Su confianza. Sintió la punzada de la culpa, sabiendo que no le habría dado un premio tan preciado si hubiese conocido su pasado, si se hubiera acordado de su encuentro en Vauxhall. Pero era un regalo que quería tener y se negaba a perder. Él confiaba en ella, y ella no le había dado motivos para arrepentirse.
Colin debió de notar el peso de sus ojos porque volvió la cabeza. El brillo cálido e inquisidor de su mirada la llenó de calor, y estuvo tentada de volver a pellizcarse para convencerse de que realmente estaba allí, con él, y de que él la estaba mirando con ardor e intimidad.
– ¿Estás pensando lo mismo que yo? -le preguntó en voz baja, inclinándose hacia ella y haciendo que sus hombros se tocasen.
– No lo sé. -Alexandra dudó entre admitir o no la verdad y después dijo-: Estaba intentando convencerme de que este paseo con mi atractivo vizconde, mi amante, no era solo producto de mi imaginación.
– Mmm. Definitivamente, no es lo que yo estaba pensando.
– ¿Ah? ¿Por dónde iban tus pensamientos?
– Estaba pensando cuánto faltaba para que pudiésemos marcharnos de este maldito parque y poder así desnudar a mi exquisita adivina, mi amante, y hacerle el amor de nuevo.
El calor la invadió y casi dio un traspié.
– No creo que Lucky se tomase muy bien que acortásemos su paseo.
Señaló con la cabeza al entusiasmado cachorro, que iba corriendo a toda velocidad todo lo lejos que la correa le permitía y se paraba a olisquear cada brizna de hierba.
– Puede que no, pero me apuesto a que no tardaré en llevarlo en brazos porque se debe de estar quedando sin energía. -Y señalando con la barbilla la pareja que charlaba unos pasos más adelante, dijo-: No creo que mi criado se tome muy bien tampoco que acortemos su paseo. John parece bastante cautivado por tu amiga Emma.
– Creo que el sentimiento es mutuo -dijo Alexandra, jugueteando con la correa de su cartera-. Ha sido muy generoso por tu parte comprar toda la caja de naranjas de Emma. Nunca las tiene todas vendidas tan pronto.
– Lo he hecho encantado, sobre todo porque ahora he desarrollado una especial afición por esta fruta. Además, vi cómo se miraban John y ella, y haciendo posible que Emma venga con nosotros no solo pueden conocerse, sino que su compañía te sirve de carabina.
– ¿Necesito una carabina?
– Desde luego. De otro modo, me dejaría llevar por la tentación de arrastrarte detrás de un árbol y tomarte a plena luz del día.
– Dios mío… -dijo ella sin aliento ante las imágenes que aquellas palabras disparaban en su imaginación-. Y eso sería terrible.
– Y muy probable si no dejas de mirarme de ese modo.
– ¿De qué modo?
– En el modo en que todo hombre ansia ser mirado por la mujer que desea. Es… potente. Especialmente mirándome con esos ojos grandes y hermosos. Supongo que la mayoría de los hombres dirían que son de color topacio. Pero para mí tus ojos tienen el color de chocolate deshecho caliente espolvoreado con canela.
– Como has reconocido tu debilidad por los dulces, me siento halagada. Especialmente porque prefiero el chocolate al topacio.
Colin rió suavemente y, después, discretamente pasó el brazo por la parte exterior de su pecho.
– Sabía que eras extraordinaria pero el hecho de que pienses algo así y además lo expreses en voz alta te hace realmente increíble. Extraordinaria e increíble… Supongo que eso te convierte en «incredinaria»…
Se detuvieron mientras Lucky examinaba un aparentemente fascinante trozo de hierba, y Alexandra, poniéndose la mano a modo de visera, le sonrió.
– Me gusta cómo creas nuevas palabras. ¿Siempre lo has hecho?
– No, eres la primera persona que conozco que me inspira a hacerlo.
Alexandra estuvo tentada de creer que estaba bromeando, pero la mirada de sus ojos y el tono de su voz le dejaron claro que hablaba en serio. La invadió un placentero arrobo.
– Me siento halagada.
– Y especial, ¿lo que te convierte en…?
