Desesperado por tocarla, bajó las manos, tomando sus caderas, intentando palpar un trozo de su piel de bronce. Pero antes de que pudiera hacerlo, ella empujó las manos contra su pecho, interrumpiendo su beso y alejándose de él. Cuando se le acercó, Alex se echó hacia atrás y movió con gesto negativo la cabeza.
– No he venido aquí contigo para esto.
Algo en su voz llenó a Colin de inquietud. Adoptando una actitud relajada, se dirigió al aparador de bebidas.
– Es verdad. Querías una copa.
– No quiero beber nada. He venido a hablar contigo.
– Muy bien -dijo Colin acercándose al sofá de cuero que había junto a la alfombra a los pies de la chimenea y percibiendo la tensión de Alexandra-. ¿Nos sentamos?
– Prefiero quedarme de pie.
La inquietud de Colin aumentó. Maldita sea, ¿había oído algo esa noche? ¿Había visto algo? ¿La había insultado alguien?
– De acuerdo. -Se movió hacia ella pero notó que Alexandra necesitaba distancia, así que se quedó detrás de la alfombra-. ¿De qué quieres que hablemos?
– De nosotros.
Colin levantó las cejas sorprendido por la respuesta.
– ¿Qué pasa con nosotros?
– Quiero decirte cuánto he disfrutado de nuestro tiempo juntos. Ha sido mágico, maravilloso. Has sido maravilloso.
Un sentimiento extraño y terrible se apoderó de Colin y notó un nudo en el estómago.
– Gracias. Yo también he disfrutado de nuestro tiempo juntos, Alexandra.
– Quiero que sepas que te deseo toda la felicidad del mundo.
– Yo también a ti. -Lanzó una risa que no resultó tan despreocupada como había pretendido-. Hablando de felicidad, he pensado que mañana te gustaría ir a Bond Street. Podríamos…
– No.
Colin quiso ignorar la funesta intuición que ya lo embargaba, pero no pudo.
– ¿Quizá quieres hacer alguna otra cosa?
– Me iré por la mañana, Colin.
– ¿Te irás? -dijo Colin, y un escalofrío lo recorrió de la cabeza a los pies.
– Sí, ya es hora de que vuelva a mi casa, a mi vida.
– No estoy en absoluto de acuerdo. Podrías estar todavía en peligro.
– Quizá sí o quizá no. No puedo interrumpir mi vida más tiempo por algo que puede que no ocurra nunca.
Colin sintió como si lo hubiese abofeteado.
– ¿Es eso lo que ha sido el tiempo que has pasado conmigo, una interrupción?
– No, claro que no, pero ya es hora de que vuelva a mi casa, a hacerme cargo de mis responsabilidades. Como también es hora de que tú te hagas cargo de las tuyas.
– Mantenerte a salvo durante esta pasada semana ha sido mi responsabilidad.
– Y lo has hecho muy bien. Te lo agradezco. Pero tienes otras responsabilidades.
– ¿Como cuáles?
– El matrimonio.
La palabra resonó en la mente de Colin como si fuesen campanas de muerte, provocándole una sensación parecida al pánico. Se aclaró la garganta.
– Si insistes en volver a tu casa… -dijo.
– Insisto.
– Entonces enviaré mi carruaje mañana por la tarde para recogerte y podemos…
– No, Colin. Está claro que no me he expresado con claridad. No hay más «nosotros». Nuestro tiempo juntos se ha terminado. No he venido a esta habitación para organizar nuestra próxima cita. Estoy aquí para despedirme.
Sintió como si se le detuviese el corazón. Ni hablar de darle espacio. Salvó la distancia que los separaba en dos zancadas y la tomó en sus brazos.
– No.
Y la palabra le salió más dura de lo que había pretendido, pero aquella voz fría, aquella indiferencia en sus ojos lo enfurecían, y, maldita sea, le hacían daño.
– Sí. Acordamos que nuestra historia terminaría después de la fiesta de lord Wexhall -dijo Alex.
– De hecho, acordamos que no terminaría hasta que escogiese una esposa, y todavía no lo he hecho.
– Solo porque has estado ocupado en evitar que el asesino de lord Malloran volviese a actuar. Ahora que la fiesta de lord Wexhall ya ha llegado y ha pasado, es hora de que te dediques a ello. -Miró por un momento el suelo y luego lo miró a los ojos-. Nuestra historia también te ha impedido escoger una esposa. Colin, yo entiendo que tienes que cumplir con tu deber. Los dos sabíamos que nuestro acuerdo era temporal.
Colin deslizó sus manos por los brazos de Alexandra y entrelazó sus dedos con los suyos.
– Pero no tiene que terminar esta noche.
– Sí, tiene que ser así. -Apartó sus manos-. Deseo y necesito que así sea.
