– Por supuesto.
– ¿Podemos salir del salón para tener algo de intimidad?
– ¿Es necesario? -le preguntó Colin en voz baja inclinándose hacia ella-. No quiero estar fuera en caso de que Alexandra vuelva a oír la voz.
– Nathan la está vigilando -dijo señalando a su marido que tenía una visión completa de la mesa de Alexandra-. Conoce la señal. Solo te retendré un momento.
Colin miró a Nathan, quien le hizo un gesto perceptible solo para él.
– Muy bien -dijo, no muy dispuesto pero sabiendo que no podía decir que no sin resultar grosero.
Se dirigieron hacia los ventanales que conducían afuera. El cielo parecía un manto aterciopelado con diamantes incrustados y en él brillaba la luna como una perla reluciente, bañando con su luz plateada las baldosas de la terraza. Una brisa cálida, aromatizada por la delicada fragancia de las flores nocturnas, movía las hojas. Colin se detuvo junto a unos maceteros de tejos perfectamente cortados y, volviéndose hacia Victoria, le preguntó:
– ¿De qué deseabas hablarme?
– De tu búsqueda de esposa.
– ¿Qué pasa con eso?
– Me preguntaba cómo iba, si progresaba.
No progresa, pensó.
– Bien.
Algo brilló en los ojos de Victoria. ¿Dudas? No estaba seguro, pero, francamente, no le importaba.
– Ya veo. ¿Bien en el sentido de que estoy conociendo a docenas de mujeres fascinantes e interesantes a las que encuentro atractivas o bien en el sentido de que no podría decirte el nombre de ninguna de las mujeres con las que he hablado esta noche porque mi pensamiento está en otra parte?
Maldición… Un grupo de caballeros se había parado junto a los ventanales tapándole la visión de Alexandra.
– Bien como… bien.
– Ah, espléndido. ¿Has tomado alguna decisión?
– ¿Decisión?
– Ya sabes, descartar unas cuantas, decidir si alguna tiene potencial, ese tipo de cosas.
El grupo de caballeros se amplió tapándole aún más la vista. ¿No podían esos tipos beber oporto o fumar puros en otro sitio?
– Mmm. No.
– Eso me temía, y es por eso por lo que estoy dispuesta a ofrecerte mi ayuda.
Maldita sea, ¿cuánto rato iban a estar esos hombres ahí parados?
– ¿Ayuda? ¿Para qué?
– Para buscar esposa -dijo Victoria en tono exasperado, pero lenta y claramente.
Colin hizo un esfuerzo para disimular su propia exasperación y se obligó a mirar a su cuñada.
– ¿Qué pasa con ese tema?
Victoria lo observó durante varios segundos, con la mirada desconcertantemente tranquila, con expresión indescifrable. Pero ¿por qué todas las mujeres debían ser tan frustrantemente difíciles de entender?
Finalmente, Victoria se aclaró la garganta.
– Estaba dispuesta a ofrecerte mi ayuda para buscar esposa, pero parece ser que no es necesario.
– No, no lo es. -Algo en su tono y en sus ojos disparó la alarma en Colin-. ¿Por qué no lo es?
– Porque parece ser que ya has hecho tu elección.
Con el rabillo del ojo, vio que el grupo de caballeros se movía y echó un vistazo al salón.
– ¿Eso he hecho?
– Claramente -respondió Victoria. Vaciló y luego dijo con calma-: He hablado con Nathan y sé que no está casada.
– ¿Quién?
Maldición, otro grupo de caballeros le tapaba de nuevo el salón.
– Tu elección.
De nuevo volvió su atención a Victoria quien, por alguna razón, estaba hablando de la forma más enigmática.
– ¿Qué pasa con ella? -le preguntó.
– Que no está casada.
Se apretó las sienes con los dedos.
– Claro que, quienquiera que sea, no está casada. No puedo escoger a una mujer que ya está casada.
Como un rebaño de lentas vacas al fin el grupo se puso en movimiento, despejando la vista. Y se quedó petrificado.
