– Alexandra, acepta este regalo. -Le sostuvo la mirada-. Por favor.
– No… no sé qué decir.
– ¿Gracias? -dijo él con una media sonrisa.
– Gracias. Lo guardaré como un tesoro.
– Me complace. Y ahora, ¿puedes satisfacer mi curiosidad?
– Sí, puedo.
– Aquella noche, me miraste como si ya me conocieses. Y dijiste «eres tú». ¿Qué querías decir?
Alexandra apretó el reloj dentro del puño cerrado.
– Durante años -dijo-, cuando me echaba las cartas, aparecía de manera predominante un hombre apuesto, de cabello oscuro y ojos verdes. Cuando te vi aquella noche, de algún modo, supe que tú eras ese hombre.
– ¿Y qué quieres decir con que aparecía de manera predominante?
– Pues que iba a desempeñar un papel importante en mi futuro. -Alexandra le sonrió débilmente-. Parece ser que, una vez más, las cartas tenían razón.
– Eso espero, desde luego.
– Como la lectura de las cartas tuvo lugar en el pasado -dijo Alex negando con la cabeza-, nuestro futuro ya ha ocurrido. Ya han demostrado que tenían razón.
– Ah. -Colin inspiró profundamente y luego frunció el ceño-. Hay algo que debo decirte.
– ¿Qué es?
– Ya he decidido quién será mi esposa.
Al oír sus palabras pronunciadas quedamente, la noche y la íntima emoción que estaban compartiendo perdieron todo su color, y todo se tiñó de un color gris sombrío. Alexandra sabía que aquel día llegaría, y pensaba que estaría lista para ello, pero nada la había preparado para ese duro golpe. La desolación y la pena, mucho más profundas de las que había experimentado nunca en las calles de Londres, le apretaron el corazón.
– Ya veo.
– No, no creo -dijo él buscándola con la mirada y negando con la cabeza. Le tomó las manos entre las suyas-. Sabía que me importabas, pero no me di cuenta de cuánto hasta que no pusiste fin a nuestra aventura. Y esta mañana, cuando me he despertado después de pasar una noche infernal y solitaria sin ti, deseándote cada minuto que estaba allí tumbado a solas, me he dado cuenta de que voy a quererte cada noche, que incluso si pudiera pasar cada minuto de mi vida junto a ti, aun así no sería suficiente. Pero quiero intentarlo.
Todo en Alexandra, su respiración, su corazón, su sangre, se quedó paralizado.
– ¿Qué estás diciendo?
– Que me he pasado los últimos cuatro años pensando en ti, preguntándome qué habría sido de ti. Y no deseo seguir haciéndolo. Lo quiero saber de primera mano, cada día. Estoy locamente y ridículamente enamorado de ti.
Y ante el increíble asombro de Alexandra, hincó una rodilla en el suelo y le dijo:
– Alexandra, ¿quieres casarte conmigo?
Colin la miró con el corazón desbocado, como si hubiera corrido a través de todo Inglaterra, con la gravilla del suelo de Vauxhall clavándosele en la rodilla y esperó. Maldita sea, Alexandra lo estaba mirando como si le hubiese brotado un tercer ojo. ¿Eso era buena señal? No parecía especialmente prometedor, pero no lo sabía. Nunca antes había hecho una propuesta matrimonial.
Finalmente y aclarándose la garganta, Alex le preguntó:
– ¿Has bebido?
Desde luego, no era la respuesta que esperaba.
– Ni una gota.
Alexandra se guardó el reloj en el bolsillo y tiró de sus manos delicadamente.
– Por favor, ponte de pie.
Cuando se levantó, Alexandra le apretó las manos y Colin se dio cuenta de que tenía lágrimas en los ojos.
– Estoy conmovida y sorprendida por tu ofrecimiento, pero no puedes ni remotamente pensar en casarte en una mujer como yo.
– ¿Una mujer como tú?
– ¿Por qué estás siendo deliberadamente obtuso? -dijo Alexandra exasperada-. Sabes lo que fui.
– Sí, y sé lo que eres ahora, amable, cariñosa, compasiva, cálida, ingeniosa e inteligente. Todo lo que siempre he soñado.
– Podrías tener a cualquier mujer que quisieras -dijo Alex moviendo la cabeza negativamente.
