¿Dónde estaba el hombre que la había deseado tan furiosamente aquella misma mañana, que había sido incapaz de no tocarla, cuyos ojos habían ardido en deseo de poseerla? No había señal de ese hombre aquella noche. En su lugar, se había encontrado con un extraño distante que no la había mirado con el más mínimo deseo. De hecho, había hecho falta una urna que casi la aplasta para que mostrase emoción alguna.
Alex caminó lentamente por el pasillo, sintiendo un nudo de tristeza en el estómago. Estaba claro que, aunque Colin estaba preocupado por ella, ya se había cansado. Al verla en el mismo salón que todas aquellas brillantes joyas de sociedad se había dado cuenta de que ella era solo una burda imitación y, al comparar, Alexandra había salido claramente perdiendo.
Recordó las advertencias de Emma: «Sabes que un hombre como él solo te tomará y luego te… tirará como quien tira las sobras del día anterior. Sabes que te romperá el corazón».
Sí, lo sabía. Sabía que su aventura, su cuento de hadas, iba a acabar. Simplemente no había pensado que acabaría tan pronto, ni que su desprecio resultaría tan doloroso. No había pensado en que iba a tener que seguir viéndolo cuando tomasen caminos diferentes. Una cosa era que, por decoro, simulasen en una velada que no había nada entre ellos. Otra cosa muy distinta era pretender que no sentía nada porque su relación era ya… nada. La idea de mantener la farsa de que todo iba bien delante de su familia en la casa de Wexhall la hizo estremecer de horror.
Maldita sea. Quería irse a casa, a su casa, donde todo era familiar, donde tenía una misión, donde la necesitaban. Faltaba una semana para la fiesta de Wexhall. Una vez hubiese concluido, tenía la intención de volver al sitio al que pertenecía.
Entró en su dormitorio y se apoyó en la madera. Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de cansancio.
– Echa la llave.
Alexandra dio un respingo y abrió los ojos de golpe ante la petición de una voz suave y profunda que provenía de un rincón sin luz. Aunque no podía verlo, reconoció la voz de Colin y un temblor recorrió su cuerpo.
Con el corazón acelerado y la mirada buceando en la oscuridad, buscó con las manos la recargada llave que colgaba de la cerradura y, al notar el metal entre sus dedos, giró la muñeca. El sonido de la cerradura reverberó en toda la habitación. Y en ese momento la llave que había mantenido cerrado su corazón se abrió dejando escapar un torrente de emociones que la envolvieron, unas emociones que ya no podía negar.
Lo amaba.
Completamente. Irrevocablemente. Y sin esperanza alguna.
Las palabras «Te amo» se asomaron a sus labios, pero cerró la boca para silenciarlas. Pronunciar inútiles palabras de amor a un hombre con el que no tenía futuro no serviría más que para humillarla y para hacer que ambos se sintieran incómodos.
– Ponte delante del fuego.
La orden ronca procedía de cerca del armario, pero no podía distinguir su silueta en medio de la profunda oscuridad. Aparcó sus recién descubiertos sentimientos de amor y caminó hacia la chimenea lentamente con paso tembloroso. Las pequeñas llamas que ardían en el hogar le calentaron la espalda cuando se detuvo, un calor innecesario porque de pronto notaba como si el fuego recorriese sus venas.
Se le agolparon las preguntas, pero tenía la garganta demasiado reseca para pronunciarlas. Miró hacia el rincón más alejado de la habitación y vio cómo de la oscuridad surgía una figura. Colin se acercó hacia ella, despacio, como un depredador cercando a su presa y se detuvo a una corta distancia de Alexandra.
Ella recorrió su cuerpo con la mirada, su camisa blanca abierta en el cuello, sus pantalones ajustados que abrazaban sus largas y fuertes piernas y que llevaba metidos en unas botas negras bajas. Su aspecto era oscuro, delicioso, y un poco peligroso. Alex levantó la vista, lo miró a los ojos y se quedó inmóvil. Esa fría indiferencia de antes había sido sustituida por un centelleante apetito que dejaba claro por qué estaba allí.
La deseaba.
