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Y maldita sea, a Alexandra le habría gustado tirarlas a todas ellas al suelo. Justo en ese momento estaba hablando con la encantadora lady Margaret. Como si no bastase con su belleza, se les acercó lady Miranda, la prima de lady Malloran. Observando a las dos hermosas mujeres, una de ellas una rubia delicada y pálida y la otra una exuberante morena, se preguntó si alguna de ellas sería la que había escrito la nota con fragancia de rosas firmada con una simple M, que había visto en la sala de Colin. Esa M que estaba deseando volver a verlo. Bueno, las dos mujeres lo estaban volviendo a ver en ese momento, y lo miraban con esa calculada premeditación con la que un gato observaría a un ratón untado con nata.

Lady Miranda le sonrió y después extendió la mano. Alex, sumida en unos inevitables celos agónicos, contempló cómo Colin levantaba la mano de la mujer -una mano que ella sabía que sería blanca como los lirios y perfecta y sin las durezas o las marcas del duro trabajo-. Y se la llevaba a la boca para acariciar sus dedos con los labios. Aunque el gesto era absolutamente respetable y Colin le soltó la mano de forma inmediata, Alex tuvo que hacer un esfuerzo para no levantarse de la silla y no lanzarse blandiendo un pañuelo en la mano para borrar la huella de la boca de Colin de esa maldita mano perfecta y la sensación de esa mano de los labios de él.

Dios mío, las cosas no iban bien. Ninguna de esas mujeres había hecho nada malo. Todas tenían todo el derecho del mundo a hablar y a flirtear con él. Igual que él con ellas. Era ella la que tenía que recordar que Colin no le pertenecía, que nunca podría pertenecerle, excepto del modo más superficial y pasajero. Despacio, tomó una larga bocanada de aire y apretó los labios, cerrando los ojos para borrar la dolorosa visión: dos mujeres hermosas que lo tenían todo para poder conseguir lo que Alex quería y nunca podría tener.

A Colin.

No tenía ningún derecho sobre él. Su mente y su sentido común así se lo decían. Pero, Dios, notaba el corazón pesado, como si se lo hubiesen atravesado. Y él ni siquiera había escogido todavía una esposa. Si Alex sufría ya tanto, entonces ¿cómo iba a poder soportarlo cuando Colin le dijese que había escogido a la mujer con la que iba a pasar el resto de sus días, a la que iba a hacer el amor, la que iba a engendrar a sus hijos? ¿Cómo iba a poder soportarlo cuando él le dijese adiós?

– ¿Tengo la suerte de encontrarla libre para una sesión, madame?

Alex abrió los ojos de golpe al oír la voz profunda que hacía la pregunta y se encontró frente a Logan Jennsen. En sus labios había una sonrisa indolente y un brillo malicioso iluminaba su mirada.

Alexandra se sintió aliviada al encontrarse con una cara conocida y poder así concentrarse en alguien diferente. Le sonrió.

– Sí, estoy libre para una sesión, Logan, así que por favor, siéntate.

– Gracias.

Logan se acomodó en la silla que había frente a ella y, para su consuelo, se dio cuenta de que su talla y su anchura le tapaban totalmente la visión del salón. Excelente. Ojos que no ven, corazón que no siente. O por lo menos eso quería pensar.

– Ninguna de ellas puede compararse contigo -dijo Logan.

– ¿Disculpa?

– Lady Miranda y lady Margaret. Por lo que a mí respecta, a tu lado pasarían totalmente desapercibidas.

Alexandra no pudo evitar reírse.

– Hablas como un verdadero amigo, pero eres un mentiroso espantoso.

– A decir verdad, soy un mentiroso compulsivo, pero en esta ocasión, digo la verdad. -La recorrió con la mirada-. Estás encantadora esta noche.

– Gracias. Tú también.

– Esta es la mejor conversación que he tenido en toda la noche -dijo sonriendo.

