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Ellie sintió como si la abofetearan. Estaba claro que Jack creía que solo servía para los trabajos de mujer, para limpiar la casa, para arreglar las cosas… No la necesitaba hasta que tuviese que ocuparse de Alice.

Sonrió para no demostrarle lo herida que se sentía.

– Fantástico, no tiene sentido que esté aquí si no me necesitas, ¿verdad?

Así que Ellie se quedó en su casa, aburrida y nerviosa, intentando demostrar interés en las flores y los manteles, mientras su madre y Lizzy no paraban de hablar por teléfono.

La mandaron a Perth, donde Lizzy se encargó de que se comprara un vestido de novia, pero en la ciudad se encontraba todavía más sola y fuera de lugar. Ellie se sometió obedientemente a todo tipo de pruebas, pero lo único que quería era volver a Waverley, donde la finca estaba empezando a funcionar sin ella, donde no la necesitaban.

Pensar en Waverley la mantenía en pie. Deseaba que la boda hubiese pasado. Una vez usado el vestido y cuando las flores ya estuviesen marchitas, cuando se hubiesen ido todos los invitados, ella se quedaría en Waverley, con Jack y Alice; entonces la necesitarían. Todo sería perfecto.

Se casaron un mes después.

– No puedo creerme que mi hermana pequeña se case antes que yo -Lizzy fingía quejarse mientras observaba a Ellie con aire protector-, evidentemente estoy destinada a ser la última solterona de Australia.

– Encontrarás a alguien Lizzy, y será perfecto.

– Si no lo consigo, será por tu culpa, por empeñarte en que sea tu dama de honor. Es la tercera vez que lo hago y ya sabes lo que dicen: tres veces dama de honor y ninguna novia.

– Bueno, en realidad tampoco eres dama de honor -Ellie intentaba tranquilizarla-, solo quiero que me apoyes moralmente.

– Ya lo sé -dijo Lizzy con una sonrisa-. Era una broma, ni todo el oro del mundo habría impedido que te llevará el ramo, ¡siempre que me garantices que seré yo quien lo atrape cuando lo lances!

Ellie se giró para mirarse en el espejo. Lizzy se había empeñado en maquillarla y la mujer que veía reflejada le parecía una completa desconocida, una desconocida con unos maravillosos ojos verdes y una boca cálida y sensual. Tenía el pelo recogido y sus delicadas facciones se revelaban como nunca lo habían hecho, pero el rostro parecía rígido y extraño; sonrió para ver si el reflejo también lo hacía y convencerse de que era realmente ella.

– Es un vestido precioso… ese color marfil te sienta de maravilla.

Ellie se miraba y se daba cuenta de que el vestido era precioso. Era largo y sin mangas, y el corte tenía una sencillez asombrosa, pero no parecía ella.

– Ojalá pudiera casarme con vaqueros -dijo con un leve suspiro.

– ¡Vaqueros! Sinceramente, Ellie, ¿qué te pasa? ¡Vas a casarte con el hombre más encantador y sexy de la provincia y quieres llevar vaqueros! ¿No quieres que Jack te mire y vea lo hermosa que eres?

Por un momento pensó qué pasaría si Jack la mirara y cayera perdidamente enamorado, como siempre había soñado que ocurriría algún día.

– Claro que quiero -dijo pensativamente.

Dentro de unos minutos iba a casarse con Jack, pero no era el Jack de sus sueños, el de los ojos vivos y seductores que tenía una sonrisa que la había atrapado. Se casaba con un Jack de ojos apagados y tristes y una sonrisa extraña, un Jack al que apenas había visto durante las últimas tres semanas.

La había recogido esa mañana cuando llegó con Lizzy y sus padres y, aunque sonrió, no hizo nada por hablar con ella a solas.

– Muy bien -Lizzy dio un último repaso al vestido-, ¿preparada?

Ellie respiró hondo.

– Creo que sí.

– ¿Cómo te sientes?

– Aterrada.

Era verdad. De repente se dio cuenta de lo que iba a hacer y sintió que el pánico se apoderaba de ella. Llevaba puesto un vestido de novia. Se iba a casar.

Lizzy se rio.

– Se te pasará -dijo mientras abría la puerta-. Tú solo piensa en Jack.

