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El chico salió disparado. Colin introdujo los dedos bajo la gasa empapada en sangre del vestido de Alexandra y lo rasgó. La sangre salió a borbotones de una herida irregular y el corazón le dio un vuelco. Colin se soltó los cierres de la camisa y tiró de la prenda formando una bola de tela que apretó contra la herida.

– Alexandra -dijo con la voz rota al pronunciar su nombre-. Querida, ¿puedes oírme?

Ella seguía inerte, con la cara blanca como la cera.

– ¡Ellis! -gritó Colin.

Estaba convencido de que los criados llegarían enseguida; el disparo debía de haberlos despertado. Unos segundos más tarde oyó pasos rápidos, levantó la vista y vio a Ellis en el umbral de la puerta. Llevaba la bata mal abrochada y dejaba al descubierto una larga camisa de noche.

– Le han disparado -dijo Colin, dirigiendo la vista hacia Alexandra-. Nathan está en camino. Hierve agua, trae vendas, cualquiera cosa que creas que haga falta.

– Sí, milord.

Cuando oyó alejarse los pasos de Ellis, Colin se inclinó y puso sus labios pegados al oído de Alexandra. Notaba el olor metálico de la sangre en la nariz y cerró los ojos imaginando que olía su deliciosa fragancia a naranjas.

– No te permito morir -le susurró con furia-. ¿Me oyes? Te lo prohíbo terminantemente. Sabes lo acostumbrado que estoy a salirme con la mía. Por supuesto que lo sabes. Te encanta decirme lo molesto que resulta.

Colin se incorporó un poco, repasando el rostro de Alex en busca de algún signo de conciencia, pero no encontró ninguno. Se sintió atenazado por un miedo malsano y paralizante. Tomó la mano de Alexandra con la suya, notó la sensación de su palma desnuda y endurecida.

– Bueno, a ver qué molesto te parece esto. -El nudo que tenía en la garganta apenas le dejaba hablar-. Quiero que abras los ojos, quiero que me sonrías, quiero alimentarte con pasteles y mazapán, quiero comprarte un montón de vestidos que llenen una habitación entera, quiero hacer realidad todos tus sueños, quiero decirte cuánto significas para mí… cuanto te amo… -Se le quebró la voz-. Por favor, déjame hacer todas estas cosas, Alexandra. -Su mirada se desvió hacia su camisa, que ahora estaba empapada de sangre, y lo invadió el terror-. Por favor…

Se oyeron voces y pasos rápidos en el pasillo y levantó la vista. Nathan, con el semblante grave y llevando su cartera negra de médico, atravesó a toda prisa la habitación seguido de Robbie, que continuaba con los ojos abiertos de par en par y sin aliento.

– Sangra por una herida en la parte alta del brazo -le explicó gravemente Colin-. Ellis va a traer agua caliente y vendas.

Nathan asintió, y se arrodilló junto a Colin.

– Tengo vendas en mi maleta. Tráemelas.

Colin se levantó y cogió las vendas que Nathan le había pedido. Vio cómo su hermano retiraba el bulto de la camisa empapada en sangre y un nudo le contrajo el estómago.

– ¿Va a… morir? -Apenas podía pronunciar esas palabras.

Después de un examen muy rápido, Nathan dijo:

– Voy a hacer todo lo que está en mi mano para asegurarme de que no muera. Es una herida superficial, mala, pero podría haber sido mucho peor.

Presionó una venda de lino limpia contra la herida y dirigió la mirada hacia Sophie.

– Está muerta -dijo Colin-. Te lo contaré todo más tarde. -Apretó los puños-. Ha matado a Wexhall.

– No, no lo ha matado. Está vivo. Se rompió una costilla cuando se cayó y tendrá un terrible dolor de cabeza durante varios días. Lo bueno es que tiene la cabeza dura como una piedra. -Nathan cambió con calma el vendaje empapado en sangre por uno limpio y añadió-: Tienes que llamar al juez.

– No voy a dejarla.

Ellis apareció cargado de vendajes seguido por John, que portaba dos baldes de agua caliente. Cuando dejaron las cosas junto a Nathan, Colin dio instrucciones a John de ir en busca del juez.