– Eso había pensado siempre. Pero parece ser que la que yo quiero, no me quiere.
– Esto no tiene nada que ver con lo que yo quiero. Se trata de lo que no puedo tener.
– Sin embargo, yo me ofrezco a ti, con mi título y todas mis posesiones.
– No quiero tu título ni tus posesiones -dijo ella horrorizada y palideciendo.
– Es una frase que me apuesto a que ninguna otra mujer en Inglaterra me diría a no ser que alguien le estuviese apuntando con un arma en la cabeza. El hecho de que tú lo digas y además, tal como sé, lo pienses, solo hace que te ame aún más.
– Pero… ¿qué pasa con tu responsabilidad para con tu título?
– Mi responsabilidad es casarme y traer al mundo un heredero, una obligación que me tomo muy en serio y a la que pretendo honrar. Contigo.
– Colin, tú estás hecho para otra, para una mujer de noble cuna que proceda de la misma clase social que tú.
– En otro tiempo de mi vida habría estado de acuerdo contigo; sin embargo, ahora ya no. Puede que tú consideres que eres inferior a esas mujeres, pero yo no. Tu riqueza es de otro tipo, de un tipo que el dinero no puede comprar. Carácter, integridad, lealtad, valentía. Estaba hecho para ti, Alexandra. Tú eres mi destino.
– Colin -dijo ella tras permanecer callada unos segundos-. He vivido de forma egoísta durante mucho tiempo, apropiándome de cosas que no me pertenecían. -Para sobrevivir.
– Aunque eso sea cierto, lo que hice no deja de ser egoísta. No puedo volver a ser así, a pensar solo en mí. Tu vida está en Cornualles, la mía está aquí. Tengo responsabilidades, con Emma, con Robbie, con los otros niños. Me comprometí con ellos, conmigo misma. No puedo abandonar sin más todo eso.
Colin levantó las manos de Alex y se las puso en el pecho.
– He pensado en todo eso y creo que hay una solución. He pensado que podríamos pasar medio año en Cornualles y medio año aquí. Podríamos utilizar Willow Pond como un lugar para formar a los chicos a los que quieras ayudar, sacarlos de Londres y enseñarles algunas cosas prácticas, cómo trabajar en los establos, cocinar, ese tipo de cosas; prepararlos para llevar una vida productiva. Y durante los meses que estemos en Cornualles, donde podrás disfrutar del mar, Emma podría hacerse cargo de Willow Pond.
– ¿Harías eso? -preguntó Emma absolutamente boquiabierta.
– Haría lo que fuese por ti. -Colin apoyó su frente contra la de Alex-. Durante años me he sentido inútil e innecesario. Tú y tu causa hacen que sienta que me necesitan. Tengo los recursos para ayudarte. Quiero ayudarte. Déjame hacerlo.
Alexandra se echó hacia atrás con los ojos llenos de esperanza, confusión, emoción.
– Pero ¿qué pasa con tu familia? ¿Con tu padre? Se quedará destrozado cuando sepa que no has escogido a la hija de algún aristócrata como esposa.
– Nathan y Victoria me han dado ya su bendición, y Victoria me ha prometido que te ayudará con los temas sociales. En lo que respecta a mi padre, estoy seguro de que llegará a quererte, pero incluso si eso no ocurre, no cambia nada. Me casaré contigo o no me casaré. Ya no tengo pesadillas y ya no siento ese peligro que se cernía sobre mí y que fue lo que me hizo venir a Londres en busca de una esposa. Y quiero sentirme así. Te quiero a ti. Solo a ti. -Y buscándole la mirada, le comentó-: ¿Te acuerdas de cuando hablamos de nuestra «persona perfecta»?
– Sí.
– Tú eres mi persona perfecta. ¿Existe alguna esperanza de que yo pueda ser la tuya?
– Siempre lo has sido -susurró Alexandra con labios temblorosos.
Colin soltó las manos de Alexandra y le cogió el rostro, ese rostro intrigante que lo había cautivado desde la primera vez que la vio.
– ¿Me amas, Alexandra?
– Estoy locamente, ridículamente enamorada de ti -dijo ella con los ojos llenos de lágrimas.
– Gracias a Dios -dijo Colin cerrando brevemente los ojos. Los volvió a abrir y en su boca asomó una sonrisa-. Así que estás «locoridimente» enamorada de mí.