– También estoy muy descansada, para mi sorpresa. Normalmente no duermo hasta tan tarde. Eres una almohada muy cómoda.
Colin siguió deslizando las manos hacia abajo, dibujando su clavícula y contuvo las ganas de decirle que el simple hecho de haberla abrazado mientras dormía le había dado tanta alegría y satisfacción como hacerle el amor.
– ¿Encontraste tu sorpresa?
– Sí, gracias. Estaba delicioso. ¿Lo trajiste de casa?
– No, se lo cogí a Nathan camino de tu habitación. Sabía que tendría provisiones ocultas de dulces. Conozco sus escondites secretos.
– ¿Conseguiste cogérselo en el tiempo que tardé en llegar a mi habitación?
– Así es.
– Madre mía, sí que tienes talento. En más de un sentido.
– Gracias -dijo Colin y deslizó aún más abajo sus dedos hasta tomar su seno. Alexandra ahogó un grito-. ¿Estarías interesada en otra demostración de mi talento? -preguntó él acariciando con el dedo pulgar su pezón y notando cómo se endurecía por debajo de la tela del traje.
– ¿Qué… idea tienes?
Como respuesta, Colin se apartó y le quitó delicadamente el cachorro de los brazos, dejándolo en la alfombra que había frente a la chimenea, donde el animal lanzó un gemido y después se acurrucó formando un ovillo y se quedó adormecido. Colin atravesó la habitación y cerró la puerta con llave. El ruido de la cerradura resonó en medio del repentino y tenso silencio.
Se dio la vuelta y se dirigió despacio hacia ella, disfrutando al ver cómo sus ojos se abrían de par en par. Cuando llegó junto a Alex, no se detuvo, sino que la tomó en sus brazos, la levantó del suelo y siguió avanzando.
– ¿Qué estás haciendo? -susurró ella rodeándole el cuello con los brazos.
– Demostrándote lo que ocupa mis pensamientos ahora mismo.
– ¿Aquí? ¿Ahora?
Alcanzó la pared y la apretó contra la madera de caoba que la recubría.
– Aquí mismo -susurró pegado a su cuello, respirando su exquisita fragancia mientras que con sus manos le levantaba las faldas-. Ahora mismo.
– Pero ¿y lord Wexhall?
– Pasará el día fuera.
– ¿Y tu hermano y lady Victoria?
– Son enormemente lentos comiendo.
– ¿Y si hoy no lo son?
– Por eso he cerrado la puerta con llave.
– Pero sabrán lo que estamos haciendo.
Sin embargo, al mismo tiempo que protestaba, le agarró el cabello y atrajo su boca hasta sus labios.
– Solo si no nos damos prisa. ¿Hasta qué punto estás tierna? -preguntó Colin, dándole rápidos besos en los labios mientras hablaba.
– No tan tierna como desesperada.
– Gracias a Dios.
Le levantó las faldas hasta la cintura y colocó el muslo de Alexandra sobre su cadera, abriéndola para acariciarla con los dedos.
Alexandra dejó escapar un agudo suspiro cuando Colin introdujo la mano en su interior, un sonido que coincidió con el gemido de él al acariciarle los sedosos pliegues.
– Ya estás húmeda -jadeó contra su boca.
Alexandra frotó la mano contra su erección.
– Y tú ya estás duro.
– Constantemente. -Y despacio introdujo profundamente uno de los dedos en su apretado calor-. Y es solo culpa tuya. Me temo que va a convertirse en un embarazoso problema.
– Considérame más que dispuesta a colaborar.
– Una oferta que no tengo ninguna intención de rechazar.
Y sacando la mano de su cuerpo, se desabrochó los pantalones tan rápido como le permitieron sus nerviosos dedos. Una débil voz interior lo avisó de que no estaba mostrando la más mínima delicadeza, pero un deseo fiero y oscuro apagó esa voz. La quería, la necesitaba, necesitaba estar dentro de ella. En ese momento.
En el momento en que se liberó, la tomó por las nalgas y la levantó.
– Agárrame con tus piernas -dijo con una voz que apenas reconoció-. Y aguanta.
