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Abrió los ojos y se volvió para mirar fijamente la cama… la cama que había compartido con él. Y se sintió vacía. Quizá habría sido mejor no haber experimentado nunca los placeres ni las maravillas que había compartido con él, pues no se puede echar de menos lo que no se conoce. Desde luego habría sido más inteligente. Pero aquellos pensamientos eran inútiles, y debía apartarlos de su mente y concentrarse en la noche que la esperaba.

Todos, Colin, Nathan, lord Wexhall y ella, estaban preparados y decididos a encontrar al asesino aquella misma noche y evitar que nadie sufriese daño alguno. Y al día siguiente, ella se marcharía.

Y el dolor no habría hecho más que empezar.

Con todos los músculos de su rostro contraídos en una expresión indiferente para ocultar la tensión que lo atenazaba, Colin daba lentamente vueltas a su copa de brandy, paseando la mirada por los invitados cada vez más escasos que quedaban en el salón de baile de Wexhall. Eran casi las dos de la madrugada y la fiesta estaba a punto de terminar. Alexandra no había reconocido la voz y no había ocurrido nada malo. ¿Era posible que el asesino hubiera cambiado sus planes, que los hubiera abandonado? ¿O quizá los había pospuesto? Su instinto le decía que el asesino no había renunciado a su plan, aunque rezaba para que así fuese.

Maldita sea, quería que acabase todo de una vez, quería conocer la identidad del asesino, evitar futuros crímenes, y que se hiciera justicia para que todos pudiesen recuperar su vida normal.

Su vida normal… Una desagradable sensación le hizo estremecer. Recuperar su vida normal significaba encontrar una esposa, una tarea que se había ido haciendo menos apetecible conforme pasaban los días de la última semana. Echando un vistazo a las jóvenes elegantemente vestidas que quedaban en el salón de baile, Colin se vio obligado a enfrentarse al hecho de que ninguna de ellas, fuera cual fuese su hermosura o su riqueza, su educación o su entorno familiar, lo atraía de manera significativa. La mayoría de ellas eran en realidad encantadoras y cualquiera de ellas sería una esposa aceptable, pero ninguna, pasase el tiempo que pasase conversando con ellas, le despertaba el interés que Alexandra le producía con solo una mirada.

Alexandra. Dirigió su mirada hacia el rincón donde ella estaba echando las cartas. La pasada semana con ella había sido… increíble. Habían sido los días más felices de su vida, y pensar en su fin lo llenaba de un dolor que no podía nombrar. Aunque todavía tenía las pesadillas y el sentimiento funesto que le habían hecho ir a Londres, cuando estaba con ella, toda la oscuridad se disipaba.

– La fiesta está a punto de terminar y hasta ahora no ha pasado nada -le dijo Nathan sacándolo de golpe de su ensoñación.

– Deja de husmear a mi alrededor -exclamó Colin irritado.

– Pues empieza a prestar atención -dijo Nathan enarcando las cejas-. Sobre todo porque la noche todavía no ha terminado y tú puedes ser el que está en peligro.

– No me pasará nada -dijo con seria determinación.

Sin embargo, su instinto seguía avisándolo con un zumbido desagradable, como había ocurrido durante toda la velada.

– No, si puedo evitarlo -dijo Nathan.

– ¿Dónde está Wexhall?

– En el vestíbulo, despidiendo a los invitados. Victoria está con él, y dos de sus hombres de confianza.

Permanecieron de pie en silencio viendo cómo los invitados que quedaban iban desalojando el salón.

– Lady Margaret deja la mesa de las cartas -dijo Nathan después de varios minutos-. Me pregunto si le han augurado su próximo matrimonio.

– ¿Está prometida? -preguntó Colin con sorpresa pero sin demasiado interés.

– Todavía no. ¿Lo va a estar?

– ¿Cómo demonios quieres que lo sepa?

– Lo sabrías si la hubieras pedido en matrimonio.

– ¿Y por qué iba a hacer algo así?

– Quizá porque has anunciado que estás buscando esposa, y ella parece tener todas las cualidades que un hombre de tu posición puede necesitar. ¿O has cambiado de opinión acerca del matrimonio?

