Jack notó un brote de ira. No hacía falta que siguiera dándole vueltas al asunto. Había entendido perfectamente que no tenía intención de volver a dormir con él. Abrió la boca para contestar, pero Alice lo distrajo, intentaba andar hacia Ellie, pero no lo conseguía y acabó sentándose de un golpe. Al ver esos intentos inútiles, Jack sintió que algo se tranquilizaba en su interior. La noche anterior se había olvidado de Alice. Necesitaba que Ellie se quedara y actuara como una madre, y no lo haría si creía que estaba intentando renegociar las condiciones del trato.
Ellie tenía razón. Debían pasar página. Era mejor no complicar las cosas.
– Claro -dijo Jack después de una pausa, incluso esbozó una sonrisa-. ¿Volvemos a ser amigos como antes?
– Sí, seremos amigos -Ellie forzó también una sonrisa, sin poder mirarlo a los ojos.
Jack se levantó y se llevó a Alice.
– ¡A desayunar, jovencita! -su voz pareció un poco demasiado jovial. Se quedó todavía un rato jugeteando con Alice y su silencio hizo que Ellie levantara la cabeza y lo mirara. Cuando sus ojos se encontraron, Jack hizo un pequeño gesto, como si fuese a decir algo, pero, fuese lo que fuese, cambió de idea-. Bébete el té -fue todo lo que dijo. Y se marchó, dejando a Ellie con la mirada clavada en él.
CAPÍTULO 8
SER AMIGOS resultaba mucho más difícil que antes, aunque los dos lo intentaron a conciencia. Jack estaba muy contento de que hubiera tanto trabajo. Gray necesitaba los hombres que le había prestado, pero ya había contratado a otros tres para la temporada. Se pasaban el día en el campo, arreglando vallas, repasando los pozos y asegurándose de que los corrales estaban en buenas condiciones antes reunir el ganado para comprobar su estado.
Empezaron por los caballos, que habían estado sueltos durante años. Jack adoraba los caballos y pasaba horas con ellos hasta conseguir que se pudieran montar. A veces Ellie llevaba a Alice al corral para observarlo. Era la excursión favorita de las dos. A Alice le gustaba ver los caballos y a Ellie le gustaba ver lo bien que Jack los trataba. Se solía poner en medio del cercado y les hablaba suavemente hasta que desaparecía toda la excitación; daba la sensación de encontrarse en casa, con sus vaqueros, sus botas y el sombrero usado. Era su marido, pero el único momento en que podía mirarlo tranquilamente era cuando estaba absorto con su trabajo. Ellie lo miraba y temblaba con el deseo de volver a tocarlo. El recuerdo de la noche que habían pasado juntos seguía siendo una brasa en su interior. Intentaba desterrar ese recuerdo, pero era inútil; cada vez que Jack levantaba una mano o giraba la cabeza volvía con toda su intensidad. Ellie hacía todo lo que estaba en su mano, era alegre y amistosa, pero tenía mucho cuidado de no rozarlo o de dar la sensación de que buscaba su compañía. Se propuso mantenerse ocupada para ocultar su soledad y frustración. Le habría gustado ayudar a Jack y a los hombres, pero había tarea de sobra en la casa. Deseosa de salir un poco al campo, aunque fuera al jardín, se hizo una huerta y se pasaba horas cavando y preparando la tierra. Era un trabajo agotador y muy caluroso, pero también era gratificante.
Sabía que no iba a ser fácil, pero por lo menos estaba en Waverley con Jack. Si hacía lo que habían pactado y no lo incomodaba ni asustaba, acabaría por acostumbrarse a ella y, a lo mejor, cambiaba de idea. Ellie intentaba convencerse de que lo único que necesitaba era paciencia.
El día que Alice dio el primer paso Ellie se emocionó tanto como si fuese su propia hija y la tomó en brazos.
– Creo que a papá le gustaría ver cómo andas, ¿verdad?
– ¡Papá! -dijo Alice complaciente.
