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La amaba.

La verdad de aquel sentimiento lo golpeó como un bofetón. Se puso de pie dejando resbalar de sus lacios dedos la copa vacía de brandy. No solo la deseaba. No solo la admiraba. La amaba. Amaba todo lo que era, su inteligencia, su ingenio, su compasión y su fortaleza, su aspecto, la fragancia a naranjas de su piel, su sonrisa, su risa, la forma en que lo tocaba, cómo lo hacía sentirse. Bueno, a excepción de aquella noche en la que le había hecho sentirse fatal, pero salvo ese momento, ella lo había llenado de una sensación de profunda y serena felicidad, algo distinto a lo que había sentido nunca.

Incapaz de quedarse quieto, comenzó a recorrer la habitación. Había muchas cosas a tener en cuenta, y una de ellas, la más importante, era ¿lo amaba ella a él? Colin se detuvo y se mesó el cabello. No lo sabía, pero por Dios que estaba decidido a averiguarlo. Y cuando lo supiese…

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un insistente repiqueteo. Frunciendo el ceño, salió al pasillo y se dio cuenta de que alguien estaba golpeando la puerta principal con la aldaba de metal. ¿Quién podía estar llamando a aquellas horas? ¿Nathan? ¿Wexhall? ¿Alexandra?

Ellis se había retirado hacía rato, así que se dirigió hacia la puerta, agachándose con rapidez para tocar su bota y asegurarse de que su cuchillo estaba donde debía estar, por si el visitante no tenía intenciones amistosas.

Antes de girar la llave, miró a través de los amplios ventanales de cristal que flanqueaban la puerta y se sintió sorprendido y confuso al reconocer a la persona que estaba fuera. Abrió la puerta.

– Lady Miranda.

Su sorpresa se transformó en preocupación cuando la luz pálida de las velas del vestíbulo iluminó el umbral. Lady Miranda llevaba el pelo revuelto, sus ojos estaban muy abiertos y su mejilla estaba manchada por lo que parecía restos de tierra. La tomó del brazo y la hizo entrar, cerrando la puerta con llave después.

– ¿Está usted bien?

– Pues no -dijo lady Miranda con voz agitada. Tembló visiblemente y cogió el brazo de Colin con lágrimas en los ojos-. Bandidos… a la vuelta de la esquina. Han asaltado mi carruaje… Me… Me han quitado el bolso y las joyas. El conductor ha corrido detrás de ellos y yo… yo tenía miedo de esperar sola en el carruaje. -El labio inferior le tembló-. Siento molestarle tan tarde…

– ¿Está herida?

Negó con la cabeza y su cabello negro suelto le cayó sobre la capa negra.

– No, solo… aturdida. -Miró a su alrededor-. ¿Se ha retirado el servicio?

– Sí. -Ayudándola a caminar, Colin la llevó hacia su estudio-. Déjeme que la ayude a ponerse cómoda. Después iré a ver su carruaje y alertaré a las autoridades.

– Gracias, milord. -La miró y su labio inferior se transformó en un asomo de sonrisa-. Me alegro tanto de que estuviese en casa y despierto…

Entraron en el estudio y Colin la condujo directamente al rincón frente a la chimenea, donde se sentó con un suspiro de agradecimiento. La mirada de Colin se fijó en la mancha de la mejilla y a la luz del fuego pudo ver que era sangre.

– ¿Cuántos ladrones eran? -preguntó sacando el pañuelo del bolsillo.

– Dos.

– ¿Y qué aspecto tenían?

– Feos, sucios… -De nuevo el temblor se apoderó de ella-. Horribles.

Agachándose junto a ella, Colin le tendió el pañuelo y le señaló la mejilla.

– Tiene un poco de sangre. Si me permite…

– Sí…

Delicadamente limpió la mancha.

– ¿La golpearon?

– Sí -dijo lady Miranda asintiendo y rodeándose con los brazos-. Antes de cogerme el bolso.

– Le serviré un brandy -dijo Colin levantándose-. La ayudará a calmar los nervios.

