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– Gracias. Soy buena con los acentos y he trabajado mucho para perfeccionarlo.

– ¿Y la verdadera lady Miranda?

– Reside en el campo, en los alrededores de Newcastle.

Le llegó un débil ruido. ¿Eran cristales rotos? Tosió para ocultar el sonido pero ella no pareció darse cuenta y continuó:

– Lady Malloran no ha visto a lady Miranda desde que eran unas niñas, así que estuvo encantada de dar la bienvenida a su casi olvidada pariente que venía de tan lejos para pasar la temporada en Londres. Cumpliría mi misión antes de que nadie descubriera que era una impostora.

– ¿Y tu misión era…?

– Matar al hombre que había asesinado a mi marido y al que le ordenó hacerlo.

– Richard murió hace cinco años. ¿Por qué has esperado tanto?

– Cuando me enteré de que Richard había muerto -dijo Sophie después de un ligero parpadeo-, enfermé de dolor. Perdí el bebé que esperaba y tardé muchos meses en recuperarme. Tuve mucho tiempo para reflexionar. Richard me había contado todo sobre su trabajo para la Corona, sobre Wexhall y sobre ti y la misión que teníais asignada juntos. Cuando murió, supe que eras tú el responsable y que ibas a morir por haberme quitado todo lo que tenía, a mi marido y a mi hijo. -Su voz tembló de odio-. Una vez me recuperé, necesitaba un cuidadoso plan y me llevó su tiempo. -Inclinó la cabeza y añadió-: Y aquí estamos.

– No creerás que saldrás de esta viva.

– Todo lo contrario. Estoy convencida de que así será. ¿Quién sospecharía que la dulce lady Miranda pudiera cometer actos tan malvados? E incluso si lo hicieran, Wexhall ya no se encuentra entre nosotros y tú estás a punto de morir. Madame Larchmont estará muerta por la mañana. Después, lady Miranda simplemente desaparecerá y volverá a aparecer Sophie.

Agitó una vez más la copa y la colocó sobre la mesa. Dio un paso atrás y señaló el licor con la cabeza.

– Bébetelo.

– Gracias, pero no tengo sed.

– Si no te lo bebes, te dispararé. El veneno es un modo mucho menos doloroso de morir.

– Ah, veo que estás preocupada por mi bienestar.

Acababa de hablar cuando oyó un ruido muy débil y muy familiar y su corazón se detuvo. Era el sonido de una cerradura al abrirse. ¿Nathan? ¿O alguno de los hombres de Wexhall?

Rezó para que no fuese su hermano sino uno de estos últimos el que se estaba metiendo en aquel lío. Y esperaba que, fuera quien fuese, viniese armado.

Con la mirada fija en Sophie, se movió despacio hacia la puerta, formando un ángulo con la intención de obligar a la mujer a dar la espalda a la puerta si quería mantener la pistola apuntándole al pecho. Tal como había esperado, ella se movió y justo en ese momento la puerta detrás de ella se abrió despacio unos centímetros.

– ¿Te importaría tomar tú también una copa? -preguntó señalando el aparador-. Estaría encantado de compartirla contigo.

– Bébetela -dijo en un tono que no admitía réplica-. No hagas movimientos bruscos.

Colin abrió la boca para responder pero no llegó a pronunciar palabra alguna. Porque no era Nathan ni ninguno de los bien entrenados hombres de Wexhall quien había entrado en la habitación. Era Robbie.

Con el corazón desbocado de absoluto terror, Alex se agachó en la terraza a la que daba el estudio de Colin, dando gracias por la protección que le ofrecían las amplias cortinas que tapaban los ventanales y rezando para que la luna siguiese escondida detrás de las nubes. Mientras se esforzaba por oír la conversación entre lady Miranda y Colin, con cuidado introdujo una de las horquillas de su pelo en la cerradura y sintió una serena satisfacción cuando logró abrirla. A sus oídos, el imperceptible sonido de la cerradura al ceder le pareció un estallido, y dirigió la mirada a lady Miranda que se estaba moviendo y desafortunadamente tenía una estupenda visión de los ventanales. Pero no importaba, la cerradura de la puerta estaba abierta y Alex tenía el elemento sorpresa de su parte. Lo único que necesitaban era una distracción y entre Colin y ella lograrían desarmarla. Bajó la mano y cogió la navaja de su bota tocando el cálido metal.

