– Lo estoy -dijo Alex riendo.
– ¿Y te casarás conmigo?
– Sí -dijo con un hilo de voz, y luego rió de nuevo-. ¡Sí!
Por fin Colin había oído las únicas palabras que llevaba esperando la última media hora. La abrazó y la besó con un beso largo, lento y profundo, lleno de todo el salvaje amor y pasión que lo poseía. Cuando levantó la cabeza, miró dentro de aquellos ojos color marrón chocolate que brillaban de amor y felicidad.
– Dime -le susurró contra los labios-, ¿qué predice madame Larchmont para nuestro futuro?
– Amor, felicidad, hijos, mazapanes y muchos dulces.
– Fabuloso. Me encantan los dulces. ¿Alguna referencia a la sala de billar?
– A decir verdad -dijo Alex con una risa que llenaba su rostro de calidez- sí, dulces en la sala de billar.
– Eso son, sin duda, muy buenas noticias.
– De hecho, yo las definiría como «maravibles», de maravillosas e increíbles.
Riendo, Colin la abrazó contra él y la levantó en el aire.
– Mi dulce Alexandra, yo no lo habría definido mejor.
Jacquie D’Alesandro