Acababan de dar las cinco cuando entró en el granero del brazo de su padre. Era un edificio que se había construido en los días gloriosos de Waverley. Tenía los muros de piedra y el tejado abovedado, y se había conservado mejor que el resto de edificios de la finca. Estaba lleno de mesas con manteles rosas; las flores cubrían las paredes y unas bandejas con copas relucientes esperaban a que se descorchara el champán una vez terminada la ceremonia.

Cuando entraron Ellie y su padre, el granero estaba lleno de invitados. Se volvieron todos a la vez y abrieron camino para que pudieran llegar hasta donde estaba Jack acompañado por su hermano Gray. Para Ellie todo discurría entre brumas. Tenía una sensación difusa de estar rodeada de caras sonrientes, pero separadas de ella por un velo. Se sentía distante, como en un sueño, y tuvo que detenerse en los pequeños detalles para convencerse de lo que estaba pasando realmente, de que iba a casarse con Jack. Podía notar la presión del brazo de su padre, la dureza del suelo que pisaba y la suavidad de la seda que rozaba sus piernas al andar. De repente apareció Jack, que se había vuelto para verla llegar, alto, increíblemente atractivo con su traje y con una expresión tan sombría que le dio un vuelco al corazón. Estuvo a punto de detenerse, y lo habría hecho si su padre no llega a seguir su camino. «No deberíamos hacer esto», pensó espantada, «es un completo error», pero ya era demasiado tarde. Lizzy la seguía, su madre ya se secaba las lágrimas con el pañuelo y su padre estaba radiante. Por fin llegaron donde la esperaba Jack, su padre se apartó y se quedó sola con él. Con cierta resignación tomó la mano que le ofreció y se atrevió a mirarlo.

Jack se había sentido ligeramente enfermo. Mientras esperaba a Ellie no paraba de pasarse el dedo por el cuello de la camisa y de preguntarse qué estaba haciendo allí, a punto de casarse con una chica a la que no quería, con una chica, que no lo quería a él. Miraba a Gray pidiendo ayuda, con la esperanza de que su hermano pudiese hacer algo para sacarlo de ese embrollo, pero Gray sonreía a Clare, que tenía a Alice en brazos. Jack se tranquilizó al ver a Alice. Ella era la razón de que estuviera ahí.

Cuando empezó el murmullo de la gente, Jack se dio la vuelta y vio acercarse a Ellie del brazo de su padre. Por lo menos se suponía que era Ellie. Parecía tan fría y serena, tan elegante, que dudó por un momento que fuese ella. Se había hecho algo en el pelo y las líneas de su rostro y su cuello se mostraban con una claridad sorprendente. Jack la miraba presa del pánico. No podía casarse con esa desconocida que se acercaba mirando al suelo. Cuando llegó, él alargó la mano sin saber lo que hacía. Ella tenía la mano helada, pero cuando lo miró sus ojos eran claros y sinceros, y preocupados. Eran los ojos de Ellie. Jack sonrió. No era una novia fría y hermosa, era la Ellie que había conocido siempre. La que odiaba eso tanto como él. Sostuvo su mano con firmeza y se volvió hacia el sacerdote. Fue una ceremonia larga. Ellie tenía la mirada perdida. El sacerdote habló del matrimonio, pero las palabras pasaron por encima de ella y, sin saber cómo, se encontró respondiendo las preguntas que le hacían. Jack debía de haber hecho lo mismo porque, acto seguido, le estaba poniendo el anillo en el dedo. Ellie pudo notar la calidez de su mano y cómo entraba el dedo en el anillo, mientras el sacerdote los declaraba marido y mujer.

Marido y mujer.

Ellie, desconcertada, se miraba la mano. Estaban casados. Era la mujer de Jack.

Elevó los ojos lentamente y se encontró con la cálida y comprensiva mirada de su marido.

– Puede besar a la novia.

La sonrisa de Jack se torció. Tenía que besarla, aunque, probablemente, fuese la última cosa que ella deseara. Pero todo el mundo estaba esperando ese momento. Tenía que hacérselo lo más fácil posible. Tomó su rostro entre las manos y rozó sus labios con los de ella. Fue un segundo, apenas se podía llamar a eso un beso, pero cuando notó los labios de Ellie, Jack sintió que algo se desataba en su interior y experimentó la necesidad de tenerla entre sus brazos y seguir besándola. Fue un impulso tan fuerte que tuvo que separar su boca. Se sintió nervioso e incapaz de mirarla, sonrió, tomó su mano y se volvieron para reunirse con los invitados.