Alexandra y Jennsen estaban de pie junto a la mesa y ella le estaba cogiendo del brazo y sonriendo. El rostro de Jennsen reflejaba la inconfundible expresión de un hombre al que le gustaba mucho lo que estaba viendo, un hombre que deseaba lo que estaba viendo. El americano se inclinó a decir algo a Alexandra, y después se perdieron juntos entre la gente. Todo él era una mezcla de rabia, preocupación y celos. Por su seguridad, se suponía que Alex no debía abandonar el salón. ¿Adónde demonios iba?
– Perdóname -le dijo a Victoria y, sin esperar su respuesta, atravesó la terraza y volvió a entrar en el salón.
Colin pasó la vista por la habitación y los vio junto al ponche. Con la mandíbula en tensión se dirigió hacia allí y casi se cae sobre Nathan, quien apareció como por arte de magia en medio de su camino.
– Ella está bien -dijo Nathan en un susurro, bloqueándole el paso-. Tú, en cambio, parece que necesitas un brandy. -Y le tendió una copa de cristal.
– Lo que necesito -dijo Colin entre dientes e ignorando la bebida que le ofrecían- es saber qué demonios cree que está haciendo.
– Es obvio lo que está haciendo. Está tomando un vaso de ponche.
– Con ese maldito americano que, por lo poco que sabemos, podría ser la persona que estamos buscando.
– Y por eso Wexhall está junto a ella, listo para intervenir si él intenta llevársela a solas. Está perfectamente a salvo. Quien me preocupa eres tú.
Las palabras de Nathan atravesaron el miedo, la rabia y los celos que lo envolvían y se pasó las manos por el rostro.
– Estoy bien.
– No, no lo estás. Estás enfadado con Jennsen por mirarla como si estuviera muriéndose de sed y ella fuese una bebida refrescante. No te culpo. Yo me sentiría igual que tú si estuviera en tu situación y probablemente le habría plantado cara hace tiempo. Lo haría si cometiese el error de mirar a Victoria de ese modo.
Colin tomó aire y sintió un tremendo cargo de conciencia.
– Victoria… La he dejado sola en la terraza.
– Ha sabido encontrar el camino de vuelta. Es bastante independiente. Está hablando con lady Margaret y lady Miranda, las dos otras damas a las que has abandonado bruscamente.
Nathan le tendió el vaso de brandy, y Colin le dio un buen sorbo notando el calor de la bebida descendiendo por la garganta.
– Ambas son hermosas -dijo Nathan.
– Supongo.
– ¿Te gusta alguna de las dos?
Ni por asomo, pensó.
– Es agradable hablar con ellas -dijo.
– ¿Ah, sí? ¿De qué estabais hablando?
No tenía la más remota idea. Y por la expresión poco inocente de Nathan, supo que su hermano tenía claro que no se había enterado de nada.
– Del tiempo.
Probablemente.
– Ah, sí, un tema fascinante. Pero me refería a si alguna de ellas te gustaba como candidata al matrimonio.
Antes de responder, Colin tomó otro sorbo del potente licor en un intento fallido de llenar el vacío que le había producido la idea de casarse con cualquiera de ellas.
– Desde un punto de vista práctico, cualquiera de las dos funcionaría.
– ¿Y desde un punto de vista no práctico?
Lo invadió un profundo desánimo.
– Ahora mismo, la idea de pasar el resto de mi vida con cualquiera de ellas resulta… -Su voz interior le dijo «deprimente», pero él añadió-: Difícil de imaginar.
– ¿Y por qué crees que te pasa eso?
– Porque en este momento -dijo Colin irritado- tengo otras cosas en la cabeza. La fiesta de Wexhall es la semana próxima y esperemos que cuando haya pasado, hayamos podido resolver todos los interrogantes de este misterio; así podré concentrarme en la búsqueda de esposa.
– ¿Crees que estarás más capacitado para escoger uno de esos diamantes de sociedad después de la fiesta de Wexhall?
– Sí, por supuesto.
Nathan murmuró algo que sonó sospechosamente parecido a «estúpido idiota» y después le dio una palmada en el hombro a su hermano.
– Te deseo suerte. De verdad. Pero siendo como soy alguien que muy recientemente ha pasado por exactamente lo mismo a lo que te vas a enfrentar, solo puedo ofrecerte mi más profunda compasión y mis mejores deseos de que se resuelva tan bien como se resolvió para mí.