– Bébetela -oyó la dura voz de lady Miranda a través del cristal-. No hagas movimientos bruscos.

Baja las manos, ordenó Alex mentalmente a Colin. Eso es… Un poco más…

Agarró el pomo de la puerta, lista para saltar, cuando un movimiento llamó su atención y notó que se le helaba la sangre.

Robbie entró sigilosamente en la habitación, con su pequeña mano metida en el bolsillo y sus dedos, sin duda, alrededor de algún tipo de arma casera. Lady Miranda notó algo porque dirigió la vista hacia el niño sin dejar de apuntar en ningún momento a Colin.

– Que este golfillo muera después de que te mate depende enteramente de ti, lord Sutton -le oyó decir Alex-. Dile que saque la mano del bolsillo y que se mueva donde pueda verlo.

– No dejaré que hagas daño al chico -oyó que respondía Colin rápidamente.

– Entonces díselo. Ahora.

Alex dio la vuelta al picaporte y abrió un poco la puerta.

– Haz lo que dice, Robbie -oyó que decía Colin con calma.

Vio cómo Robbie sacaba la mano del bolsillo y avanzaba. Se le cortó la respiración cuando vio que se situaba directamente entre lady Miranda y Colin.

– Ponte detrás de mí, Robbie -dijo Colin con decisión-. Ahora.

Robbie dudó por un instante, y después corrió detrás de Colin.

– No puedes protegerlo -dijo lady Miranda con sonrisa sarcástica.

– Con mi último halo de vida -sentenció Colin con un tono de voz que Alex no le había oído nunca-. Robbie -dijo cambiando la voz a un tono más amable pero firme-, si lady Miranda me dispara, corre lo más rápido que puedas. No te detengas. Simplemente corre.

Robbie asintió golpeando con su frente la parte posterior del muslo de Colin.

Alex dirigió su mirada hacia lady Miranda, quien parecía estar bastante nerviosa.

– Bebe el brandy -ordenó.

Alex vio cómo Colin cogía lentamente la copa y supo que era entonces o nunca. Tomando aire y rezando para que no fuese por última vez, entró en la habitación.

Capítulo 21

Los dedos de Colin se acababan de cerrar alrededor de la copa de brandy cuando se abrieron los ventanales y Alex, como un ángel vengador cargado de furia, con la mirada salvaje y blandiendo una navaja, entró a través de ellos lanzando un aullido. Una distracción era lo único que necesitaba. Se agachó, sacó su navaja con una mano y con la otra tiró a Robbie al suelo.

– Quédate ahí -le dijo.

En ese mismo momento, Sophie se volvió hacia Alex con el rostro convertido en una máscara de gélida sorpresa. Como si todo transcurriese a cámara lenta, Colin vio cómo su mano dirigía la pistola hacia Alex. Con un ligero movimiento de muñeca lanzó su navaja, y esta atravesó la negra capa de lady Miranda hundiéndose en su pecho hasta la empuñadura.

Al mismo tiempo, sonó un disparo. Por un momento, nadie se movió. La imagen quedó grabada en la mente de Colin. Después la pistola se deslizó de los dedos de Sophie, cayendo sobre la alfombra con un golpe seco. La siguió el cuerpo de Sophie.

Colin se puso en pie de un salto y corrió parándose un solo instante para comprobar que Sophie estaba muerta.

– Alexandra…

Ella se volvió hacia él y el corazón de Colin dio un vuelco.

La sangre formó una rápida mancha que se extendió por la parte delantera de su vestido. Cuando llegó hasta ella, las rodillas de Alex se doblaron y, tomándola en sus brazos, la tumbó delicadamente en el suelo.

– ¡Señorita Alex! -gritó Robbie. Cayó de rodillas junto a Colin-. ¿Está… está…?

– Está viva -dijo Colin, conteniendo el pánico que amenazaba con sobrepasarlo-. Ve a casa de los Wexhall. Trae al doctor Nathan Oliven Dile que han disparado a Alexandra. -Miró a los ojos del aterrorizado muchacho-. Date prisa, Robbie.