La expresión de Alexandra era neutra, pero Colin notó la debilidad de su tono.
– ¿Por qué?
– Me estoy volviendo muy cómoda -dijo Alexandra tras una breve vacilación-. Me estoy acostumbrando demasiado a lujos que nunca tendré. Estoy empezando a depender demasiado de alguien cuya presencia en mi vida es solo temporal. Me temo que si continúo con nuestra relación más tiempo, me arriesgo a quedarme sin una parte de mí misma que no deseo perder. Terminar ahora es lo mejor para los dos.
Colin apretó la mandíbula para evitar decir algo estúpido, como suplicarle que se quedase. En su cabeza sabía que ella tenía razón. Pero en su corazón… maldita sea, cuánto dolor.
Alexandra buscó su mirada.
– ¿Lo entiendes? -le preguntó dulcemente.
– Has dejado muy poco margen para que pueda malinterpretarte.
Al ver el evidente alivio de Alexandra, su dolor aumentó un poco más.
– Bien -continuó ella-. Quiero que sepas… -Hizo una pausa y por primera vez desde que habían entrado en la habitación, Colin pudo ver algo de ternura en sus ojos-. Has de saber que no me arrepiento de ninguno de los momentos que hemos pasado juntos, que espero que tu vida sea una maravillosa y feliz aventura, y que te echaré de menos… -Su voz se convirtió en un susurro-… cada día de mi vida.
Antes de que Colin pudiera pensar, moverse, reaccionar, ella le dio un ligero beso en el mentón y atravesó la habitación. Mudo, vio cómo se marchaba y cerraba cuidadosamente la puerta detrás de ella sin volver la vista.
Miró la puerta, petrificado, absolutamente destrozado. Se llevó las manos al pecho, al lugar donde latía su corazón, un corazón donde notó una profunda y sangrante herida.
Si hubiese sido capaz de moverse, habría corrido detrás de ella, así que quizá era mejor quedarse petrificado. Porque sabía que si iba detrás de ella era para suplicarle que reconsiderase su decisión y, dada su obvia determinación, el gesto solo conseguiría incomodarlos a los dos.
Tan rápido como Alexandra había entrado, había salido de su vida y él era libre para reanudarla.
Pero antes de hacerlo, tenía que averiguar en qué consistía eso.
Capítulo 20
Una hora después de dejar a Colin en el estudio, Alex paseaba arriba y abajo por su habitación con la firme determinación de no llorar. Se sentía exhausta tanto física como mentalmente, pero era simplemente incapaz de tumbarse a solas en la cama que había compartido con él.
Colin. Solo pensar en su nombre le hacía daño. ¿Le dolería siempre tanto? ¿Se borraría alguna vez ese penetrante anhelo, esa profunda añoranza, ese terrible dolor? Dios mío, esperaba que sí. Porque era inimaginable tener que vivir con ese tremendo sufrimiento durante el resto de su vida.
Le sacó de sus descorazonadores pensamientos un ruido cerca de los ventanales que daban a la terraza y se dio la vuelta rápidamente. Unos segundos más tarde volvió a oírlo. Era como si estuviesen arrojando guijarros contra los cristales. El corazón le dio un vuelco. ¿Colin?
Corrió hacia los ventanales y miró afuera con cautela. Los cristales estaban bañados por una suave llovizna y la luna iluminaba las fantasmales columnas de niebla que ondulaban sobre el suelo plateado. No vio a nadie. Quizá había oído mal…
Algo golpeó el cristal justo frente a su nariz y Alexandra ahogó un respingo. Se aseguró de que su pequeña y afilada navaja estaba escondida en su botín y abrió la puerta para investigar desde el balcón. Echó un rápido vistazo por encima de la cornisa de piedra y se quedó helada al ver emerger una figura familiar de entre las sombras.
– Señorita Alex -siseó Robbie viniendo hacia ella-. Necesito hablar con usted, ahora mismo.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -susurró Alex.
– Se lo diré cuando baje hasta aquí. ¡Deprisa!
Afortunadamente, Alex no se había desvestido después de la fiesta, y se apresuró a salir de su habitación. En cuanto pisó las baldosas de la terraza, Robbie se materializó surgido de la oscuridad, y la cogió de la mano.
– Por aquí -susurró tirando de ella-. Deprisa, señorita Alex, está herido.
Dio un traspiés y el corazón le dio un vuelco.
– ¿Herido? ¿Quién?
– El tipo. ¡Venga!
Robbie apretó a correr y Alexandra se levantó las faldas y lo siguió atemorizada y con el corazón encogido. En su mente apareció la imagen de Colin herido, y corrió más aprisa. Cuando llegaron al rincón más alejado del jardín, Robbie le señaló la caseta del jardinero.