– ¿«Halacial»? -sugirió ella dándose cuenta de que la palabra describía perfectamente sus pensamientos y sus emociones, como gotas de lluvia esparcidas por vientos vaporosos.
Colin rió, un sonido profundo y vivo que podría haber escuchado durante horas.
– «Halacial» -repitió, sonriéndole con los ojos.
Lucky ladró y ambos miraron hacia abajo, a la pequeña bola de pelo negro que hacía cabriolas y movía la cola indicando que estaba listo para seguir con el paseo. Cuando empezaron a caminar de nuevo, Colin comentó:
– Pensaba decírtelo antes, pero distraído por tus encantos lo he olvidado. Cuando me marché de casa de Wexhall ayer por la noche, o más bien a primera hora de esta mañana, vi a Robbie.
– ¿A Robbie? ¿Dónde? -preguntó Alexandra con el ceño fruncido.
– Escondido detrás de unos arbustos del jardín de Wexhall. Me dijo que te estaba buscando.
– No debería hacer eso -dijo Alexandra y notó cómo la preocupación le producía un nudo en el estómago.
– Eso precisamente le dije al chico. Le aseguré que te estábamos cuidando bien y que estabas perfectamente a salvo. Y también que te preocuparías por él si sospechases que estaba merodeando por ahí.
– Gracias. Hablaré con Emma y me aseguraré de que le diga que estoy bien y que estaré en casa pronto, para mantenerlo alejado.
– El niño te quiere.
Un nudo de emoción le subió por la garganta.
– Yo también lo quiero, y hablando de amor… -Señaló con la cabeza a Emma y a John, que estaban bastante más adelante, paseando lentamente con las cabezas muy juntas.
– Parece que están congeniando de maravilla -dijo Colin.
– No puedo decir que me sorprenda. La última vez que le eché las cartas a Emma, predije que iba a conocer a un joven rubio y alto muy atractivo.
– ¿Y qué hay de tus cartas? ¿Predijeron que ibas a conocer a un hombre de porte distinguido, inteligencia superior y atractivo aceptable?
Alexandra recordó la última vez que se había echado las cartas, y el peligro que había visto, pero no quiso ensombrecer la tarde y dijo en tono ligero:
– Sí, pero podrías no haber sido tú, ya que no vi que ese hombre tuviera debilidad por los dulces.
– Bien al contrario, estoy seguro de que era yo. Tengo tantas debilidades que esta se perdería entre todas las demás.
– ¿Otras debilidades además de los dulces? ¿Cuáles?
– Te lo contaré, pero tiene un precio.
– ¿Cuánto?
– El precio no tiene nada que ver con el dinero -dijo Colin con un brillo malicioso y lleno de ardor en los ojos.
– ¿Y si rechazo la propuesta?
– Entonces te arriesgas a no descubrir nunca cuan sensual puede llegar a ser un juego de billar.
– ¿Billar? -repitió Alexandra, intrigada-. ¿Sensual?
Colin puso su mano sobre la que ella tenía cogiéndole el brazo y Alexandra notó cómo le subía el calor por el cuerpo. Cuando Colin acarició con los dedos la curva exterior de su pecho, contuvo la respiración.
– Depende de la persona con la que estés jugando.
Continuó con su lenta caricia y Alexandra se sintió arder incapaz de pensar. Hizo ver que reflexionaba y después exhaló un exagerado suspiro de conformidad.
– Muy bien, acepto tus términos, a pesar de que los considero pésimos.
– Tomo nota. A decir verdad, estas debilidades son de naturaleza más bien reciente. Parece ser que tengo debilidad por las naranjas -dijo Colin mientras su dedo acariciaba el pezón de Alexandra, haciendo que el corazón de esta se le desbocase.
– ¿Ah, sí?
– Sí. -Se detuvo bajo la sombra de un olmo y se volvió para mirarla. Apenas los separaban unos centímetros, una distancia tentadoramente corta y que podía salvarse con un solo paso al frente-. Y por los grandes ojos color marrón chocolate y por el pelo negro y brillante -continuó suavemente-, y el cutis liso salpicado únicamente por unas pocas pecas justo aquí… -Levantó la mano y acarició con los dedos su mejilla, dejándola sin aliento. Después, bajó la vista hasta su boca y sus ojos se iluminaron de pasión-. Y los labios carnosos.