Mientras lo miraba sintió una sensación heladora en la boca del estómago. «¿Qué ha ocurrido?», quiso gritar, pero Jack estaba forzando una sonrisa a la vez que le preguntaba por dónde había viajado.
– Sobre todo por Estados Unidos -contestó, todavía desconcertada por el cambio en la expresión de Jack-. Cuidé niños una temporada y luego conseguí un trabajo en un rancho de Wyoming. Fue maravilloso.
– No entiendo por qué no te quedaste en casa -dijo Lizzy mirando a su hermana pequeña con afecto y resignación-. ¡No me puedo creer que hayas pasado tres años en Estados Unidos y no conozcas Nueva York!
– No me gustan las ciudades -Ellie no sabía por qué siempre se ponía a la defensiva con ese asunto-. No soy como tú, Lizzy. Me gusta el campo.
– No tiene nada de malo -dijo Jack con una leve sonrisa, mientras miraba a las dos hermanas.
Era difícil de creer que fuesen de la misma familia. Lizzy era rubia y chispeante, con unos intensos ojos azules y un estilo difícil de definir que, como siempre, eclipsaba a su hermana. Ambas usaban vaqueros, pero ese era el único parecido. Los de Lizzy tenían un corte precioso, y llevaba una blusa blanca más apropiada para ir de compras o para una comida al aire libre que para una finca ganadera en el interior del país.
Ellie, por el contrario, parecía preparada para ayudar en los establos. Sus vaqueros eran funcionales, la camisa azul estaba gastada y el pelo, que se ondulaba suavemente alrededor de su cara, tenía el corte más cómodo posible.
Ellie, consciente de lo poco atractiva que parecía al lado de su hermana, cambió de conversación enseguida.
– Lizzy me ha contado que Gray se ha casado -dijo un poco bruscamente-. Siento haberme perdido la boda.
– Yo también -dijo Jack ante su sorpresa. No se podía imaginar que no hubiese estado en la boda de su hermano.
– ¿No fuiste?
Él negó con la cabeza.
– ¿Por qué, dónde estabas?
Hubo un silencio. Jack miró a Lizzy, pero cuando se disponía a contestar, el ruido de un intercomunicador rompió el tenso silencio; y lo que era más increíble de todo: al ruido le siguió un balbuceo.
Ellie miró a su alrededor sin entender nada. Era tan improbable oír ese sonido en la cocina de un soltero en Bushman's Creek, que no podía evitar pensar que se lo había imaginado.
– ¿Habéis oído eso? -preguntó desconcertada-. ¡Parecía un bebé!
Lizzy y Jack sonrieron.
– Es un bebé -dijo Lizzy señalando al intercomunicador que estaba sobre la encimera- Es Alice.
Ellie miró a su hermana dándole vueltas a todo tipo de posibilidades disparatadas.
– ¿Tienes un hijo? -preguntó con mucha cautela.
Lizzy se rio al ver su expresión.
– No te preocupes, no es mío; ¡aunque no me importaría que lo fuese, es tan maravillosa!
– No dices lo mismo cuando intentas darle de comer -dijo Jack.
Incluso en medio de tanta sorpresa, Ellie no pudo evitar la conocida sensación de envidia al ver la afectuosa mirada que se cruzaron. Jack y Lizzy eran de la misma edad y siempre habían sido muy buenos amigos.
– Entonces, ¿de dónde ha salido? -preguntó tajantemente-. No creo que sea de Gray.
Lizzy negó con la cabeza y a Ellie la pilló desprevenida lo que oyó.
– Es mía -dijo Jack.
Se hizo un silencio eterno en el que tan solo se oía el tictac de un reloj. Los ojos de Ellie pasaron de su hermana a Jack.
«No ha dicho lo que creo haber oído», se dijo desesperada. «Está bromeando». Esperaba que hiciera una mueca burlona; esperaba, contra toda esperanza, que se riera y que dijera que no iba en serio, que él no tenía una hija.
Tener una hija significaba que había encontrado alguien a quien amar y con quien vivir, y ¿por qué iba a hacer tal cosa? Él era Jack el indisciplinado, sin ataduras, siempre con una chica distinta, siempre había disfrutado de la vida demasiado como para dejarse atrapar por la responsabilidad de una mujer y una hija.
