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Alex descendió con las manos por su cuerpo y él cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, decidido a mantener el control y a saborear cada una de sus caricias. Pero los dedos de Alexandra hacían que todos sus músculos se contrajesen y aquellas caricias, al principio indecisas, se hicieron más audaces. Colin lanzó un grito de placer.

– ¿Te gusta esto? -preguntó ella frotando los dedos contra sus pezones.

– Aaah… No estoy seguro. Hazlo otra vez -respondió Colin y notó el aliento de su risa contra el centro de su pecho antes de apretar los labios contra su piel.

Levantó la cabeza y vio cómo le besaba todo el torso, acariciándole al mismo tiempo los hombros y los brazos. Un temblor recorrió su cuerpo cuando Alexandra se aventuró a pasar la lengua por su pezón, un temblor que supo, por su femenina sonrisa, que ella había sentido.

Maldita sea, apenas lo había tocado y estaba temblando. ¿Cómo iba a sobrevivir a la dulce tortura que lo esperaba?

Ella pasó la lengua por su pezón de nuevo.

– Me ha gustado cuando me lo has hecho a mí. ¿Te gusta?

– Sí, si a ti te gusta algo, hay muchas posibilidades de que a mí también me guste.

– Ya veo -dijo Alex, y pasó un solo dedo por su piel justo por encima del cinturón que le sujetaba los pantalones.

Colin contuvo la respiración.

– Eres muy… masculino -dijo pasándole las manos por el abdomen hasta llegar a los hombros-. Muy musculoso y fuerte.

– En este momento estás poniendo a prueba mi fortaleza, te lo aseguro.

– Bien. ¿Y qué hay de tu paciencia?

– En tensión.

– ¿Cómo puedo tensarla más? -Alexandra sonrió.

– Bésame.

Sin vacilación, ella le puso las manos alrededor del cuello y le hizo bajar la cabeza. Él le dejó tomar la iniciativa y gimió cuando le pasó la lengua por el labio inferior. Alex se puso de puntillas, apretándose contra su cuerpo y la cabeza de Colin dio vueltas. Al contacto de su cálida piel contra su pecho desnudo, sus duros pezones apretándose contra él, su lengua invadiendo su boca, olvidó de forma instantánea que no debía moverse. Metió las manos por la camisa que llevaba ahora ella, y las bajó por la espalda hasta tomarle las nalgas. Un segundo más tarde, Alexandra ya no estaba junto a él.

– Prometiste que tendrías las manos quietas -dijo a unos pasos de distancia, apuntándole con el dedo.

– Prometí intentarlo, y lo he hecho, pero es imposible resistirse.

– Vas a tener que quedarte con las manos atadas -dijo entornando los ojos y con un brillo malicioso-. Y yo creo que podré ayudarte.

– No logro pensar en nada que puedas hacer que consiga que tenga menos ganas de tocarte.

– Puedo.

Y con la mirada fija en él, Alex se quitó lentamente la corbata del cuello.

– Pon las manos en la espalda -dijo.

Colin enarcó las cejas y notó cómo aumentaba su erección.

– ¿Tienes realmente la intención de atarme?

– Sí.

– Créeme, eso no hará que tenga menos ganas de tocarte.

– Pero hará que tengas menos posibilidades de hacerlo.

– ¿Eso crees?

– Soy muy buena haciendo nudos.

– Y yo soy muy bueno deshaciéndolos.

Los ojos de Alexandra brillaron con claro desafío.

– ¿Quieres que comprobemos quién es mejor…? A no ser que tengas miedo.

Manteniéndole la mirada, Colin puso las manos en la espalda despacio.

– Todo lo contrario. Tengo una enorme curiosidad. De todos modos, en favor del juego honesto, considero que es justo que te advierta que una vez me haya liberado, no voy a hacer ningún esfuerzo por no tocarte. Te tocaré cómo y dónde desee.

– Me parece justo. De todos modos, creo que ya me has tocado en todas partes.

– Mi dulce Alexandra, no he empezado en absoluto a tocarte tal como pretendo hacerlo.

