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– He visto… cosas.

– ¿Qué tipo de cosas?

– Hombres que se desfogaban con mujeres, mujeres arrodilladas complaciendo a los hombres.

Por la mente de Colin pasó la imagen de Alex arrodillada, con aquellos carnosos labios alrededor de su erección. Notó que la sangre le golpeaba las ingles y que su miembro se hinchaba contra los pantalones que de pronto resultaban estrechos.

– Siempre me he preguntado a qué obedecía tanto jaleo -dijo Alex levantando la barbilla levemente- cuando los trámites en sí siempre me han parecido más bien furtivos y, bueno, rápidos. He logrado obviar mi curiosidad, pero contigo ya no puedo. Lo que me haces sentir… tiene que ser explorado.

Colin apartó la mano dejando caer la sedosa cortina de cabello hasta la cintura de Alex.

– No tengo ninguna intención de acelerar los… trámites, Alexandra. Y desde luego te animo a explorar, del modo que desees.

– Una invitación que no puedo aprovechar, mucho me temo -dijo lanzándole una mirada de arriba abajo-. Por lo menos, en lo que a mí respecta, puesto que tú no estás ahí parado con todas tus… partes al aire.

Colin contuvo la carcajada que le provocó su tono contrariado y se limitó a sonreír.

– ¿Te sentirías más cómoda si mis… partes estuvieran también al aire?

– Desde luego lo consideraría más justo. Al fin y al cabo, yo también quiero que estés tan impaciente como yo.

Colin pensó que si Alexandra tuviera idea de cuan impaciente estaba, de cómo se hallaba al borde de perder por completo el control -sin ni siquiera haberla tocado o que ella lo hubiese tocado- estaría algo más que «un poco» nerviosa.

– Te puedo asegurar que no tienes que preocuparte por eso. De todos modos… -Extendió sus brazos-. Estoy a tu disposición.

En los ojos de Alex hubo un destello de interés e incertidumbre.

– No estoy segura de por dónde empezar exactamente.

– Mi corbata sería probablemente un buen comienzo.

Alexandra dirigió la mirada al complicado nudo de la corbata, dio un paso al frente emergiendo del montón de ropa que yacía a sus pies, y comenzó a deshacerlo. Teniéndola ahí delante, sin otra cosa encima que el gesto de su ceño fruncido, Colin se quedó sin respiración. Intentó no tocarla, y lo consiguió, pero solo durante tres segundos exactos. Después, incapaz de detenerse, la tomó de la cintura.

De pronto, se dio cuenta de que al fin estaba tocando su piel y tuvo que cerrar los ojos. Esa noche, la mujer que había habitado sus sueños durante tanto tiempo sería suya. Abrió los ojos y la miró, sin detener sus dedos que acariciaban con dulzura la flexible cintura y subían y bajaban por la suavidad de su espalda.

– Así no me ayudas a concentrarme -dijo ella mirándolo.

– Ah. -Y atrapando sus senos con las palmas de la mano dijo-: ¿Así está mejor?

Alex dio un respingo ante el destello de placer que aquella caricia le había provocado y agarró la camisa de Colin. Bajó la vista y observó cómo él jugaba con sus pezones con sus largos dedos. Hasta que tuvo que cerrar los ojos.

– ¿Mejor? -preguntó él.

¿Le estaba preguntando algo? ¿Esperaba que le contestase?

– No… no estoy segura. Quizá podrías volver a hacerlo.

La suave risa ahogada de Colin llenó de calidez su piel y en un instante supo que las manos de aquel hombre eran mágicas. Toda ella se encendió con el roce de sus dedos contra sus senos. Después, él se inclinó y con la lengua trazó el contorno de su pecho. Alexandra tuvo que ahogar un grito que se transformó en un largo gemido cuando Colin rodeó uno de sus pezones con la lengua, haciendo círculos, tomándolo erecto dentro de su cálida boca, jugueteando de forma mágica al mismo tiempo con el pezón de su otro seno.

Alexandra dejó caer su cabeza lánguidamente hacia atrás y se arqueó hacia delante, pidiendo más. Cada vez que los labios de Colin se movían embriagadoramente, sentía un profundo calor en su interior. Notaba húmedos y entumecidos los pliegues entre sus piernas y frotó los muslos, pero el movimiento no le alivió lo más mínimo. Ni tampoco Colin, que volvió su atención al otro pecho y le tomó las nalgas con las manos.