Unos segundos más tarde, entró en su calor húmedo y ya no simuló control alguno. La tomó con largas, duras y profundas sacudidas, apretando los dientes para contener su imparable necesidad de llegar al clímax, observando cada matiz del rostro acalorado de Alexandra, sus labios abiertos, sus ojos cerrados, sus dedos apretándole los hombros, hasta que gritó, arqueando la espalda y notó cómo las paredes de su interior se convulsionaban alrededor de su miembro. En el instante en que notó que ella se relajaba, salió y apretó fuertemente la erección contra el vientre de ella, refugió el rostro contra la cálida y fragante curva de su cuello y el orgasmo lo recorrió como un relámpago.
Cuando cesó de temblar, levantó la vista y ella abrió los ojos. Durante varios segundos se miraron fijamente. Colin quería decir algo, algo insustancial e ingenioso, pero ya no estaba a su alcance. Aquella mujer no solo lo había desposeído de su control, sino que al parecer también le había robado el juicio. Así que dijo la única palabra que se sentía capaz de pronunciar:
– Alexandra.
Entonces se inclinó y la besó, introduciéndose despacio en la calidez aterciopelada de su boca, saboreándola, disfrutando de la erótica fricción de sus lenguas, del olor de su piel caliente y de la pasión que habían compartido. El corazón le latía con fuerza contra las costillas y dejaron de besarse tan despacio como habían empezado.
– Desde luego, eres un hombre con talento -susurró ella, con la cabeza apoyada contra la pared.
– Y tú eres una mujer deliciosa. No te he hecho daño, ¿verdad?
– Cielos, no. Aunque anoche fue lento y delicado y maravilloso, no puedo negar que hay algo extraordinariamente dulce en esta aproximación más brusca y rápida.
– Tomo nota obedientemente.
En la boca de Alexandra se formó una maliciosa sonrisa.
– Ardo en impaciencia por ver cuál va a ser tu próxima demostración.
– Viendo el efecto que ejerces sobre mí, lo averiguarás muy pronto.
La bajó delicadamente, y cuando Alexandra volvió a tener los pies sobre el suelo, sacó un pañuelo del bolsillo.
– Deberías visitar tu habitación para acicalarte antes de que salgamos -dijo limpiando con cuidado la evidencia de su pasión.
– ¿Salgamos?
– Sí, estoy aquí para acompañarte a los recados que tengas que hacer.
– Ah -replicó ella levantó las cejas con escepticismo-. Y yo que pensaba que estabas aquí para aprovecharte de mí.
Colin rió.
– Y ahora que ya lo he hecho, podemos comenzar con tus recados. Y los míos.
– ¿Cuáles son los tuyos?
– Bueno, en primer lugar, parece ser que tengo un perro al que pasear.
Capítulo 17
Alex estaba paseando por Hyde Park, y como el día anterior en la cena, se pellizcó la pierna disimuladamente, bien fuerte. De nuevo el dolor le demostró que no estaba en un sueño.
Sin embargo, ¿cómo podía ser real que ella, Alexandra Larchmont, una rata callejera y ex ladrona de Saint Giles estuviese dando un paseo por Hyde Park, acompañada por un vizconde, un hombre que no solo era atractivo, inteligente y rico, sino también su amante?
Apretó los dedos alrededor del brazo de Colin y notó que el duro músculo que había debajo de su elegante abrigo color azul oscuro era definitivamente real. Volvió la cabeza y lo miró dejando escapar un suspiro de placer.
A través de las hojas de los olmos que se alzaban a lo largo del paseo, se filtraban los rayos brillantes del sol, haciendo relucir el negro cabello de Colin y salpicando sus rasgos de puntos dorados. Puede que en algún lugar del planeta existiese un hombre más hermoso, pero no conseguía imaginarse cómo podía ser.
Sin embargo, no eran simplemente sus bonitos rasgos lo que la atraía con tanta fuerza. Poseía cada una de las cualidades que ella había soñado que tendría cuando lo vio por primera vez en Vauxhall. Era inteligente y divertido, amable y paciente, sensual y excitante, y al entregarle su confianza, le había concedido un regalo más valioso que las joyas o el dinero.