El rostro de Colin se oscureció.

– No, no he cambiado de opinión. Debo… casarme y hace tiempo que debía haber cumplido con mi obligación.

– Estoy de acuerdo.

– Eso dice el hombre que heredaría el título caso de que yo muriese sin descendencia.

– Totalmente de acuerdo. El día que abandones tu soltería y empieces a trabajar para traer un heredero, mi suspiro de alivio se oirá por toda Inglaterra.

Se quedaron callados. Al cabo de unos minutos, Alexandra se reunió con ellos y Colin tuvo que apretar los puños contra su cuerpo para no abrazarla.

– Parece ser que nuestro asesino ha cambiado de opinión -dijo en voz baja.

– Es posible -murmuró Colin, sintiéndose más relajado al tenerla junto a él-. Especialmente porque sabe por la nota que dejaste en casa de Malloran que habían oído sus planes. Pero sospecho que el plan será pospuesto, no abandonado.

– Desgraciadamente, yo estoy de acuerdo -dijo Nathan-. Y lo que es peor, ahora no podemos saber qué han planeado.

Acompañaron a los últimos invitados fuera del salón y al cabo de un cuarto de hora, cuando la puerta ya se había cerrado tras el último de ellos, estaban junto a Wexhall y Victoria, todos de pie en el vestíbulo, intercambiando miradas que eran una mezcla de alivio e inquietud.

– Muy poco emocionante -musitó Wexhall.

– Sí -dijo Colin-, pero no creo que la historia haya terminado. La próxima gran fiesta es pasado mañana en la mansión de lord Whitemore. Debemos mantenernos alerta.

Notó que Alexandra se ponía tensa al oír sus palabras, pero antes de que pudiera preguntarle nada, Victoria cogió del brazo a Nathan y dijo:

– Si me excusáis, me gustaría retirarme.

Colin miró a su cuñada y notó que estaba muy pálida.

– ¿No te encuentras bien? -le preguntó Nathan cogiéndola por los brazos, con la voz llena de preocupación.

– Solo estoy muy cansada -dijo ella haciendo un débil esfuerzo.

Sin una sola palabra, Nathan la tomó en sus brazos. Victoria dejó escapar un gemido de queja pero después se limitó a rodear el cuello de su esposo con los brazos y dejar que la llevase escalera arriba.

– Seguiremos discutiendo nuestros planes mañana por la mañana -dijo Nathan mirando por encima del hombro.

– Creo que yo también voy a retirarme -dijo Wexhall aclarándose la garganta-. Ha sido una noche agotadora, y ya no estoy tan en forma como antes. -Miró el vaso de brandy de Colin y añadió-: ¿Podrás retirarte tú mismo cuando hayas terminado la copa?

– Podré.

– ¿Se queda con Sutton tomando algo? -le preguntó a Alexandra-. ¿O la acompaño hasta su dormitorio?

– Una copa será agradable -dijo ella.

Wexhall indicó el pasillo con la mano.

– La chimenea de mi estudio está encendida. Disfruten.

En cuanto Wexhall desapareció escalera arriba, Colin le ofreció el brazo a Alexandra.

– ¿Vamos?

Alexandra cogió el brazo de Colin con su mano enguantada. Habían pasado cinco horas y diecinueve minutos desde la última vez que la había tocado (no es que las estuviera contando) y ya le parecía demasiado. Las once horas y veintisiete minutos que habían pasado desde la última vez que la había besado le parecían una vida entera. Pero iba a ponerle remedio en cuanto llegasen al estudio, así como a las veintidós horas y cuatro minutos que habían transcurrido desde la última vez que le había hecho el amor.

Cuando cerró la puerta del estudio y echó la llave, Colin dejó la bebida y tomó a Alexandra en sus brazos, besándola con todo el anhelo reprimido, la frustración y la inquietud que había ocultado durante toda la velada. Y todo desapareció excepto ella, su tacto entre sus brazos, su delicada fragancia, sus labios encendidos, la seda cálida de su boca, la curva aterciopelada de su lengua contra la de él, aquella indescriptible manera de sentirse junto a ella.