Se dio la vuelta y vio a Robbie de pie en un rincón, observando lo que ocurría con ojos aterrados. Maldita sea, sabía exactamente cómo se sentía el chaval. Se dirigió hacia él y Robbie apartó la vista de Alexandra para fijarla en Colin.

– ¿Se pondrá bien la señorita Alex? -preguntó el chiquillo con voz temblorosa.

– Nathan es el mejor médico que conozco -dijo Colin agachándose frente a él y mirándolo a los ojos-. Y es mi hermano.

– Hay un montón de sangre -dijo Robbie tragando saliva.

– Lo sé. Pero seguro que tiene mucha más -dijo Colin; al menos eso esperaba-. Has sido muy valiente esta noche, Robbie.

El chico se sorbió la nariz y luego se la limpió con el dorso de la mano.

– Intentaba ayudar a la señorita Alex -dijo temblándole el labio-, pero lo único que he conseguido es que le disparen.

– Eso no es verdad -dijo Colin negando con la cabeza-. Has traído al doctor a una velocidad asombrosa y al estar aquí me has salvado la vida. Te lo agradezco y estoy en deuda contigo.

Extendió la mano despacio.

Robbie estudió la mano extendida durante varios segundos y después se limpio la palma de su sucia mano en sus también sucios pantalones, y extendió el brazo. La mano del chiquillo era tan pequeña… Colin sintió que se le formaba un nudo en la garganta. El efecto del vacilante tacto de aquel muchacho era más fuerte que la amenaza de un cuchillo contra su espalda.

– Nunca le había estrechado la mano a un tipo elegante como usted -musitó Robbie.

– Y yo nunca había estrechado la mano de un joven héroe como tú -dijo Colin después de aclararse la garganta para deshacer la tensión.

Robbie le soltó la mano y se la metió en el bolsillo.

– Esto es suyo -dijo extendiendo el puño-. No lo he robado. Solo lo cogí para usarlo como arma si lo necesitaba.

Abrió la mano y en la palma sucia apareció un sólido huevo de cristal que solía estar sobre una mesa del vestíbulo.

Colin le sonrió y tuvo ganas de pasarle la mano por la cabeza, pero pensó que era demasiado pronto para semejante familiaridad.

– Muy listo -dijo cogiendo el huevo.

– He roto su elegante ventana -murmuró-. No podía abrir la puerta de la entrada. -Señaló con el pulgar la puerta que daba al pasillo-. Esa otra ha sido más fácil.

– Ha sido una suerte para ambos que la hayas abierto. No te preocupes por el cristal, Robbie. Eso puede arreglarse fácilmente. -Su mirada se volvió hacia Alexandra-. Rompiéndolo, has salvado algo mucho más importante y que no puede reemplazarse.

Capítulo 22

Dos días después de la memorable fiesta de lord Wexhall, Alexandra se encontraba sentada frente a Colin en su elegante carruaje, intentando animarse. Colin había estado actuando de manera muy extraña desde la mañana anterior, cuando Alexandra se despertó por fin con un dolor ardiente en el hombro y con el rostro pálido y ensombrecido de Colin observándola. Rápidamente se había acordado de lo sucedido, pero Colin le aseguró que Robbie se encontraba bien y le explicó todo lo que había pasado. Cuando terminó, Alexandra miró a su alrededor y, dándose cuenta de que estaba en la habitación de invitados de la mansión Wexhall, le preguntó:

– ¿Cómo he vuelto hasta aquí?

– Yo te traje. Nathan quería tenerte cerca para vigilarte y dada tu… situación, pensé que era mejor que no pasases la noche en mi casa.

– Claro -musitó ella-.

Intentó no sentirse herida pero fracasó estrepitosamente. Era ridículo. Su aventura había terminado y, una vez resueltos los asesinatos, no había nada más que hablar entre ellos. Y sin embargo, su ausencia le hacía daño. Nathan, lady Victoria, lord Wexhall, incluso Robbie y Emma la habían visitado -más de una vez- pero Colin no. Cuando Nathan le estaba cambiando el vendaje, Alexandra le había preguntado por él procurando no mostrar interés, y el médico le había contestado vagamente: