o tumbarla sobre la silla más próxima y simplemente disfrutar de ella era totalmente nueva. De algún modo, en presencia de Alex, Colin se veía desposeído de las maneras caballerosas que habían definido su vida hasta entonces. Sin hacer nada, lo hacía sentirse inusualmente fuera de control, algo que ninguna otra mujer había conseguido. Maldita sea, ni siquiera la había tocado todavía y ya no podía esperar más.
Simulando una calma que estaba lejos de sentir, alargó la mano y entrelazó sus dedos con los de ella de forma suave.
No se sorprendió lo más mínimo cuando sintió su cuerpo encenderse con aquel ligero contacto.
– Dejar las ventanas sin cerrar es de lo más imprudente murmuró, mientras trazaba círculos en las palmas de las manos de Alex con los dedos pulgares-. Hay hombres muy malos merodeando en la oscuridad.
Ella pareció recomponerse.
– ¿Tú incluido?
Colin le levantó las manos y le acarició el dorso de los dedos con un beso.
– De hecho, me alegro de que las ventanas no estuvieran cerradas con llave ya que eso me ha permitido ganar un par de minutos fundamentales si quería llegar antes que tú.
– Así que por eso me diste indicaciones erróneas para llegar a mi habitación -dijo Alexandra con una mirada que daba a entender que lo había entendido todo.
– Me declaro culpable del delito. Quería prepararte una pequeña sorpresa. Tal como te he dicho, estoy acostumbrado a obtener lo que quiero -dijo Colin avanzando hacia Alexandra hasta que apenas mediaba el espacio de un suspiro entre sus cuerpos.
– Parece que me estés desafiando -dijo Alex suavemente y con la mirada ensombrecida, algo que gustó a Colin.
– Quizá, pero no debería ser así, no puesto que ambos queremos lo mismo.
Bajó la cabeza y tomó su lóbulo entre los dientes.
– Creo que estás intentando que me desvanezca -dijo Alexandra en un suspiro cargado de placer.
– ¿Lo estoy consiguiendo?
– Absolutamente.
– Excelente.
Colin olisqueó la suave piel de detrás de sus orejas y cuando su mente se llenó del delicado, delicioso y dulce aroma a naranjas, lanzó un gemido y se preguntó quién estaba haciendo desvanecerse a quién.
– Mencionaste algo acerca de preparar una sorpresa -preguntó ella-. ¿Qué es?
– ¿Estás impaciente?
Alexandra se apartó y lo miró.
– Sí -dijo en un tono de voz que solo podía describirse como vaporoso-. Ahora mismo estoy muy impaciente, y normalmente no lo soy. Para ser sincera, este estado tan poco habitual es enteramente culpa tuya, y quiero saber qué vas a hacer al respecto, ahora mismo.
Colin la soltó y empezó a desatarle el cordón de la bata. Después de separar el fino algodón, deslizó la prenda por sus brazos y la prenda cayó al suelo con un suave zumbido.
– Pretendo -dijo manteniendo los ojos fijos en los de ella y empezando lentamente a desabrochar la larga fila de botones que cerraba el camisón por la parte delantera- que estés aún más impaciente.
– No estoy segura de que eso sea posible.
– Oh, sí lo es -afirmó Colin y desabrochó el último diminuto botón del camisón pero sin quitárselo.
Así, con la prenda abierta hasta la cintura, introdujo uno de sus dedos por la abertura y le tocó ligeramente la suave hendidura de su cuello.
– Quiero que estés impaciente -susurró, mientras muy despacio hacía descender la yema del dedo por su suavísima piel, entre sus senos, más abajo, hasta rodear con suavidad su ombligo-. Y caliente.
Alexandra entornó los ojos y se meció levemente sobre los pies.
– Pero ya estoy así, siento como si fuese a estallar.
– Bien, pero no es suficiente. Quiero más, quiero que estés más impaciente, más caliente.
Colin no podía aguantar un segundo más sin verla en su plenitud, así que tomó el camisón con las manos y lo aparto despacio, revelando a sus ojos el cuerpo de Alexandra centímetro a centímetro, haciendo descender la prenda por sus brazos hasta que esta cayó al suelo junto al salto de cama.
Alexandra se alzaba en medio de sus prendas de noche como una preciosa flor nocturna, su pálida piel bañada por la luz plateada de la luna que entraba por las ventanas y por el brillo dorado de las últimas brasas de la chimenea. Despacio, Colin siguió con la mirada sus formas y tuvo que apretar los puños para no estrujarla contra él como un muchacho arrebatado en su primera noche.
Contempló sus senos firmes y plenos en cuya cúspide despuntaban unos pequeños pezones rosáceos que parecían llamar a sus manos y labios. La estrechez de la cintura daba paso a la sinuosa curva de las caderas, y Colin detuvo su mirada en el triángulo de oscuros rizos que coronaba el vértice de los muslos antes de seguir descendiendo la vista por las piernas bien formadas y los delgados tobillos.
– Arriesgándome a resultar redundante -dijo en un tono de suave aspereza-, eres exquisita.
Y alargando la mano deshizo el lazo que sujetaba la trenza de Alex y pasó los dedos por los sedosos mechones, separando las lustrosas hebras que se derramaron sobre sus manos emanando un delicado aroma cítrico. Se llevo unos rizos al rostro, respirándolos profundamente, y gimió.
– Dios mío. Tu olor es tan increíblemente delicioso…
– Gracias.
Al notar el ligero temblor de su voz, le preguntó:
– ¿Estás nerviosa?
– Un poco, sí -dijo ella tras una breve vacilación.
– Yo también.
– ¿Por qué? -preguntó ella sorprendida-. Sin duda tienes experiencia en estos asuntos.
– Sí, pero tú no, y yo nunca he hecho el amor con una virgen. Me intimida un poco, sobre todo porque haces que quiera hacerte cosas… de forma que me harían olvidar que debo ir despacio.
Alexandra apoyó sus manos sobre el pecho de Colin y él supo que estaba notando el fuerte y rápido latido de su corazón.
– Es verdad que soy virgen, pero no soy una dama tímida y delicada, una muchacha de porcelana que ha tenido una vida fácil, Colin. Soy perfectamente consciente de lo que va a pasar entre nosotros. Y lo quiero todo.
Colin envolvió su muñeca con un mechón del oloroso cabello de Alex.
– ¿Cómo sabes lo que pasará entre nosotros?