«No», quiso gritar. «Dime que no es verdad».
Pero Jack la miraba con una sonrisa forzada.
– A mí también me sorprendió -dijo.
Era el tipo de noticias que Ellie había temido desde que supo que estaba enamorada de Jack. No había podido evitar que él no la amara, pero había soportado amarlo porque sus idilios nunca habían ido en serio, porque estaba claro que Jack no era de los que sentaban la cabeza.
Sin embargo, lo había hecho.
Ellie sintió como si un puño de hierro atenazara su garganta, como si la arrastrara una ola de desesperanza mezclada con furia por su propia estupidez. ¿Cuántas veces se había permitido creer que Jack nunca se comprometería con otra mujer? Tantas horas, tantos años desperdiciados soñando que algún día él la miraría, que se le caería el velo de los ojos y comprendería que ella era la única mujer a la que podría amar de verdad…
¿Cómo pudo haber puesto tantas esperanzas en semejante fantasía? Naturalmente, Jack había acabado encontrando alguien especial. Y, naturalmente, no era ella.
Jack y Lizzy la miraban expectantes. Tenía que decir algo, pero no le salían las palabras.
– Yo… no sabía… que estuvieses… casado, también -consiguió decir por fin.
Su voz sonaba como si viniese de otro mundo.
– No lo estoy -un gesto de tristeza se apoderó del rostro de Jack.
– Entonces… -Ellie, completamente desconcertada, miraba el intercomunicador que seguía emitiendo la incomprensible conversación de un bebé. ¿Habría oído mal después de todo?
Lizzy puso una mano sobre el brazo de Jack.
– ¿Quieres que lo explique yo? -dijo amablemente.
– No, no hace falta -Jack esbozó una sonrisa tranquilizadora-. Lo haré yo. Tendré que acostumbrarme a explicar por qué, de repente, tengo una hija -se volvio hacia Ellie y respiró profundamente-. Hace dos años, Pippa, la madre de Alice, vino a Bushman's Creek como cocinera. Era una chica inglesa que estaba de viaje por Australia, pero en cuanto llegó fue como si hubiese estado toda la vida. Me enamoré en cuanto me fijé en ella. Era… -la voz de Jack se quebró ligeramente-, era el tipo de persona que ilumina una habitación en cuanto entra en ella -«como tú», pensó Ellie-. Nunca había conocido a nadie así. De repente me di cuenta de lo que era el amor. A Pippa le pasó lo mismo. Pasamos tres meses maravillosos y entonces…
– Entonces, ¿qué? -Ellie tragó saliva.
– Entonces lo tiramos todo por la borda -Jack sonrió con cansancio-. Tuvimos una de esas discusiones tontas sobre nada en particular y, por algún motivo, se nos fue de las manos. Antes de que supiéramos qué había pasado, Pippa había hecho las maletas y se había ido a Inglaterra, diciendo que no quería volver a verme -suspiró y, aunque miraba a Ellie, estaba claro que veía a la chica que había amado y perdido-. Debería haber impedido que se montara en aquel avión, pero estaba demasiado furioso y demasiado obcecado como para hacerlo -dijo con amargura-. Me dije que Pippa era muy emotiva e impresionable y no podría vivir en el interior del país, y que pronto la olvidaría. El problema fue que no lo conseguí. Me pasé un año echándola de menos y fingiendo que no era así. Intenté todo lo que estaba en mis manos para olvidarla, pero nada funcionó. Allí donde miraba había recuerdos de ella y, al final, pensé que sería más fácil si me marchaba una temporada. Me fui a Estados Unidos y a Sudamérica. Pensaba que allí no encontraría nada que me recordara a Pippa, pero tampoco sirvió. Al final me di por vencido.
«Como me ha pasado a mí», pensó Ellie. Recordaba sus intentos desesperados por borrar a Jack de su cabeza. Lo comprendía mejor de lo que él se podía imaginar. Sabía exactamente lo que significaba darse cuenta de que ya no tenía sentido seguir luchando, ella también tendría que aceptar que Jack iba a ser el único hombre al que iba a amar.