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– Quiero que lo sepas.

Y después de tomar aire muy hondo, le contó todo sobre la noche en que le dispararon, cómo había traicionado a su hermano, el distanciamiento posterior y la culpa que todavía sentía. Ella escuchó en silencio, con la frente fruncida, concentrada.

Cuando él terminó, dijo:

– Os habéis reconciliado.

– Tengo la suerte de que me ha perdonado.

– Pero tu hermano ha de sentirse sin duda culpable ya que a ti te dispararon.

– Algo que fue enteramente culpa mía. Nathan nunca me había dado razón alguna para desconfiar de él, pero yo lo hice.

– ¿Por qué?

– He pasado innumerables horas preguntándome lo mismo. Y me avergüenza reconocer que en parte estaba celoso. Lo envidiaba. Él no tenía las responsabilidades que yo tenía, era libre de un modo que yo no podría serlo nunca. -Colin movió la cabeza y frunció el ceño-. No quiero que parezca que no me importan las obligaciones de mi título o que no me las tomo en serio. Porque no es así. Sé que un gran número de personas viven de nuestras tierras, y esa es una responsabilidad que nunca pondría en peligro o comprometería. Pero no puedo negar que ha habido ocasiones, especialmente cuando era más joven, en que habría deseado ser el hermano pequeño. -Lanzó a Alexandra la misma mirada desafiante que ella le había lanzado anteriormente-. ¿En qué clase de hombre me convierte eso?

– Humano, como el resto de nosotros.

Los labios de Colin se arquearon formando una pequeña sonrisa.

– Me pagas con mi misma moneda.

Dudó si continuar o no, y finalmente decidió poner todas las cartas sobre la mesa.

– Pero he hecho otras cosas, cosas que nunca le he contado a nadie.

Colin se dio cuenta de que debía de tener un aspecto tan sombrío como el tono de su voz porque Alexandra le apretó el brazo suavemente.

– No tienes que contármelo, Colin.

Pero de pronto quería hacerlo. No acababa de entender del todo las razones; probablemente porque no quería que hubiese secretos entre ellos.

– Durante mis años como espía, viví una mentira -empezó-. Ni siquiera mi propio padre sabía que trabajaba para la Corona.

– Creo que el secretismo debe perdonarse en casos así.

Colin aminoró el paso, después se paró, la miró fijamente y pronunció las palabras que nunca antes había pronunciado:

– Maté a un hombre.

Durante varios segundos se hizo el silencio entre ellos. Después, ella dijo:

– Estoy segura de que tenías una buena razón para hacerlo.

Su calmada actitud ante su confesión dejaron paralizado a Colin, aunque, al mismo tiempo, no lo sorprendieron. Aquella mujer, su Alexandra, única, no era de las que se desmayaba y pedía auxilio.

Su Alexandra. Como un latido, las inquietantes palabras retumbaron en su mente, llenándolo de una sensación que no podía nombrar y que dejó a un lado para examinar más tarde.

– Era un traidor a Inglaterra.

– Entonces merecía morir. Piensa en las vidas que salvaste deteniéndolo.

– Lo hago, pero… -Las imágenes que había guardado bajo llave con tanta determinación, aparecieron a través de la niebla e invadieron su mente-. Descubrí la traición de Richard accidentalmente mientras estábamos juntos en una misión para la Corona. De hecho, si no hubiese sido por un descuido suyo, nunca lo habría sabido. Lo consideraba un amigo, un colega, un hombre fiel a Inglaterra.

Toda la furia de la traición que había sentido en el pasado volvió con fuerza y Colin tuvo que frotarse los ojos. Pero eso solo sirvió para darle la oportunidad a su mente de hacer más vividas las imágenes del pasado: Richard cogiendo su navaja, él más rápido que Richard, el afilado metal hundiéndose en la piel de manera escalofriantemente lenta, la sangre caliente de Richard rezumando y cubriendo sus manos, la vida apagándose en los ojos del hombre que un día había considerado su amigo.

– Colin.