Se dio la vuelta y se dirigió al aparador, con el ceño fruncido. Su instinto le decía que algo no cuadraba. Sirvió el brandy, repasando lentamente lo que había ocurrido desde que abrió la puerta. Frunció aún más profundamente el ceño. Ella decía que la habían golpeado y había sangre en su mejilla… Pero no había ningún corte o marca en su piel.

De pronto se dio cuenta y se dio la vuelta. Pero era demasiado tarde. Lady Miranda le apuntaba el pecho con una pistola. Colin calculó rápidamente la distancia que había entre ellos. Demasiada como para cogerle el arma. Dirigió la mirada a la puerta. La había cerrado con llave.

– Las manos en la cabeza -le ordenó con voz tensa y en un susurro.

– Si me disparas -dijo Colin indicando la pistola-, el ruido despertará a toda la casa. Te cogerán antes de que llegues al vestíbulo.

– Ambos sabemos que saldría de aquí antes de que nadie pudiese alcanzarme. Y lo primero que haría es acabar con tu amante, madame Larchmont. Después con tu hermano y lady Victoria. -Sonrió complacida-. Ya he matado a Wexhall, así que podría ocuparme del resto del hogar. -Su sonrisa se desvaneció-. Las manos en la cabeza. Ahora.

Colin sintió tensión y angustia, pero se obligó a permanecer en calma y a no pensar en las espantosas imágenes que las palabras de lady Miranda le provocaron en su mente. Había sobrevivido a situaciones mucho peores que aquella. Solo tenía que esperar el momento adecuado, esperar la oportunidad de desarmarla.

Levantó los brazos despacio y dijo en tono aburrido:

– ¿Tienes intención de decirme a qué obedece todo esto?

– Oh, sí. -Hizo una señal con la cabeza-. Muévete hacia el centro de la habitación. Despacito y sin tretas.

Colin hizo lo que lady Miranda le pedía, y ella se movió al mismo tiempo que él, manteniendo la distancia que los separaba. Cuando él se detuvo, ella se dirigió al aparador donde estaban las bebidas. Sin bajar la pistola, sacó un pequeño frasco del bolsillo y vertió los polvos que contenía en el brandy que Colin le había servido. Tras guardarse el frasco de nuevo en el bolsillo, levantó la copa de cristal y removió el licor de color ámbar.

– Ácido prúsico, supongo -murmuró Colin señalando la bebida.

Ella asintió.

– Tu bebida preferida, pero no la de Malloran ni la de su criado, Walters.

– Walters habría terminado mal de todos modos -dijo encogiéndose de hombros-. Malloran simplemente se metió en medio. Después de su fiesta, lo acompañé al estudio donde encontró una nota. -Sus labios se movieron formando una especie de sonrisa-. Me llevó un tiempo averiguar quién había escrito esa estúpida misiva, pero al final lo logré.

Colin sintió que el terror le recorría la espina dorsal, pero mantuvo una expresión y un tono completamente impasibles.

– ¿Quién la escribió? -preguntó.

– Madame Larchmont, como bien sabes. Ha resultado ser una incómoda complicación.

– Así que intentaste matarla con la urna.

– Sí. Desgraciadamente, tiene una suerte endiablada.

– ¿Por qué Wexhall? ¿Por qué yo?

– Tú mataste a mi marido -dijo con los ojos llenos de odio.

Las palabras, pronunciadas con un susurro ronco que supo era la voz que Alexandra debía de haber reconocido, planearon en el aire tenso que los separaba, y su mente calibró con rapidez lo que implicaban. Solo había matado a un hombre. Pero ella no podía saberlo. Y él tenía que alterarla.

– He matado a muchos hombres -dijo encogiéndose de hombros-. ¿Quién era tu marido?

– Richard Davenport -dijo lady Miranda con el rostro ensombrecido.

– Ah, el cobarde traidor.

– Era fiel a Francia -dijo ella con el rostro enfurecido.

– Precisamente eso lo convertía en un traidor. -La repasó con la mirada de un modo deliberadamente insultante-. El nombre de su esposa no era Miranda, ni era de origen noble. ¿Quién eres tú?

– Sophie, su esposa de origen francés -dijo la mujer irguiendo la barbilla.

– Ya veo. Así que esa era la razón por la que cambio su lealtad. Tu acento inglés es impecable.