– Está ahí detrás. No sé si respira o no.
Puso a Robbie detrás de ella y se sacó la navaja de la bota. Dio la vuelta a la caseta y se quedó helada. A pesar de la oscuridad no había duda de quién era el hombre tumbado sobre la hierba y el corazón le atenazó la garganta.
Se arrodilló junto a él y apretó los dedos contra su cuello. A través de las yemas, notó el débil pulso y respiró aliviada. Estaba vivo. Pero ¿por cuánto tiempo? ¿Cuál era la gravedad de sus heridas?
– Lord Wexhall -musitó dándole golpecitos en el rostro-. ¿Puede oírme?
Lord Wexhall no se movió y Alexandra pasó sus manos delicadamente por el cuerpo del hombre en busca de heridas.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó a Robbie bruscamente en un susurro.
– Yo me había escondido en el jardín, como he hecho varías veces estos días, vigilándola aunque me dijo que no lo hiciera, y he oído un ruido. Con mucho cuidado he ido a ver qué era, y he visto una sombra con una capa huir de aquí. Cuando he mirado, he visto a este tipo. No sabía qué hacer así que he ido a buscarla. ¿Está muerto?
– No.
– ¿Es un amigo o es malo?
– Un amigo.
Los dedos de Alexandra notaron un bulto tremendo en la parte posterior de la cabeza, un bulto cálido, húmedo. Sangre. Se puso de pie de un salto, cogió a Robbie de la mano y corrió hacia la casa.
– ¿No va a ayudarle?
– Sí, voy a buscar al doctor. Está ahí dentro.
– No me necesita para eso.
– No te voy a dejar aquí fuera solo.
Entró en la casa y corrió con Robbie hacia el vestíbulo. Puso las manos sobre sus hombros y le dijo:
– Voy arriba a buscar al doctor. Tú te quedas aquí.
Robbie asintió con la cabeza pero no la estaba mirando. En lugar de eso, observaba boquiabierto el esplendor que lo rodeaba con una mirada donde se mezclaban la sorpresa y la premeditación, una mirada que Alexandra conocía muy bien. Le sacudió los hombros y añadió:
– No robes nada.
Vio la decepción en los ojos de Robbie, pero el muchacho asintió.
Corrió escalera arriba y por el pasillo, y se detuvo frente a la habitación que compartían Nathan y lady Victoria. Llamó frenéticamente a la puerta y, al cabo de unos segundos, apareció Nathan que todavía no se había ido a la cama y vestía sus pantalones de traje y su camisa blanca.
En el instante mismo en que la vio, en su rostro afloró la tensión.
– ¿Qué ocurre?
– Han atacado a lord Wexhall. Tiene una herida en la cabeza. Está en el jardín, inconsciente.
– ¿Está vivo?
Alexandra asintió.
– Espere aquí.
Se metió en la habitación y se oyó un murmullo de voces. Volvió con una cartera de cuero negro y una linterna.
– Lléveme hasta él -dijo secamente.
Recogieron a Robbie en el vestíbulo y corrieron a través de la casa y del patio mientras Alexandra le contaba lo que el chico le había explicado.
– Le he dicho a Victoria que despierte al servicio y mande dos criados con nosotros -dijo Nathan cuando Alexandra acabó su explicación.
Unos segundos más tarde llegaron a la caseta y Alex vio cómo Nathan se arrodillaba junto a la figura tendida. Se volvió hacia Robbie, y se puso en cuclillas a su altura.
– Dime algo más de la figura con capa que viste -preguntó a Robbie mirándolo a los ojos, que tenía abiertos de par en par. Su voz estaba cargada de miedo y de impaciencia-. ¿Reconociste a esta persona?
Robbie negó con la cabeza.
– Solo vi una capa grande y negra moviéndose en la niebla. Corrió hacia las caballerizas y luego se fue en esa dirección -dijo señalando hacia la izquierda.
El corazón de Alexandra se detuvo.
La mansión de Colin estaba hacia la izquierda.
Soltó a Robbie y se dirigió hacia Nathan.
– La persona que atacó a lord Wexhall huyó en dirección a casa de Colin. Puede que esté en peligro. Voy a ir con él.
– Wexhall necesita cuidados inmediatamente. No puedo dejarle aquí. Los criados llegarán en cualquier momento -dijo Nathan muy tenso.
– No puedo esperar.
– No puede ir sola.
– No puede detenerme. Ya hemos llegado demasiado tarde. Tengo una navaja y no me da miedo utilizarla. Mande a los criados cuando lleguen. -Miró a Robbie-. El doctor Oliver necesitará ayuda. Quédate aquí con él y haz lo que te diga.
Sin esperar respuesta, corrió hacia los establos y se dirigió hacia casa de Colin.
Y rezó para que no fuese demasiado tarde.