Ante sus suaves palabras, Alex lo miró con los ojos llenos de interés y el deseo de Colin se avivó. Podía no tener experiencia, pero era osada, y nada cobarde. Había dicho la verdad cuando había afirmado que no era tímida. Había planeado seducirla y, por el contrario, había sido él el seducido. Nunca antes una mujer había cautivado su mente y su cuerpo de ese modo.

Colin colocó las manos a la espalda y Alexandra se puso detrás de él. Cuando terminó, dijo:

– Esto debería mantenerte bien atado.

Colin movió las muñecas para comprobar los nudos.

– Parece un buen trabajo. -Lo miró por encima del hombro-. No hay duda de que me tienes prácticamente a tu merced.

– No estoy segura de haber oído nunca una afirmación tan provocadora -le replicó Alexandra, y apoyando las manos en sus hombros, las bajó lentamente por su espalda. Se acercó y apretó los labios contra su piel.

Colin cogió aire y apretó los dientes para contenerse y no frotar las manos atadas contra el vientre de Alexandra.

– Creo que estás intentando volverme loco -gruñó.

– ¿Funciona?

– Terriblemente bien.

Alex le acarició lenta y suavemente la espalda y los brazos mientras con sus labios le besaba la columna. Colin cerró los ojos aspirando la suave exploración, rezando para mantener el control y no eyacular en sus malditos pantalones.

Alexandra dio lentamente la vuelta hasta ponerse frente a él y Colin vio cómo deslizaba los dedos por su pecho. Cuando alcanzó los pantalones, se quedó totalmente quieto, agónicamente expectante.

Cerró los ojos y gimió al primer contacto de los dedos de Alex sobre su miembro erecto.

– Otra vez -dijo bruscamente.

Ella así lo hizo, recorriendo la longitud de su miembro despacio y tomándolo después en la palma de la mano. Colin se sintió arder. Maldita sea, quería que siguiera tocándolo, inmediatamente. Levantó la vista y sus miradas se encontraron.

– Desabróchame los pantalones, Alexandra.

Alexandra empezó a desabrocharle los pantalones y Colin apretó la mandíbula para mantenerse quieto. Al fin, después de lo que pareció una eternidad, quedó libre. La expectación ante su caricia era dolorosa de tan intensa, y cuando ella recorrió la longitud de su miembro con el dorso de sus dedos, tomó aire bruscamente y cerró los ojos de golpe.

– ¿Te he hecho daño? -preguntó Alex.

– No, Dios, no, no pares.

Ella lo acarició de nuevo, esta vez con más seguridad, y después de tomar aire profunda y temblorosamente, Colin abrió los ojos y miró hacia abajo, para ver las manos de Alexandra deslizándose sobre él, acariciándolo, tomándolo. Todo él ardía, y sus músculos estaban tensos y temblorosos esforzándose para no empujar.

– Estás tan duro… -dijo Alex.

– Ni te lo imaginas -gruñó él.

– Y tan caliente…

Desde luego, porque sentía que estaba a punto de estallar. Con la yema del dedo, Alex trazó un círculo en la hinchada punta de su erección.

– No puedes imaginar lo increíble que resulta esto -musitó Colin con una voz grave que ni él mismo pudo reconocer.

Alex le rodeó el miembro con los dedos y estiró suavemente, haciendo que sus ingles se tensasen. Emergió una gota perlada y Alexandra humedeció con ella la punta de su pene. Colin ya no pudo aguantarse más y empujó moviendo las caderas hacia delante.

– ¿Estás impaciente? -susurró ella.

– Más que eso -guiñó Colin.

Y haciendo unos movimientos de alguien muy bien entrenado, se liberó las muñecas y la tomó en sus brazos. Alexandra lanzó una exclamación de sorpresa que Colin ahogó con un beso. Poniéndole la mano sobre el cabello, le inmovilizó la cabeza para besarla con un ansia y deseo reprimidos que le estaban desgarrando por dentro. Con la mano libre tomó el muslo de Alex y lo levantó apoyándolo sobre su cadera, abriéndola para sus caricias.

Acarició sus nalgas con la palma de la mano abierta y rozó suavemente con los dedos, desde atrás, sus pliegues femeninos y los sintió sedosos, húmedos, hinchados. Gracias a Dios, porque no creía que pudiera aguantar mucho más.