Abrió los ojos. Ella estaba de pie frente a él con los ojos llenos de preocupación y de una fiera determinación. Alargó las manos y tomó las suyas.

– Hiciste lo que tenías que hacer.

– Lo sé -dijo Colin asintiendo-. En el fondo, lo sé. Pero hay otra parte de mí que no puede olvidar que le quité la vida a un hombre, por más que lo mereciese. Dejé viuda a su esposa.

– Se quedó viuda por las decisiones que tomó su marido.

– Racionalmente, lo sé. Pero a veces, incluso cuando sabes que hiciste lo que tenías que hacer, lo que era necesario para sobrevivir, aun así hay una pequeña parte de ti que rechaza esas acciones, una pequeña parte de tu alma que pierdes y que no puedes recuperar. -Le buscó la mirada-. Es difícil de explicar.

– Lo… entiendo -susurró Alexandra tragando saliva y apretando su mano.

– Algo me decía que lo entenderías -dijo Colin dulcemente-. Por eso te lo he explicado.

– Dices que nadie lo sabe. ¿No se hizo pública su traición?

– No, para ahorrarle a su esposa la vergüenza de su traición, todo el mundo cree que murió como un héroe.

– ¿Tu hermano no lo sabe?

Negó con la cabeza.

– La única persona que conoce las circunstancias reales que rodearon la muerte de Richard, además de yo mismo, es lord Wexhall. Y ahora tú.

– Tienes mi palabra de que no traicionaré tu confianza.

– Lo sé -dijo él, levantando la mano de Alexandra y depositando los labios sobre sus dedos.

Durante unos segundos, pareció como si Alex fuese a decir algo, pero permaneció en silencio y juntos continuaron su paseo.

Algún día, dijo a Colin una voz interior, me lo dirá algún día.

Quizá Pero ¿para qué? Incluso si ambos salían de la fiesta de Wexhall ilesos, él no podía quedarse en Londres indefinidamente. Debía volver a Cornualles.

Con una esposa.

Una mujer que debía escoger muy pronto, una mujer que probablemente podría encontrar esa misma noche en la velada de Ralstrom si se esforzaba un poco.

Una mujer que no era Alexandra.

Capítulo 18

Alex estaba sentada junto a la mesa donde echaba las cartas en el abarrotado y elegantísimo salón de lord y lady Ralstrom, justo debajo de la balconada a la que se asomaba la galería del primer piso de la mansión. Mientras echaba las cartas, iba escuchando las voces a su alrededor, con la esperanza de reconocer ese ronco suspiro que había oído en el estudio de lord Malloran. Pero hasta ese momento no había oído ningún sonido parecido. Su situación le permitía una excelente vista del salón, así que pasaba mucho rato mirando a los invitados.

Desafortunadamente, no le gustaba lo que había visto.

Cada vez que levantaba la vista, Colin, quien se había situado cerca de ella junto a un grupo de macetas de palmeras por si acaso ella le hacía el acordado signo al oír la voz, había estado conversando con una mujer diferente, cada una más hermosa que la anterior y todas ellas ataviadas con carísimos trajes de noche a la última moda, con el cabello, el cuello y las muñecas adornados con brillantes piedras preciosas. Aunque no estaba suficientemente cerca para oír la conversación que mantenían, había oído de vez en cuando la risa de Colin. Cada vez que había dirigido la mirada hacia él, lo había visto sistemáticamente sonriendo a alguna hija casadera de algún aristócrata acaudalado, que miraba a Colin con brillo, en algunas ocasiones de seducción, en los ojos.

¿Y quién podía culpar a ninguna mujer de hacerlo? Su belleza morena, su figura fuerte y atlética vestida con un traje elegante de noche y una camisa de un blanco níveo lo hacían, sin duda alguna, el hombre más atractivo del salón. Incluso sin el beneficio de su elevada posición social, habría atraído más atención femenina que la media. Con su riqueza, su título y el hecho públicamente conocido de estar buscando activamente esposa, parecía como si, igual que colibríes aguardando su turno para saborear el néctar, todas las mujeres en la habitación merodeasen a su alrededor.