Alexandra le agarró los hombros, dejándose llevar por aquella marea de sensaciones, deseosa de hundirse aún más en aquel abismo de placer y luchando al mismo tiempo por escapar de él para poder continuar desvistiendo a Colin. Nunca en su vida se había sentido tan viva, tan consciente de ella misma y de su cuerpo, y tan ansiosa por aprender y experimentar.

– Delicioso -murmuró Colin junto a su pecho-. Terriblemente delicioso.

Antes de que Alex pudiera recuperar el aliento, Colin se inclinó para posar los labios en el centro de su torso, besando y lamiendo su piel, rodeando su ombligo, introduciendo la lengua en él. Todo el cuerpo de Alexandra era un delicioso escalofrío y de su garganta escapó un vibrante gemido de placer.

– Mírame -le susurró Colin con voz rasgada.

Haciendo un esfuerzo, Alex levantó la cabeza y abrió los ojos. Él se arrodilló frente a ella, con los labios a unos milímetros de su abdomen. En sus ojos oscuros y ardientes, se podía adivinar un potente y profundo deseo capaz de cortarle la respiración.

– Separa las piernas para mí, Alexandra.

Sin palabras, con el corazón desbocado, ella obedeció.

– Dices que has visto a mujeres arrodilladas frente a los hombres. ¿Has visto alguna vez a un hombre dar placer así a una mujer?

Ella negó con la cabeza y perdió totalmente la capacidad para emitir palabra alguna cuando él introdujo la mano entre sus muslos y le acarició suavemente sus delicadas terminaciones nerviosas, a un ritmo lento, a un ritmo enloquecedor que resultaba… tan… increíble. Ella se había tocado, en la oscuridad, en las noches en que su cuerpo había gritado pidiendo… algo. Pero aunque tocarse había sido placentero, nunca se había sentido de ese modo.

Colin paseaba perezosamente su otra mano por detrás de los muslos de Alex, alrededor de sus nalgas, siguiendo la línea que las separaba, provocándole ahogados gritos.

– Quiero verte. -Y su voz sonaba como terciopelo ajado-. Toda.

Colin apartó los dedos y Alex estuvo a punto de lanzar un gemido de protesta, pero antes de que llegara a sus labios, con un suave movimiento, la tomó en sus brazos y la llevó hasta el lecho. Con la mirada fija en ella, la sentó en el borde del colchón y le separó las piernas con manos ansiosas, arrodillándose acto seguido entre sus muslos y colocándole las piernas sobre sus hombros. Los ojos de Colin ardían con tal deseo que barrieron la timidez de Alexandra, deshicieron su pudor, dejándolo solo con la curiosidad y el doloroso deseo. Apoyada sobre los codos, vio cómo Colin dirigía la mirada a su expuesta intimidad y gemía.

– Precioso -dijo, separándole más con los dedos y tanteándola con suaves y perfectas caricias-. Tan húmedo, tan sedoso y caliente.

Tomó sus nalgas con las manos y después se inclinó. Alex ahogó un gemido cuando notó por primera vez el tacto increíble de la boca de él contra su entumecida carne. La inesperada sensación de su lengua acariciándola y la visión de su cabello negro sumergido entre sus muslos abiertos era la imagen más erótica y excitante que había visto nunca. Con un largo gemido de placer, se dejó caer sobre el colchón y estrujó la colcha, regodeándose en aquella sensación que hacía que le ardiese la sangre.

Solo existía él. Sus labios, su lengua, sus dedos eran implacables, y tal como él había querido su impaciencia creció aún más. Sin vergüenza alguna, arqueó la espalda empujándose contra su boca, con todos los músculos en tensión. El placer recorría todo su cuerpo, creciente y tumultuoso en la parte baja de su vientre, apretándola, llevándola, empujándola hacia algo que no lograba alcanzar. Hasta que Colin hizo algo… algo mágico concentrando su boca en un lugar exquisitamente sensible…

Apretando los puños contra la colcha, Alex arqueó la espalda y separó aún más las piernas. Durante varios segundos y sin aliento, supo que estaba al borde de un precipicio y entonces sintió que se elevaba por encima de él y un chorro de placer bañó su cuerpo de espasmos hasta que, con demasiada rapidez, las intensas sacudidas se apagaron para dar paso a un suave y hormigueante oleaje que la dejó lánguida y sin fuerzas.