Alexandra le sonrió también y cogió sus cartas.

– Yo también. Y ahora dime, ¿cuál es la pregunta que querrías que respondiera?

– Estaría encantado de oír cualquier cosa que quisieras contarme -dijo abriendo las manos-. Especialmente si son buenas noticias.

– ¿Qué considerarías buenas noticias?

– Que cierta dama me encuentre tan fascinante como yo la encuentro a ella.

Al ver la mirada de advertencia en los ojos de Alex, Logan levantó las manos con un gesto que indicaba que se rendía.

– Tú has preguntado.

– ¿Y qué te parece si te digo que estás destinado a comprar otra flota de barcos?

Logan le lanzó una atractiva sonrisa y se le marcaron los hoyuelos de las mejillas.

– Desde luego, no lo consideraría malas noticias. ¿Es eso lo que me tiene reservado el destino?

Haciendo un esfuerzo para no estirar el cuello y mirar por encima del hombro de Logan, Alex empezó a reírse.

– Vamos a ver qué predicen las cartas.

Colin fingía interés por lo que le estaba diciendo lady Margaret, asintiendo educadamente, pero le estaba resultando un gran esfuerzo. Maldita sea, ese americano, Jennsen, estaba sentado ante la mesa de Alexandra. ¿Qué demonios estaba haciendo? Ella ya le había echado las cartas en la fiesta de los Newtrebble y había tenido una sesión privada, lo que significaba que lo que le atraía era la adivina y no las cartas. Si ese bastardo decía o hacía algo negativo, se encontraría tirado encima de los setos del jardín, cabeza abajo.

Por supuesto, se había sentido del mismo modo con los otros hombres, once en total -y no es que estuviera contándolos-, que habían visitado la mesa de adivina de Alexandra aquella noche. Ella les había sonreído a todos y él había tenido que apretar los dientes, dolorosamente consciente de la presencia de ella mientras solo a medias escuchaba a las mujeres a las que debería haber estado prestando atención.

Maldita sea. Eso… fuera lo que fuese lo que había hecho ella con él, cualesquiera fuese el hechizo que le había lanzado, no le hacía ningún bien. ¿Cómo se suponía que iba a poder concentrarse en encontrar una esposa si la única mujer en la que lograba pensar era en ella? Aunque lanzaba un comentario por aquí, una sonrisa por allá y asentía todo el rato, su atención estaba centrada completamente en ella. Pero ahora aquel enorme patán de Jennsen le estaba tapando la vista, y maldita sea, ¿era posible que aquel bastardo le estuviera besando la mano?

Todo él se sintió estremecer por un repentino y puro ataque de celos y apretó los dedos alrededor de la cristalina copa de champán.

– Si las damas me excusan… -dijo a lady Margaret y a lady Miranda, procurando educadamente que no notasen la impaciencia en su tono.

Después de saludarlas con una reverencia, se dio la vuelta y empezó a abrirse paso entre la multitud con la mirada fija en Alexandra, dejando de lado sus celos y concentrándose de nuevo en su seguridad. Cualquiera de los hombres que había visitado su mesa aquella noche podía ser el asesino de la voz ronca. Incluido Jennsen.

No había dado más de media docena de pasos cuando le cortó el paso su cuñada.

– Al fin, una oportunidad de hablar contigo, Colin -dijo Victoria con la mirada iluminada por… algo, algo que él estaba demasiado distraído para intentar descifrar-. Has estado rodeado de gente toda la noche.

– Victoria -murmuró, mirando por encima de ella y dándose cuenta con amargura de que Alexandra y Jennsen se estaban riendo.

– ¿Puedo robarte un momento? -preguntó Victoria.

Deseaba gritar que no y seguir su camino pero le pudo el sentido común. Estaba claro que no era culpa de Victoria que él se sintiese tan endiabladamente irritado y frustrado. Volviendo la atención a su cuñada, hizo un esfuerzo por sonreír.