Ellie esperaba que Alice mostrara sus habilidades esa noche cuando Jack fuese a bañarla, pero siguió gateando y tirando todas las cosas que encontraba a su alcance. Ellie podría haber jurado que Alice se estaba reservando para encontrar a Jack en la disposición ideal. No hizo su exhibición hasta dos días después. Ellie estaba en el huerto y Alice estaba sentada en la sombra con un sombrero que la cubría casi por completo. Ellie le había dado un cubo lleno de agua y estaba concentrada en sus propios experimentos. Cuando Jack las encontró, ella estaba en cuclillas y sonreía a Alice. Ninguna de las dos se dio cuenta de su presencia y los ojos de Jack pasaron de Alice a Ellie, que tenía la cabeza cubierta con un sombrero de paja, las manos tan sucias como las de Alice y una sonrisa deliciosa.
– Parece que os lo pasáis muy bien -dijo con una voz injustificadamente seca.
El corazón le dio un vuelco a Ellie, como ocurría siempre que lo veía. Se levantó instintivamente mientras él se acercaba con esa gracia perezosa tan característica. Ella se quitó el sombrero y se enjugó el sudor de la frente, solo para que él pudiera comprobar que si tenía las mejillas coloradas, era por el sol, no por un repentino ataque de timidez.
– Alice desde luego sí. Puede estar horas jugando con el agua.
– Se divierte con cualquier cosa, ¿no? -Jack se agachó y pellizcó la nariz de Alice- Sería fantástico si solo necesitásemos un cubo con agua para ser felices.
Miró a Ellie mientras hablaba. Su tono era de broma, pero su expresión era seria y, cuando sus ojos se encontraron pareció como si el aire se desvaneciera.
– Desde luego -reconoció casi sin respiración-. Pero las cosas nunca son tan sencillas, ¿no te parece?
Jack pensó en sus propias contradicciones, en cómo se encontraba dividido entre su fidelidad a la memoria de Pippa y su deseo de conseguir lo mejor para Alice, entre la pena y el arrepentimiento, y en lo inquieto que lo hacía sentirse Ellie, como lo estaba haciendo en ese instante, con la cara sucia y una paleta en la mano.
– No, no lo son.
Notó un tirón en los vaqueros. Era Alice, que reclamaba ser el centro de atención sin atender a la forma en que se miraban los dos. Hizo un esfuerzo y consiguió ponerse de pie agarrada a los pantalones de su padre.
– Está a punto de andar -dijo Ellie con toda la frialdad que pudo-. Vamos a ver si va donde tú estas.
Ellie la separó de Jack y se agachó por detrás sujetándola por la cintura. Jack, con una rodilla en el suelo estiró los brazos.
– Vamos Alice. Ven a papá.
Alice dudó, pero la sonrisa de Jack la animaba y las manos de Ellie la sujetaban. Dio un paso y luego otro, hasta que se dio cuenta de que Ellie la había soltado y estaba en brazos de su padre.
– ¿Has visto eso?, ¡ha andado!
Alice estaba radiante y parecía tan orgullosa de sí misma que Ellie no pudo evitar reírse, a pesar del dolor que atenazaba su corazón.
– Es una niña muy lista -dijo Ellie-, y lo sabe.
Jack estaba emocionado con los avances de su hija.
– A ver si lo hace otra vez -dejó a Alice en el suelo y se fue donde estaba Ellie. Su paso era inestable y casi todo el recorrido lo hizo gracias al primer impulso, pero andaba-. ¡Fíjate! ¡Sus primeros pasos y ya se sabe el truco! -dijo orgulloso.
Ellie sonreía, muy contenta por no haber estropeado la sorpresa contándole los primeros pasos que ya había dado.
– ¡Ya no habrá quien la pare! -Alice estaba feliz por la atención que recibía y la tensión casi imperceptible se había desvanecido. Ellie y Jack se reían juntos de la expresión de importancia que tenía Alice. Todo habría sido perfecto si no llegan a mirarse el uno al otro en vez de mirar a la niña. Ellie notaba perfectamente la proximidad de Jack. Podía ver el polvo sobre su piel, el leve reflejo de su barba incipiente, las arrugas que formaba su sonrisa. Sintió una sensación de deseo tal que se levantó bruscamente y dejó de sonreír-. Se hace tarde. Debería darle la merienda.
Jack se levantó despacio, balanceando a su hija en el aire.
– Iremos contigo. Ha sido un día muy importante. Cuando vine a buscarte eras un bebé y ahora eres una niña que anda.
Jack sonreía orgullosamente y Alice se abrazó a él y escondió la cara detrás del cuello de su padre. Ellie los observaba y sintió que el corazón se le encogía.