Fue tal su alivio que casi se tambaleó. Irguió las rodillas notando que todos sus sentidos volvían a la vida. Se humedeció los labios con la lengua y se dio cuenta de que Colin seguía su movimiento con la mirada, sus ojos como dos brasas ardientes…
– Colin…
Él se llevó un dedo a los labios.
– Chist. No hables -susurró-. No te muevas.
Alexandra contuvo sus palabras y vio cómo Colin se dirigía al tocador que había junto al armario. Volvió con una silla sin brazos, de alto respaldo tapizado, y la colocó cuidadosamente a un metro más o menos frente a ella. Con la mirada ardiente y serena sobre ella, se sentó en una postura relajada y cómoda, lo que contrastaba con la tensión que Alexandra sentía que emanaba de su cuerpo. Extendió las piernas, se puso las manos en los muslos y Alexandra, con solo una fugaz mirada, pudo ver claramente su erección contra sus ajustados pantalones.
– Quítate el vestido.
Aquella suave petición hizo que volviese a mirarlo a los ojos. Tenía la cabeza apoyada en el respaldo de moaré verde pálido de la silla, y con los ojos entornados la miraba de forma penetrante.
Alexandra sintió un potente calor que bajaba por su vientre. La miraba de un modo… como si estuviera hambriento y tuviese la intención de convertirla a ella en su próxima comida. Sintió cómo se humedecía. Levantó las manos y notó que le temblaban. Empezó a desabrocharse el vestido. Quería darse prisa, pero se esforzó para que sus movimientos fuesen deliberadamente lentos, mientras la expresión intensa y embelesada de Colin la llenaba de una nueva y creciente excitación.
Cuando se desabrochó todos los botones, dejó caer la prenda hasta sus caderas y de ahí la empujó hasta que quedó en el suelo rodeando sus tobillos. Sabía que, iluminada por el fuego, Colin podría ver claramente el contorno de su cuerpo a través de la fina combinación.
– Muy bonito -murmuró-. Continúa.
Notó todo su cuerpo estremecerse, un estremecimiento que, gracias a él, reconoció como excitación. Con el mismo ritmo lento, deslizó la combinación por su cuerpo y la dejó caer junto al vestido, y se quedó solo con la ropa interior, las medias y los zapatos puestos. Sus pezones se endurecieron, anhelando ansiosamente la boca y las manos de Colin. Alexandra arqueó la espalda acercando su cuerpo hacia él.
– Precioso -dijo su ronco murmullo. Con la mirada le indicó su ropa interior-. Continúa.
Tomando pequeñas bocanadas de aire para calmar su corazón desbocado, Alex se inclinó para desatar los lazos de sus rodillas y después deslizó la prenda de algodón por sus piernas. Ahí de pie frente a la mirada de Colin repasando sus formas, sintió cómo el pulso fuerte y pesado de su corazón golpeaba todo su cuerpo, su cabeza, su vientre, entre sus piernas.
– Apártate de la ropa.
Las rodillas le temblaron cuando hizo el movimiento de levantar las piernas para dejar las prendas atrás. Colin la recorrió con la mirada y Alex se preguntó si su siguiente petición sería que se quitase las medias y los zapatos. -Exquisita. Suéltate el pelo.
Levantó los brazos y se quitó las horquillas del moño, dejándolas caer sobre el montón de ropa. Cuando se quitó la última horquilla, movió la cabeza de un lado a otro y la melena le cayó por toda la espalda, cubriéndole el principio de sus caderas desnudas, produciéndole un dulce escalofrío.
– Tócate el pecho.
El calor la recorrió entera y sus mejillas se sonrojaron entre la vergüenza y la excitación.
– No sientas vergüenza, Alexandra -dijo Colin con un suspiro áspero-. Conmigo no.
Tomando aire con fuerza, Alex levantó las manos y tomó sus senos sintiendo su peso sobre ellas.
– ¿Cómo los sientes?
Alex tuvo que tragar saliva para poder hablar.
– Suaves, doloridos.
– Bien. Ahora acarícialos. Como te gustaría que lo hiciera yo.
Alex pasó las manos por los sensibles pezones y los rodeó con sus dedos. Sintió que el deseo le apretaba por dentro y le tensaba los pliegues entumecidos y húmedos entre sus piernas.